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miércoles, 30 de marzo de 2016

En busca de la Laguna Hanson (De Mexicali a Tijuana vía Sierra de Juárez, 13-24 de Marzo)

Tras unos días de invasor en casa de Grecia en San Luis Río Colorado, es hora de continuar el camino y entrar a un nuevo estado: la República Magonista de Baja California Norte. Señora Guille dice que le da nostalgia ver mi bici lista para irse. Yo evito el contacto visual para que no se vea que más nostalgia me da a mí. Señor Armando me acompaña en su bicicleta a la carretera y me da instrucciones sobre el camino de 70 km, el cual cubro en poco más de tres horas sin mayores eventos salvo la emoción de cruzar el letrero que indica que Sonora ha quedado atrás. En Mexicali me reciben Neto y Grecia, quien se ha teletransportado desde San Luis. Neto estudia Artes Visuales y le gustan las cámaras, y lo pude ver en acción un par de veces. Con él y su grupo de amigos me da esa sensación de que son las personas con las que me juntaría si viviera en este lugar.

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A pesar de tener una sola ciclovía en toda la ciudad, Mexicali parece ser un lugar divertido para andar en bici y el tráfico no se ve muy loco. Además, abundan las paredes en las cuales recargar tu bici y tomarle foto, como en el muro fronterizo, a.k.a. The wall of shame.

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Días después, de nuevo el camino llama. Neto me acompaña unos kilómetros como excusa para evadir sus responsabilidades. Y qué bueno, porque a la bici se le sale un tornillo que detiene el freno y parrilla frontales y para el cual no traigo repuesto, y gracias a Neto rápido encontramos un taller de bicis donde no sólo no me cobran por ponerme uno nuevo sino que además me dan otro de repuesto, con lo cual da inicio una serie de actos de amabilidad por parte de extraños de los que fui víctima este y los días consecuentes y que si continúas leyendo conocerás.

Mi destino de hoy es La Rumorosa, y me han dicho que hay una subidita para llegar ahí. Me apresuro a cubrir la sección plana que atraviesa la Laguna Salada para así dejar más tiempo para la escalada. Esta zona está prácticamente al nivel del mar (14 msnm) y hace calorcito; pienso en lo horrible que ha de ser en verano y en la historia que me contaba mi amiga Pati sobre unos soldados que se perdieron durante un entrenamiento y murieron por las condiciones extremas. De repente las montañas se muestran imponentes frente a mí. Yo les respondo con una sonrisa.

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Que se agranda ante la vista de un paisaje que contrasta totalmente con lo que acabo de dejar atrás. El valle arenoso cambia a un montón de rocas apiladas entre sí, de todos los tamaños y como jugando a equilibrar. La Luna se acomoda para ver a este mortal en su intento de acercarse más a ella.

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¡Comienza la diversión!

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Este ascenso es distinto a otros que he hecho porque aquí se puede ver lo que te espera y lo que ya pasaste. Lo cual puede ser un poco inconveniente cuando ves la inclinación por delante.

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Pero muy motivante cuando ves que lo lograste.

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En el descanso número 847363 del día, me encuentro con un grupo de personas que me saludan y con quienes convivo un rato. Son del Sindicato de Salud, y después de ofrecerme una cerveza que tras mucho insistir yo acepto, me dicen que llegarán al Centro de Salud de la Rumorosa para pedirles que me dejen pasar la noche ahí. Genial, ya tengo a donde llegar (yo no había ni pensado en dónde iba a dormir...).

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La vista desde este lugar y la plática con ellos me hace olvidar por un momento mi objetivo del día. Aún queda subida por cubrir.

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 Pero el sol en descenso me dice que siga mi camino antes de que oscurezca.

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Mientras considero el serio problema que es el graffiti por esta zona (véase letrero en foto anterior. Hay varios más por el camino), agradezco que por fin alguien aproveche todo el viento que hace por aquí, y recuerdo mis días recientes en el Desierto de Altar (que pueden leer dando click aquí) donde pensaba en la mucha energía que podría sacarse de tan tremendas corrientes de aire.

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Aunque se hace tarde, no puedo dejar de admirar lo que me parece paisaje de otro mundo.

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Llego al Centro de Salud cuando ya está oscuro. El personal (conformado por un único joven médico de guardia) me recibe y me dice que está avisado de mi llegada, y me da un consultorio para usarlo como cuarto.

