sábado, 24 de noviembre de 2018

Perros de Reserva (De Monticello a Bluff, Utah, EEUU, 9-12 Oct 2018)



Esta historia es continuación inmediata de la anterior, que puedes leer aqui.

No dejo de ver por la ventana, deseando que Keanu aparezca y preguntándome dónde y cómo estará. Yo, ya comido y despojado de la ropa mojada, sigo sin creer que por fin estoy a salvo del exterior, después de haber empujado mi bici cuesta arriba con viento y lluvia por tres horas. Una hora después, por fin, veo aparecer al Hombre Azul: Keanu con su ropa impermeable. Mientras estaciona su bici yo salgo a recibirlo, y le doy un abrazo como si no lo hubiera visto en años. Lo casi empujo hacia adentro del restaurante y le pido a la mesera, sin preguntarle a Keanu, que prepare una hamburguesa vegetariana para él. Keanu empieza a quitarse la ropa mojada para sentir el calor del lugar, y me dice que, al igual que yo, pensó darse por vencido y simplemente quedarse en algún lugar en el camino. Pero que un carro se detuvo y una muchacha salió para decirle “¡Ya casi llegas! ¡Tu amigo Daniel te está esperando en el restaurante!”. Con esto, Keanu tomó nuevas fuerzas y pudo llegar al pueblo. Después de intercambiar las historias de cómo nos fue en la subida, decidimos que iremos al hotel al otro lado de la calle y para meternos a un cuarto, darnos un baño caliente y poner nuestras cosas a secar. La hamburguesa de Keanu llega pero él apenas la muerde una vez. Dice que está tan cansado que no siente hambre, la pide para llevar, y nos vamos al hotel.

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Al día siguiente vamos al mercado para comprar comida para la siguiente etapa, un trecho de 5 días sin punto de reabastecimiento, la parte más remota de la Plateau Passage Route, misma que me ha causado pesadillas dormido y despierto durante todo el verano. Estoy emocionado, nervioso, y asustado todo a la vez, pero decidido a hacerlo. En el camino al mercado encuentro un local llamado Roam Industry  que tiene bicicletas en las ventanas, y más tarde ese mismo día voy a ver si está abierto. Al entrar encuentro un lugar amplio, limpio, bien iluminado por las ventanotas de enfrente, con una cafetería a la izquierda y el resto del espacio ocupado por bicis, equipo de ski y de acampar en general. Dentro del lugar hay dos muchachos, Dustin y Tyler, con quienes platico de la ruta que tengo planeada hacer. Ellos se dedican a la renta y venta de equipo de aventuras al aire libre y además son guías. Me cuentan que esa ruta, como muchos otros caminos de tierra en Utah, se vuelve impasable con la lluvia. Y lleva días seguidos lloviendo (he sido testigo/víctima de ello). Dentro de mi sigo pensando en arriesgarme y seguir, pero después mencionan que un muchacho de Australia venía haciendo la misma ruta, se aventuró a pesar de las condiciones, y tuvo que caminar de regreso con su bici en la espalda y sumergido en lodo, y fue entonces que decidió cambiar de ruta. Y fue lo que me hizo resignarme y cambiar de ruta a mí también. El pronóstico del clima indica que seguirá lloviendo durante toda la semana y Dustin me dice que para que los caminos vuelvan a ser transitables tienen que pasar hasta cinco días sin llover. O sea que habría que estar estacionados quizá por semanas, dependiendo de cuándo deje de llover. Afortunadamente ellos conocen muy bien la zona y me ayudan a trazar una ruta alternativa, más dirigida hacia el sur y que también incluye lugares interesantes, empezando por un camino llamado Montezuma Canyon, donde el papá de Dustin tiene una propiedad que incluye una cueva en la pared de un cerro. Dustin dice que él la ha usado muchas veces para acampar y nos recomienda hacerlo, además de que en ese cañón abundan vestigios del grupo de nativos comúnmente llamado “anasazi”, aunque éste término está en desuso por significar “antiguos enemigos” en navajo y se opta más por llamarlos “ancient puebloans”, indios pueblo.

