miércoles, 25 de enero de 2017

El Espinazo del Diablo, o “Ruta 666: Pedalear de subida. Comer. Dormir. Repetir”.



(NOTA: este capítulo es continuación del anterior, que si te interesa puedes encontrar aquí)


Habíamos planeado pasar dos noches en Mazatlán antes de dirigirnos a Durango, pero el segundo día decidimos aprovechar la tarde y abonar algunos kilómetros, para al día siguiente empezar directamente con la escalada. Creo que aquí debo hacer una pequeña explicación:

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Para ir de Mazatlán a Durango hay dos opciones: la primera es la que la gente ha estado usando desde 1940, la histórica Carretera Federal 40, “la libre”, que conectó por primera vez al oeste y al este mexicanos y redujo a un tercio de día un viaje que antes tomaba semanas, porque entre éstas dos ciudades está la columna vertebral de México, la grandiosa Sierra Madre Occidental. 320 kilómetros pavimentados con un carril a cada lado, sin acotamiento, pero sobre todo, de curvas, curvas, y más curvas, ya que en la época de su construcción la única manera de cruzar la mítica Sierra era sacándole la vuelta a sus innumerables barrancos sin fondo.

La segunda opción es irse por la novísima (inaugurada en 2013), carísima (se estimaba gastar 8 mil millones, acabaron siendo 28 mil millones), autoproclamada Supercarretera Durango-Mazatlán, que redujo la distancia a 250 km (70 km menos que la libre) y el tiempo de traslado a 3 horas (gracias a un montón de puentes y túneles), contra las 6 u 8 que se hacían antes (dependiendo del valor que le diera a la vida el conductor en cuestión). Los locales la llaman “la autopista” o “la de cuota”.

Desde que abrieron la de cuota, el tráfico en la carretera libre se ha reducido muchísimo. Así que a pesar de ser más larga, nosotros decidimos irnos por ahí, ya que después del trecho Culiacán – Mazatlán lo menos que queríamos era pasar más tiempo siendo rebasados por vehículos durante horas. Necesitamos reservar nuestra concentración mental y física para lo que tenemos por delante: una escalada acumulada de poco más de 8’700 metros, que para ponerlo en perspectiva, es ascender pedaleando el equivalente a un Everest. Según los mapas, subiremos desde el nivel del mar hasta los 2800 msnm, para luego descender un poco hasta la ciudad de Durango.

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Después de despedirnos de mi amiga María en Mazatlán, partimos a las 4pm con la intención de llegar a Concordia, la ciudad justo antes de empezar el ascenso. Esto no significa que la pedaleada haya sido plana. De los 50 km, los últimos 20 fueron de inclinado y para cuando llegamos a Concordia ya estaba oscuro. Nos dirigimos a la Cruz Roja y ahí nos dieron un espacio en el estacionamiento para acampar, con nuestras casitas escondidas detrás de las ambulancias. El día termina después de una visita a la taquería local. Cuando me acuesto a dormir, la emoción me dice que pensemos en el día de mañana, pero el sueño dice que mejor descansemos, que la montaña espera.

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DÍA DE ASCENSO #1
La mañana del 12 de diciembre comienza con mi alarma sonando a las 5:30 am. No hace frío, pero aun así, mi sleeping está tan cómodo…sin embargo no hay mucho tiempo para flojear. Nuestro huésped, a quien le tocó el turno nocturno en la Cruz Roja, decide amenizar la recogida del campamento con unas cumbias a todo volumen saliendo de la ambulancia que está lavando. Tras un chocolate caliente preparado por David, nos montamos a la carretera, que no da chanza a nada, y comienza inmediatamente de subida.

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NOTA: De aquí en adelante, hay que tener siempre en mente que todo sucede mientras pedaleo de subida. Lento. Tratando de que la respiración no se me salga de control. En el cambio más bajito para avanzar a 6 km/h, aunque yo no lo mencione (si lo hiciera, no podría contar otra cosa)

A lo largo del camino pasamos por grupos de casas, que seguramente vieron mejores tiempos antes de que se construyera la autopista de cuota. Tras algunas horas de pedaleo descubro que algo roza en mi llanta trasera. Cuando me detengo a verificar veo que mi rin está un poco chueco, porque un rayo se rompió. Creí que esto había quedado arreglado en Culiacán tres días antes… Mi descubrimiento coincide con la aparición de un par de casitas y una tienda, donde nos detenemos a arreglar mi problema. Es la hora de salida de la primaria local.