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En la mañana siguiente, preparo mis cosas ante las miradas de un puño de pacientes que esperan a ser atendidos (la tele ha de haber estado aún más aburrida) mientras platico con Janis, la dentista del Centro, quien se queja de estarse durmiendo por no tener quehacer. Estoy por irme, pero de pronto Janis cree que es buena idea ofrecerme una limpieza dental. Aunque ella hasta la fecha no lo acepta, sé que lo hizo para evitar morir de aburrimiento y quedarse dormida en su escritorio. Como mi destino del día, la Laguna Hanson, no queda muy lejos de ahí (65 km según Google. Fácil, ¿no?), acepto su propuesta y un par de horas después retomo mi camino con dos caries arregladas y media cara entumecida y babeando por la anestesia.

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Antes de irme aviso a mi familia que lo más probable es que no vaya a tener señal de teléfono durante algunos días, y que me reporto en cuanto me sea posible (normalmente lo hago de manera diaria). Compro tres tamales para comerlos cuando se me pase la anestesia. Tomo la desviación hacia la Laguna y empieza la terracería. Cuando me dispongo a comer, me doy cuenta de que sólo me queda un tamal. Los otros dos deben haberse resbalado de la bolsa que no cerré bien. Ojalá alguien los encuentre porque están muy ricos.

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Con la seguridad de que hoy mismo llego a la Laguna, me siento feliz de estar en camino de uno de mis objetivos de este viaje. Laguna Hanson está dentro del Parque Nacional Constitución de 1857, a su vez dentro de la Sierra de Juárez, una zona de bosque y donde es común que caiga nieve en invierno. La Sierra aparece frente a mí y envía a una embajadora a que me de la bienvenida, con cascabelito y todo. Durante el día vería también un zorro, aves varias y un venado colablanca, que desapareció antes de que yo siquiera cayera en cuenta de lo que acababa de ver. También sé que en la zona hay pumas, pero esos espero no verlos ni de lejitos.

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Avanzo en tierra comprimida, a ratos arenosa. El desierto y el bosque se fusionan y dan un curioso resultado.

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Conforme avanzo el trayecto empieza a complicarse: cada vez son más los tramos de arena que me hacen bajarme y empujar caminando. Me adentro en una maraña de senderos que se bifurcan (sí, se lo copié a Borges) y que me hacen consultar el mapa con frecuencia.

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Disfruto de los pocos metros que puedo avanzar rodando.

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Porque la mayor parte del tiempo tengo esto:

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Así que ahí estoy, en medio de la sierra, empujando mi bicicleta a través de caminos que requieren vehículos con llantas más gordas, porque las mías, 1.75 pulgadas de ancho, se encajan como cuchillo en mermelada. Y como si ir a pie no fuera suficientemente desmotivador, aparece una vieja enemiga:

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La segunda ocasión en éste viaje en que un camino termina en reja (la primera la puedes leer dando click acá). Consulto la ruta que tracé en Google maps. Yep, este es el camino. ¿Podría ser que alguien la dejó cerrada por error? En Sinaloa aprendí que si un cerco existe es por una razón que probablemente no quieras averiguar. Pero de repente parpadeo y ya estoy del otro lado. Ok, en realidad tuve que desmontar todo y pasarlo por encima de la reja, luego pasar yo, luego montar todo de nuevo. El caso es que la arena y los caminos se complican más. Paso alrededor de tres horas yendo y viniendo empujando la bici a través de un spaguetti de senderos, tratando de seguir el que fuera al sur. De pronto aparece...

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Alguien debe estar riéndose de mi. Estoy seguro de que esta no es la Laguna que yo busco, es más, dudo que siquiera clasifique como tal, pero entiendo el chiste. Buena esa, ¿eh? Y de nuevo la Luna asiste a ver el show. A ver cómo, por fin, acepto que estoy perdido.

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El mapa muestra una ruta distinta, que incluye saltar otro cerco pero después de un tiempo encuentro un letrero que indica que voy por buen camino. ¡Al fin!

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Pero ya es tarde, y en vista de que no he cubierto ni la mitad de la distancia (llevo poco más de 30 km) decido acampar.

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Me despierta el frío de la madrugada, después de una noche tan silenciosa que cualquier ruido que yo hago suena aturdidor. En cuanto sale el sol la temperatura me hace quitarme la chamarra y gorro con los que dormí.

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La vista del camino que tengo por delante no es muy esperanzadora.

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Pero al menos me da más tiempo para apreciar los pinos.

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Tres kilómetros después llego a otra intersección que para variar tampoco está señalizada. El mapa muestra que la ruta más corta es por la derecha, y que hay un rancho. Me quedan cuatro litros de agua, podría aprovechar para rellenar mis botellas, así que a la derecha voy.

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Una reja, esta vez abierta, marca la entrada al Rancho El Topo.

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Donde no sólo me rellenan de agua, sino que me ofrecen café y queso que ahí mismo producen.

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Platico con el Señor Ricardo y su familia, quienes se entretienen con el relato de mi jornada del día anterior y me indican que voy por el camino correcto, mientras Nano musicaliza el drama de la historia de cómo me perdí.