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La mañana siguiente, después de otra visita cafetera a Roam Industry, nos despedimos de los muchachos y tomamos nuestro camino. La terracería está mojada pero transitable, y algunas horas después llegamos al lugar indicado por Dustin. La cueva es visible desde el camino y acercamos nuestras bicis lo más que podemos, luego tomamos lo que necesitaremos para pasar la noche ahí y subimos a ella. En el interior hay un suelo de tierra fina y un pequeño bonche de leña seca. Keanu y yo pasamos el resto de la tarde juntando suficiente leña para mantener el fuego vivo toda la noche y una vez instalados, hacemos cena y después nos vamos a dormir.

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Durante la noche vuelve a llover, para variar. En la mañana reavivamos el fuego para hacer avena de desayuno, después hacemos un nuevo bulto de leña para los siguientes habitantes de la cueva, y nos despedimos del lugar para seguir nuestro camino.

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A lo largo del día encontramos vestigios de los indios pueblo, de los cuales se sabe muy poco, y lo poco que se sabe es gracias a lo que sobrevive de sus construcciones y lo que los demás grupos nativos cuentan de ellos. No se sabe, por ejemplo, cómo se llamaban a sí mismos; el término “pueblo” les fue asignado por los españoles, haciendo alusión a su forma de vivir: dentro de estructuras diseñadas para albergar desde familias hasta clanes enteros, hechas de ladrillo, y a veces incorporadas a las cuevas naturales de los cerros, muchas de las cuales existen aún hoy en día. Algunos de estos sitios, separados en estructura pero construidos muy cerca entre sí, podían albergar hasta a 600 personas. Dustin nos contó que en este cañón llegaron a vivir 30 mil personas.


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La ruta pasa por varias de estas construcciones, aunque hay muchas más dentro del cañón que se pueden ver si uno se toma el tiempo. En el camino llegamos a una Kiva, una construcción congregacional usada con fines ceremoniales, y que era parte integral de la estructura comunitaria de los indios pueblo.

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La Kiva está disponible para que los visitantes entren, Keanu y yo aprovechamos la oportunidad y exploramos un poco el lugar, mientras nos preguntamos cómo sería la vida de estas personas.

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Nuestro camino continúa hacia el sur siguiendo el curso de un río, y a ratos saboreamos un poco del famoso lodo de Utah, pero no al grado que nos evite pasar; de hecho este tramo es el más fácil de pedalear de los cinco o seis días que llevamos en ruta.

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Conforme vamos saliendo del cañón va reduciéndose lo verde y llegamos a un terreno más árido y arenoso. Estamos, por primera vez, dentro de la Nación Navajo, “la Reservación”. La navegación se vuelve confusa, mi ruta nos lleva directo hacia la única casa que vemos en varios kilómetros a la redonda y sale un grupo de seis perros a recibirnos con ladridos, varios de ellos de tamaño considerable. Vienen corriendo y ladrando hacia nosotros y yo estoy listo para tomar acción defensiva, pero conforme se acercan van cambiando los ladridos por olfateos y comienzan a mover sus colas, uno de ellos atreviéndose a usar mi pierna para acercar su cara a la mía lo más posible.

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Rodeamos la casa y cuando nos disponemos a seguir nuestro camino, una voz femenina nos dice “¡Van en la dirección incorrecta!”. Volteamos para ver quién es, y es una mujer que salió, supongo, a ver por qué los perros hacían tanto escándalo. “La carretera está para allá”, nos dice mientras señala la dirección de la cual venimos. Le explicamos la ruta que queremos hacer, y un hombre sale de la casa y se suma a la conversación. Nos confirma que sí es posible hacer lo que queremos, y nos menciona un atajo para sacarle la vuelta a un cerrito que se ve en la distancia. Para este momento algunos de los perros han vuelto a su casa, pero tres de ellos permanecen con nosotros y nos siguen por la confusa vereda, dándose el tiempo de investigar con sus narices todo lo que se topan en su andar, incluso a veces tomando el liderato.

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Keanu y yo intentamos correrlos para que volvieran a su casa, pero los vemos alejarse para luego volver a aparecer. Pocos kilómetros más nos encontramos un cerco circular construido de piedras y con la tarde acercándose a su fin, decidimos pasar la noche en este lugar. Los tres perros aún están con nosotros, dos de ellos parecen hermanitos y el tercero podría ser su papá. Insistimos en correrlos para que se devuelvan a su casa, y eventualmente el mayor hace caso, dando una última mirada hacia atrás antes de desaparecer en la curva como para ver si los otros dos lo seguían. Pero no lo hacen. Siguen explorando el terreno alrededor de nosotros y a pesar de no darles comida ni muestra de cariño alguna, ellos parecen disfrutar estar ahí. Varias veces intentamos correrlos, pero lo más que logramos es que se mantuvieran fuera del círculo de piedras, ahora teniendo que lidiar con el peso de sus ojos viéndonos desde el otro lado, que miraban con atención todo el circo de poner campamento.