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Aunque aún sobreviven tienditas y comedores, aparecen muchos establecimientos vacíos, unos en mejor estado que otros. La señora de la tienda nos platica que sí ha bajado mucho la venta desde que se abrió la carretera, y aunque yo no me atrevo a preguntarle si le alcanza para sus necesidades, la aparición de una camioneta sin placas me da un pequeño recordatorio. Se estaciona, pero nadie se baja, después se va de nuevo. La señora ni siquiera voltea a verla.

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Una vez arreglado el rayo, remontamos. La vegetación cambia repentinamente. Aparecen, por fin, los pinos. Yo que llevo meses en el desierto, rodeado de vegetación espinosa, por supuesto que me emociono.

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La carretera está en condiciones mucho mejores de las que yo esperaba. Considerando que ahora la de cuota es la más transitada, esperaba encontrar este tramo en situación de descuido. Sin embargo, me encuentro un pavimento lisito, sin baches, y bien señalizado.

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La tarde se cierra sobre nosotros. El espectáculo de pedalear en un atardecer en la sierra no se puede reflejar en ninguna foto, sin embargo me aferro a intentar. Un pino curioso se asoma a ver a los dos pequeños humanos que fueron lo suficientemente tontos como para pedalear de subida durante días, en vez de tomar un camión.

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Con el sol ya bajo el horizonte, llegamos a Loberas, un cúmulo de casitas casi casi sobre la carretera. Nos acercamos a la primera casa que vemos, se ve que hay actividad en la cocina. Pero al tocar, el ruido de adentro se calla y alguien cierra la cortina. Tomando esto como un “No”, nos dirigimos a la siguiente. Nadie sale. Cuando ya nos habíamos alejado unos metros, llega una troca con corridos en el estéreo y cuando el conductor sale también sale alguien de la casa. Jm… Pedaleamos unos metros más y en la siguiente curva aparece otra casa, con una tiendita abierta atendida por un muchacho, a quien le compramos dos botellas de agua y le pedimos permiso para acampar ahí. Él sin dudar nos dice que está bien y que aquí nadie se enojará, que podemos elegir donde más nos guste. Tras haber cubierto 60 km, alcanzamos un poco más de 2’000 metros de altitud, y el clima es distinto al que teníamos en la mañana, a apenas unos 100 msnm. El frío se deja sentir pronto, hoy definitivamente no voy a dormir en calzones…

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DÍA DE ASCENSO #2
Contrario a mis expectativas, el frío de la madrugada no me despierta (debo mencionar que no tengo equipo para temperaturas bajo cero. Necesito hacerme de un mejor sleeping y chamarra). Recogemos nuestros tendidos mientras algunas personas esperan transporte para (supongo yo) ir a sus trabajos. Antes de que levante el sol y con varias capas de ropa encima, David y yo remontamos la subida que dejamos pendiente ayer.

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Ni una chancita de calentar. Ni un metro plano para soltar las piernas. La subida comienza desde la primera pedalada y la Sierra dice que ya sabías a lo que te atenías y ahora te aguantas. Yo le digo que, aun sabiendo a lo que me atenía, sus paisajes superan cualquier expectativa que pude haber tenido.

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Zig, zag, zig, zag. Es lo que hacemos todo el día. A ratos la autopista de cuota se hace visible en la distancia. Incluso aparece el famoso Puente Baluarte, que con sus 400 metros de altura, es el más alto del mundo. Un barranco queda fácilmente sorteado gracias a un puente. ¿Un cerro? No problem, lo atraviesas por un túnel. Nosotros, por otro lado, debemos ganarnos cada metro a pulmón, y no lo digo metafóricamente. Con los siguientes dos videítos y un poquito de imaginación, espero poder ilustrar más o menos qué se siente pedalear de subida a 4 km/h (advierto que se escucha mi respiración).

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Tras la curva #987654345678, aparece algo que me distrae del estado zen en que me tiene el ritmo del pedaleo en ascenso.

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Entre más ascendemos, más se nos muestra la Sierra. Barrancos del tamaño de edificios, que nos observan desde las alturas, algunos desafiantes, otros con ternura.

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De vez en cuando hacemos pausas. Mientras los músculos reposan aprovechamos para hablar con la señora del café,

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para admirar la naturaleza a nuestro alrededor,

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o abstraernos en pensamientos filosóficos.

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De vez en cuando aparece un letrero que nos anuncia una bajada igual de inclinada que la subida. La tentación de dejarse llevar es mucha, después de todo, me lo merezco, ¿no? Es cuestión de soltar los frenos para que en segundos mi bici alcance los 60 km/h. Sin embargo, las cruces que adornan toda esta carretera actúan como recordatorios silenciosos del cuidado que uno debe tener en esta zona, mismas que marcan el último paseo en carro de muchas personas de todas las edades, incluso a veces de familias enteras.