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Rancho El Topo es un lugar que abre sus puertas a los turistas que quieren pasar unos días en el campo. Un granero ha sido acondicionado con ocho habitaciones, baño, y cocina, pero además hay otras cabañas distribuidas en otras zonas del rancho.

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Mr. Ricardo me invita a acompañarlos a sus actividades.

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Me platica que en diciembre llegó un alemán en moto, que quería llegar a Chile y ofrecía trabajar a cambio de comida. Ellos lo invitaron a pasar Navidad en el rancho y que comió tanto, que le dio indigestión y tuvo que quedarse unos días más mientras se le pasaba el tener que ir al baño cada ciertos minutos.

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Nano y Mr. Ricardo ordeñan dos cubetas de leche al día. De ahí sacan quesos de diferentes tipos y dulce de leche.

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Betito es el encargado de mover a los animales. Con sus diez años de edad, conoce todo lo que hay que saber al tratar con caballos. Después lo vi luciéndose ante un grupo de turistas, quienes lo retaban a lazar tal o cual cosa y cada vez lo logró sin menor evidencia de esfuerzo.

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Llega Janet, una mujer de los EEUU que viene desde San Diego a visitar a dos caballos que tiene aquí. Al verme dice “Tu eres el de la bici, ¿cierto?”. Aparentemente se ha corrido el rumor de que un muchacho ha sido visto paseando en empujando su bicicleta en tramos donde solo vehículos de doble tracción se atreven a pasar. También me cuenta que cuando Betito estaba dentro de su mamá, los caballos se acercaban y ponían su nariz en la panza donde él esperaba el momento adecuado para nacer...

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Volvemos a la casa y por la posición del sol decido pasar la noche en este lugar, además de que no tengo ni tantitas ganas de volver a las arenas movedizas.

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Busco un lugar para poner mi casa, con mesita y todo.

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Nunca había estado en un lugar donde la presencia del sol marcara tanto la diferencia en la temperatura. Mientras hay sol estoy cómodo en shorts y playera, pero en cuanto el sol baja del horizonte es hora de buscar ropa más abrigadora.

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Me busco un lugar junto a la estufa de leña mientras cenamos y escucho historias de gente que ha ido a este lugar con la esperanza de ver ovnis. Uno de ellos lo logró, pero se asustó tanto que salió corriendo dejando su carro atrás y no quería volver por él al día siguiente.

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Yo aprovecho para hacer mi primer intento de fotografiar estrellas, pero con una luna casi llena hay mucha luz, ni siquiera se necesita lámpara para andar afuera. Lo bueno es que aún me quedan días de viaje, y tengo entendido que entre más al sur de la península menos contaminación de luz hay.

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El frío me obliga a madrugar. De todos modos hay muchas cosas que hacer. Estorbo un rato dizque ayudando a levantar un cerco caído, pero además hay visitas, así que el equipo se prepara para atenderlas. Beto padre ha llegado con un grupo al cual fue a traer y servir de guía desde La Rumorosa. De haber sabido, le llamo y me evito las horas de andar vagando sin rumbo...

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Lo que para la familia de Mr. Ricardo es rutina, para los de fuera es un espectáculo. Mismas actividades de ayer, excepto que hoy hay más ojos observando.

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Algunos aprovechan el servicio de paseo a caballo, guiado por Nano y Betito.

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Mr. Ricardo me ha dicho que cerca de aquí está el punto más alto de la zona, el cerrito que se ve a la izquierda de esta foto:

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Así que aprovecho que mi bici está despojada de peso para irme a explorar.

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En el camino me cruzo con la caravana de caballos. Hasta ahora que repaso las fotos me doy cuenta de que alguien parece estar a punto de caer del caballo.

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Llego al inicio del sendero que lleva a la cima, donde dejo a Libélula, que en cierta forma es mi caballo, sólo que yo hago todo el trabajo del caballo. Y consumo la misma cantidad de comida que uno, probablemente.

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Desde la cima se puede apreciar el rancho y sus alrededores. Es bonita, la Sierra de Juárez.

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Interminables caminos conforman un paraíso para el que gusta andar en bici o a pie.

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La Luna aparece puntual. Esta vez no tengo show para ofrecerle.

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Vuelvo al Rancho justo a tiempo para presenciar un increíble atardecer, que no cupo en las muchas fotos que le tomé. Uno de los visitantes del Rancho que se acercó a platicar cuando vio mi equipaje me ofrece pasarle un mensaje a mi familia (yo le había contado que era el tercer día sin señal de teléfono). Dos días después, cuando volví a hablar con mi familia, me enteré que sí les llamó para decirles que me había visto y que tenía un mensaje de mi parte. Te digo, la gente es la onda.