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Con la noche ya encima de nosotros vemos aún menos probable que los perritos decidan irse a su casa; la temperatura está bajando rápido y se ven nubes oscuras aproximándose hacia nosotros, por lo cual decidimos ablandarnos y Keanu le da un espacio bajo su lona a uno de ellos y yo a la otra, a quien he bautizado como “Parche”. Parche se hace bolita dentro de mi casa pero se nota intranquila, se asoma mucho a ver la lona de Keanu y prefiere mejor ir hacia allá y buscar una forma de entrar y reunirse con su hermanito. Al no hallar entrada, decide crear su propia entrada y brinca sobre la lona cayendo encima de ambos, casi destruyendo el tendido que a Keanu le costó tanto levantar. Keanu abre la lona y por fin Parche logra estar con su hermano otra vez. Durante varios minutos oigo movimiento y a Keanu renegar, al parecer los perritos no logran encontrar una posición cómoda, hasta que se hace silencio y el campamento se pone finalmente a dormir.

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Durante la noche de nuevo vuelve a caer una ligera lluvia, confirmando el pronóstico y extendiendo el periodo de lodo en la ruta a la cual mi subconsciente se aferra. Los perritos se activan temprano, continuando su tarea de olfatear cada centímetro cuadrado de este lugar. Nos preparamos un desayuno mientras ellos se van a molestar a unas vacas y desaparecen por un rato, haciéndonos creer que han decidido volver a casa. Cuando llega mi hora de ir al baño voy detrás de un arbusto y mientras estoy en mi momento de meditación, volteo a mi izquierda y unos ojos me observan: Parche me ha encontrado y me mira inquisitivamente. “¡Sáquese de aquí!”, le digo; la veo desaparecer de nuevo entre los arbustos y para cuando vuelvo al campamento ya están los dos otra vez de regreso. Keanu y yo tomamos nuestras bicis y empezamos a caminar y ellos detrás de nosotros. Ambos estamos de acuerdo en que ya no los podemos dejar seguirnos, o se alejarán más de casa. Desde aquí sólo deben seguir la vereda de regreso y como orinaron todo el camino seguro no les costará mucho volver sobre sus pasos. Keanu y yo les gritamos y les tiramos tierra y dos o tres veces intentan seguir nuestro camino pero luego entienden el mensaje y se van.

A partir de aquí la navegación se vuelve un poco complicada y rompo el récord de más veces que me he perdido en un día, teniendo que consultar el GPS cada cinco minutos y confundido por veredas que desaparecen convirtiéndose en arena y arbustos, por donde nadie parece haber traficado en un buen tiempo. No entiendo cómo puede ser que estoy sobre la línea de la ruta, me descuido un minuto creyendo que voy bien, y vuelvo a checar para darme cuenta que estoy desviado medio kilómetro y regresar a la ruta me toma diez minutos.

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En la distancia las nubes empiezan a oscurecerse y vemos lluvia a nuestro alrededor, sin que todavía nos toque a nosotros. Nuestro plan para hoy es llegar a Bluff, aunque de ahí no estoy seguro de hacia dónde seguir.

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Al llegar a la cima de una subida me detengo para ver el paisaje y tomar una foto. Detrás de mí oigo el sonido una cadena saliéndose de su lugar, seguido por Keanu maldiciendo. Nada nuevo, su cadena se ha estado saliendo a cada rato prácticamente desde que empezamos. Pero esta vez sus groserías se extienden por más tiempo de lo normal, dándome indicios de que pasó algo más que una cadena fuera de su lugar. Voy hacia él y veo lo que hace unos días le dije que podía pasar: el desviador se metió entre los rayos y se torció, dejando a Keanu con tres cambios apenas útiles. Si antes las subidas le daban problemas, ahora va a tener que subirlas todas caminando. Bluff está todavía a 40 km y no estoy seguro de que haya una tienda de bicis ahí. La mejor opción para Keanu es salir de este camino de terracería, llegar a la carretera, y tomar un raite hacia el pueblo; la mejor opción para mí es no enojarme, aunque con la cantidad de veces que he tenido que dejar de avanzar por estar esperándolo o resolviendo cosas como esta tiene mi paciencia mucho más allá de sus límites.