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Por supuesto que, además, cada bajada significa que tenemos que volver a subir. Los motores de los tráileres se oyen, por la forma de la carretera y el eco pareciera que están cerca pero tardan mucho en llegar a nosotros porque en realidad están a kilómetros de distancia. Por ahí de las 3pm, otro letrero aparece en el paisaje.

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David y yo tomamos una pausa, y mientras intentamos procesar todo con nuestros ojos, echamos alimento a nuestras bocas, igual que las golondrinas que vuelan alrededor de nosotros, que son los puntos negros en la segunda foto.

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Llegamos a La Ciudad (así se llama el pueblo), después de haber cubierto 70 km y la escalada más grande de mi vida: 4’200 metros de ascenso, para acabar a 2700 metros sobre el nivel del mar. Acudimos al lugar de los bomberos voluntarios, quienes nos ofrecen un cuarto con dos camas y cobijas de sobra. A pesar de que una parte de mi quiere acampar afuera, mi lado racional sabe que hará más frío que anoche y que lo más probable es que no vaya a poder dormir. Para cuando vamos por nuestros merecidos tacos la temperatura ya se acerca a cero grados, así que agradezco poder dormir bajo techo. Al acostarme relajo los músculos de mis piernas, pero los de mi cara siguen tensos. No puedo dejar de sonreír. Hoy ha sido uno de los días favoritos de mi vida.

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DÍA DE ASCENSO #3
La Ciudad amanece bajo una nube de niebla y humo de chimeneas. David descubre que su estufa está atascada, así que buscamos café en algún restaurante local. Estoy feliz de hacer esto, porque en los tres minutos que tardamos en encontrar un café mis manos ya estaban rígidas de frío sobre el manubrio, ya que no tengo guantes (¿mencioné que no estoy preparado para estas temperaturas?).

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Con el sol ya despierto, la temperatura sube y mis manos ya no sufren. En cuestión de minutos nos sobra ropa y nos quedamos en mangas largas y shorts.

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Al tocar los 2’800 metros de altitud, estamos en el punto más alto de nuestra ruta. En varios lugares aún pueden verse remanentes de la nevada que cayó la semana pasada y de la cual todo mundo en Sinaloa nos advirtió. Creo que aquí es la mayor densidad de pinos que he visto hasta ahora.

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Un letrero nos confirma que comienza el descenso, de aquí en adelante todo debería ser de bajadita.

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O casi todo…

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Pasamos por El Salto, el poblado más grande entre Durango y Mazatlán y donde yo aprovecho para sacar dinero del banco, ya que llevo día y medio viviendo de préstamos de David (olvidé sacar dinero en Mazatlán). A partir de aquí el tráfico aumenta considerablemente y hace mucho menos disfrutable el andar.

Por la tarde tras hacer 70 km llegamos a Llano Grande aún con luz de día, pero decidimos quedarnos porque más adelante no habría alojamiento y no quisimos pasar la noche al aire libre. El hotel del pueblo se muestra despintado, sin luz, lo cual nos hace dudar de que esté en operación. Al tocar la puerta nos abre una señora quien hizo de su casa un lugar para hospedar gente. Cuando le pagamos los $350 que nos pide por ambos, toma el dinero y se persigna con él. Nos cuenta que no le ha llegado ni un solo huésped en ocho días. A mi derecha, a lo lejos desde su ventana, resguardada por una cerca, una caseta, y un Oxxo, se alcanza a ver a “la culpable”, la Autopista de cuota…

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DÍA DE ASCENSO #4
La mañana siguiente, un David y un Dani recién bañados remontan la carretera, cosa que no me entusiasma para nada porque se vuelve cada vez más frecuente el tráfico y cada vez menor la distancia que nos dan al rebasarnos. De la jornada de 80 km de ese día, mis “highlights” son el desayuno, el columpio en el que me paseé mientras esperaba a que David acomodara sus cosas, y la aparición de Durango capital en el horizonte.

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Los últimos 15 km son de descenso generalizado, así que a pesar de haber roto otro rayo, decido simplemente continuar para salir de la carretera lo más pronto posible. Llegados a la ciudad, nos dirigimos a un café para esperar a Jonas, nuestro anfitrión, mientras nos tomamos un café, acompañado por un traguito de anís que nos regaló el muchacho que atiende y que nosotros tomamos como bebida celebratoria.

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Se acaba así una de las mejores rutas de mi vida, y con ella cumplo el sueño de pedalear junto a la persona que más influencia ha tenido en mi forma de viajar en bici. Por ahora vuelvo a casa, pero estoy lejos de terminar mi viaje. Yo, en mi cabeza, ya estoy en otro lado, y haciendo planes, siempre haciendo planes.

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