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Ésta vez me ofrecen dormir dentro del granero, porque los visitantes se han ido. Aprovecho las brazas que dejaron para hacer fuego, y escribir una cartita a la familia del Rancho.

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La mañana siguiente empaco para seguir mi camino y ver si hoy, cuatro días después, puedo por fin llegar a la Laguna Hanson. No es que tenga mucha prisa. En el rancho me siento tan agusto que bien pudiera haberme quedado ahí varios días más. Como si darme desayuno no fuera suficiente, me cargan con quesos y dulce de leche. Ahora estoy feliz de las complicaciones que pasé el día que salí de La Rumorosa, porque de no haber sido así me hubiera pasado de largo. Mi familia de Rancho El Topo es la onda, y van en mi memoria como el encuentro accidental más bonito que he tenido.

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Cargado de cariño en forma de queso, retomo mi camino. 35 km me separan del Parque Constitución. Salvo un par de secciones de empujar, el resto es posible hacer sin bajarme de la bici.

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El suelo es más duro, la tierra no intenta tragarse mis llantas, y de la emoción a veces se me olvida que traigo peso, hasta que Libélula se queja y me dice que le baje a mi pedo, que no es bici de downhill.

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Siento que la Sierra de Juárez es un playground, y que lo tengo para mí solo, así que puedo jugar en donde quiera.

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Por fin, un letrero indica que he llegado al Parque Nacional Constitución de 1857. La selfie de la victoria.

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Llegando a la Laguna Hanson veo a varias familias. Un muchacho me habla: “Where are you from?”. “De Hermosillo”, le respondo. Las personas que están con él se ríen. Mi cabello rubio siempre engaña...

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Me invitan a comer con ellos. Recibo un plato con dos tacos y un vaso con lo que ellos llaman “té de Cuauhtémoc”.

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“¿Qué tal están?”, me preguntan. Creo que mi cara responde a la pregunta.

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La Laguna solía ser, como mucho por esta zona, propiedad de un europeo. En algún momento de la historia pasa a ser propiedad nacional y la convierten en Parque. Cuenta con áreas para acampar, pero también hay cabañas en renta.

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Está prohibido hacer uso de la flora local para hacer fuego, incluso si esta tirada en el suelo. A cierta hora de la tarde pasa un señor muy sonriente en una troca vendiendo leña y agua.

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La Sierra de Juárez se va a dormir, una vez más, con un atardecer que ciega de lo bonito e inspira a pensar en el ser amado, en la deidad que se prefiera, o en la insoportable levedad del ser. Yo me inclino por reír y aullar para darle cauce a la felicidad dentro de mi, y preguntarme si habrán quedado tortillas para hacer quesadillas.

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Una nueva mañana, después de una noche con más frío que las anteriores (las últimas horas de la madrugada las pasé hecho bolita esperando a que el Sol saliera). Comienzo a dudar de qué tan buena idea es mi plan de ir a la Sierra San Pedro Mártir, que según sé, está al doble de altitud. Aquí apenas son 1500 msnm.

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Después de desayunar, nos vamos a trepar el Pico de Águila, desde donde se logra una panorámica del Parque.

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Toma algo así como dos horas de ir buscando el lugar más fácil para subir, mientras rocas y pinos se alternan para existir. O bueno, casi siempre.

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Llegamos a la cima. Hace un viento que parece que te va a tumbar si no te pones trucha. A Sammy parece no asustarle.

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Pero de aquí se aprecia la Laguna en tamaño maqueta. Se puede ver el espacio que ocupaba antes contra el de ahora. Y alláaaaaaaa a lo lejos, lo que he atravesado.

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También me queda claro el por qué tanta insistencia en poner letreros que prohíben el graffiti. Mr. Joel modela para completar la escena.

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Sammy me invita a pasar unos días con ellos en Tijuana. Había excluido esa zona de Baja California por la ruta que había trazado, pero ahora me ofrecen ride en carro y así ya no tengo que volver sobre lo que ya hice. Así que echo mis cosas a la camioneta, y en dos patadas estoy en la legendaria ciudad fronteriza.

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Tres días en este lugar gracias a Sammy y (Viri)Diana, y aunque ahora estoy más lejos del extremo sur de la península, mi supuesto destino, me agrada la sensación de pisar la punta más al norte del país, misma que coincide con el kilómetro 5,000 de recorrer los caminos de México con mi bicicleta. Libélula me dice que está lista para muchos más. Yo le respondo que no esperaba escuchar menos. Y como buenos jinete y caballo, desaparecemos en el horizonte con un saludo de sombrero. Ensenada, ¡aquí vamos!

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