Afortunadamente la carretera está a unos 5 km así que no toma mucho tiempo para que estemos en pavimento de nuevo. Keanu se posiciona para empezar a pedir aventón y quedamos de acuerdo de vernos en Bluff, aunque con mi horrible estado de ánimo lo único que quiero es volver a ponerme en movimiento y no afinamos detalles más allá de eso. Mi enojo y yo nos alejamos lo más rápido posible, acallando mis pensamientos malos con el esfuerzo del pedalear.

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Faltando 20 kilómetros para Bluff las nubes por fin deciden darle fin a la tregua y vaciarse sobre mí. Avanzo sobre la carretera y me concentro solamente en el siguiente kilómetro, para reducir el efecto de pensar que estaré, de nuevo, pedaleando bajo la lluvia por la siguiente hora y media. Unos 40 minutos después una troca azul me pasa y se detiene unos metros frente a mí, con las intermitentes prendidas. De la parte de atrás de la troca se asoma un manubrio de bici, y después Keanu sale de la puerta del pasajero. Los alcanzo y entre los dos subimos mi bici a la troca y luego nos amontonamos en la cabina junto con el hombre que ha salvado a Keanu de estar encallado y a mí de seguir pedaleando en la lluvia y cuyo nombre no logro recordar pero es algo con D. Durante el trayecto nuestro salvador nos cuenta que es navajo y que va a Bluff a trabajar, pero que no vive ahí. Nos cuenta que muchos hacen lo mismo que él, viven en las casas que están alejadas de los pueblos pero van a los pueblos a trabajar. Poco antes de llegar a Bluff, nos señala unas montañas y nos dice que toda esa zona es donde los navajos se escondían del ejército gringo, durante el estado de guerra absoluta que el gobierno de los EEUU le declaró a los nativos en la segunda mitad de los 1800’s.

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Llegando a Bluff le damos las gracias a D y entramos a la tienda de la gasolinera para resolver nuestra situación. En el mapa encuentro un camping y nos registramos ahí. Keanu se pone en contacto con los muchachos de Roam Industry, quienes ofrecen venir por nosotros, llevarnos de vuelta a Monticello en su carro, y arreglar la bicicleta. Pasamos la noche en Bluff (sí, volvió a llover) y la mañana siguiente aparece Dustin. Cargamos las bicicletas en su carro y en menos de una hora volvemos al lugar del cual salimos hace tres días, con el plan de ponerle un desviador nuevo a la bici de Keanu y dejarla al cien para la ruta siguiente. En el camino de regreso le contamos a Dustin nuestra aventura en Montezuma Canyon y lo genial que fue dormir en una cueva, todo entre risas y agradecimiento por estar haciéndonos este favor gigante. Ilusos nosotros, unas horas después descubriríamos que la situación no se iba a arreglar con un desviador nuevo; nop, Keanu iba a ser puesto en una situación que probaría su determinación para continuar con este viaje, y a mí, en la decisión de, una vez más, esperarlo, o de finalmente largarme por mi cuenta.

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martes, 6 de noviembre de 2018

Lloviendo sobre mojado en Utah, EEUU (Moab a Monticello, 4-7 Oct 2018)


Después de cuatro meses trabajando en Idaho, EEUU, llegó por fin el final de septiembre. Mis amigos Mecca, Alexis y Irie nos ofrecieron un raite a Moab, Utah, donde tengo planeado empezar mi ruta. Y digo “nos” no porque esté incluyendo a mi bici como acostumbro, sino porque mi nuevo hermano Keanu, a quien conocí en Idaho, ha cometido el error de apuntarse a esta aventura. Al principio no le creí cuando me lo dijo, hasta que lo vi con bici nueva y un paquete que incluía mochilas para la bicicleta. Así que el 3 de octubre montamos nuestras bicis al RV de nuestros amigos y por dos días tuve la experiencia de vivir en una casa rodante: cuatro adultos, una bebé, un perro y un gato dentro de un espacio no mucho más grande que una camioneta.

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Una vez en Moab nos despedimos de nuestros amigos y pronto estamos Keanu, yo y nuestras bicis siguiendo una línea morada en la pantalla de mi celular, que en el sitio de bikepacking.com llaman “Plateau Passage Route”, una ruta principalmente de terracería que cruza el sur de Utah de lado a lado. Llevo todo el verano soñando con ella, particularmente con ese tramo de cinco o seis días donde no hay nada.

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En cuanto salimos de Moab nos adentramos en un cañón, pedaleando junto a un río y mis ojos no dejan de moverse de un punto a otro, tratando de asimilar todas las formaciones de rocas frente a mí.

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Compartimos el camino con vehículos todo terreno, buggies, motos, jeeps; yo sólo quiero pedalear más para alejarme del ruido, pero es ya tarde y además Keanu tiene una llanta ponchada, así que buscamos un lugar dónde acampar.

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El día siguiente descubrimos que aunque parchamos la llanta de Keanu, todavía sigue ponchada. Después de casi dos horas por fin nos ponemos en movimiento otra vez, y enfrentamos nuestro primer subidón del día, un ascenso en zigzag que a ratos es tan inclinado que parece que la bici va a relinchar.

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Me resulta increíble estar pedaleando por un lugar que lleva millones de años en formación por efecto del agua y del aire. Las rocas juegan peligrosos retos de equilibrio y me da miedo pasar cerca de ellas, pero si han estado en esa posición por tanto tiempo, ¿por qué habrían de cambiar hoy?

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La ruta nos va sacando poco a poco del cañón, esto lo puedo adivinar por la constante subida de nuestro camino, y que a veces me hace pensar en por qué rayos a alguien se le ocurrió meter una bici por aquí. Este segundo día de ruta pasamos la misma cantidad de tiempo empujando las bicis que montándolas. Me duelen los brazos que jamás uso para nada de tanto empujar/cargar, pero si pudiera, lo haría de nuevo. Los paisajes que me rodean hacen que todo el esfuerzo valga la pena.

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Llega la segunda noche, acampamos a unos metros del camino entre unas piedras, buscando un punto alto porque las nubes amenazan con llover.

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Despertamos bajo un cielo completamente cerrado, las nubes se extienden más allá del horizonte y no pasa mucho tiempo para que empiece una ligera lluvia que viene y se va continuamente. Keanu tiene batallando con sus cambios desde que empezamos el viaje, y más tarde, en una corta pero muy inclinada subida, lo oigo maldecir detrás de mí. Al devolverme confirmo que pasó lo que supuse que pasaría: la cadena de la bici de Keanu se rompió. En plena lluvia.

Por dentro estoy gritando, ya son demasiados retrasos, pero por fuera me mantengo tranquilo, de nada servirá que me enoje. Le digo a Keanu que yo puedo arreglarlo, que saque una de sus carpas y la extienda para meternos debajo de ella para al menos no mojarnos más. Diez minutos después la cadena está pegada de nuevo y Keanu puede pedalear otra vez, pero le advierto que va a tener que cambiar la cadena lo más pronto que pueda

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Conforme pasa el día la lluvia se vuelve más intensa y por más impermeables que nos ponemos, el constante caer de la lluvia termina por empaparnos por completo. No hay nada que se pueda hacer más que seguir andando, el pronóstico había anunciado lluvia por los tres días siguientes. A pesar de lo miserable de pedalear bajo la lluvia, apreciar el desierto invadido por pequeños arroyos que surgen de todos lados es una visión interesante.

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Antes de acabarse el día, el Sol sale a despedirse asomándose un poquito, creando un arcoíris. Por primera vez en mi vida veo los dos extremos de uno, y aunque intento captarlo en una foto, mi lente no es lo suficientemente amplio para ello. Pedaleo sin dejar de verlo, grabando este momento en mi memoria para siempre. Después de un día de conflicto interno y mucho esfuerzo físico, me siento tranquilo, seguro de que todo ha valido la pena, y lo único que me importa es que estoy ahí.

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Para contrastar con la visión del arcoíris, el día termina con nosotros acampando en un lugar lleno de popó de vacas porque no logro encontrar el camping que viene en el mapa. Estoy demasiado cansado, mojado y frío como para seguir buscando así que pateo las buñigas para hacer un espacio para mi casa de acampar. Aprovechando que la lluvia paró, Keanu y yo hacemos cena y ponemos nuestro tendido. Justo cuando terminamos de cenar, la lluvia regresa lentamente así que decidimos irnos a nuestros respectivos refugios.

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La mañana nos saluda con más lluvia. Empacamos nuestras cosas así, empapadas, con la idea de ponerlas a secar más tarde, si es que sale el sol. Retomamos el camino con la intención de llegar a Monticello, meternos a un hotel, y lavar y secar nuestras cosas y a nosotros. Decido evadir el tramo de terracería porque muy seguramente está convertido en lodo impasable y tomamos el camino pavimentado, que después de unas horas, nos conecta con la interestatal, una carretera ruidosa pero donde es posible avanzar. Veo un letrero que dice que hasta Monticello son 22 kilómetros y me alegro, pronto estaremos secos y calientitos. Pero en cuanto tomamos la carretera sentimos un aire de frente muy fuerte, y la carretera empieza a subir. Al principio es posible avanzar pedaleando, aunque lento, pero whatever, lo que sea es mejor que caminar. Pierdo de vista a Keanu detrás de mí pero mantengo mi ritmo, confiando en que es imposible que se pierda, sólo hay que seguir la carretera.

Pero conforme voy avanzando y la subida no se acaba, el viento se vuelve más fuerte, y después ese viento decide invitar a su compa la lluvia. La lluvia llega diciendo que ya nos conocemos, y como no tengo ganas de revivir esas horas de mi vida, sólo diré que básicamente empujé la bici de subida, con un viento ridículo de frente, bajo la lluvia, y con la temperatura bajando conforme más ganaba altitud. Tres horas después aparece a mi lado una montaña son sus picos cubiertos de nieve; estoy muy cansado y mi cuerpo empieza a temblar. Me detengo cerca de lo que parece un granero, considerando darme por vencido y dejar Monticello para otro día. Pero una parte de mí se rehúsa a dormir mojado y frío otra noche, así que checo el mapa. Me faltan seis kilómetros para el pueblo. No puedo rendirme a seis kilómetros. Me pongo la otra chamarra, el gorro y los guantes de lana, y me meto a la boca unas galletas. Mientras más tiempo paso sin moverme más frío me siento así que me apuro a comérmelas y ponerme en marcha otra vez. Poco más de una hora después aparece el anuncio de una gasolinera y el terreno se aplana un poco. Por fin me subo a la bici después de horas de traerla de adorno, y avanzo, buscando cualquier lugar que ofrezca comida y protección del exterior. Ya en el pueblo veo el anuncio de un restaurante, me dirijo hacia el lugar, estaciono mi bici para que le sea visible a Keanu, y entro. El interior del lugar contrasta completamente con lo que acabo de dejar atrás, y entre gente tranquila, sonriente y de cachetes rosaditos, siento que yo no podría desentonar más.

Doy una mirada rápida al menú y pido una ensalada, una orden de alitas, y una hamburguesa. Tomo asiento y mientras me quito parte de la ropa mojada estoy hablando en voz alta conmigo mismo aunque ahora que escribo esto no estoy seguro qué estaba diciendo. No quito la mirada de la ventana, para ver si Keanu pasa. De pronto una voz femenina me llega desde atrás y aunque no entiendo qué dijo, me doy cuenta de que no hay nadie más en el lugar así que debe estarme hablando a mí. Me volteo y le digo “Sorry?”, ella sonríe y me repite, “¿De dónde vienes? Vi que llegaste en bicicleta”. Su repentina pregunta y presencia frente a mí me saca de mi ensimismamiento, vuelvo a voltear a la ventana, luego al suelo, tratando de elaborar una respuesta a una pregunta que al parecer no puedo responderme ni a mí mismo. La mesera me trae la cerveza que pedí, le doy un trago, y por fin respondo “Lo siento, ha pasado mucho y no sé por dónde empezar”. La muchacha se ríe y me dice “Entonces quizá debiste haber pedido una bebida caliente”. Su comentario me hace reír y con ello mi mente termina de volver de donde sea que andaba, y le doy un resumen de mis últimos días mientras devoro la comida que me trajeron. Después cuando está por irse le digo, “Mi amigo debe estar en algún lado de la carretera. Si ves a un tipo en traje azul empujando una bici cuesta arriba, ¿podrías echarle porras y decirle dónde estoy?” Ella repite el nombre de Keanu en voz alta como para grabárselo, me desea buen viaje, y luego sale del restaurante. Mis platos están vacíos.