domingo, 3 de febrero de 2019

Mi novateada en el Arizona Trail (Grand Canyon a Flagstaff, EEUU, 27-29 Oct 2018)

Este relato es una continuación, el episodio anterior se puede ver aquí: ¡Hacia la Nación Navajo!


Me despido de mi amigo. Hemos estado pedaleando juntos por más de tres semanas y después de los primeros 10 km en el Arizona Trail decide que esto es demasiado para él y no cree que su bici vaya a seguir en una pieza por mucho tiempo. Ha tenido problemas con su bici desde el día 1. Así que después de quedar de acuerdo de reunirnos en Flagstaff en un par de días, se devuelve a la carretera, y yo continúo en la angosta línea entre los pinos que es el Arizona Trail (AZT).

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Después de partir caminos con mi compañero de ruta, continúo pedaleando, luego un momento después me cruzo con un caminante que tiene finta de haber estado en el AZT por mucho tiempo, salvo por su cara afeitada al ras. Le digo “hola” y él rápidamente procede a preguntarme cómo llegué ahí. “Eh… ¿cómo llegué al Arizona Trail?”, le pregunto, no entendiendo bien a qué se refiere, “He estado siguiendo mi GPS”. Luego pasa a una sesión de reniego, hablando alto y con malas palabras incluidas, acerca de estar perdido en el mismo tramo por las últimas dos horas debido a la falta de señalización. Yo me pregunto cómo es que él llegó aquí sin GPS para empezar, pero decido no externarle mi duda y sólo le muestro el mapa en mi celular. Él menciona haber estado en tal y tal lugar, lo cual me indica que está familiarizado con el Trail, luego me agradece y continúa su camino, y yo hago lo mismo. Mientras pedaleo empiezo a asimilar que estoy, por primera vez en semanas, pedaleando en solitario y que depende de mí y nadie más el decidir avanzar o parar. Estoy disfrutando tanto esta sensación junto con la mezcla de terracería y single track que sólo quiero rodar lo más que pueda e ignoro el hambre, sólo comiendo galletas en las pausas que hago para tomar fotos. Me mantengo en movimiento hasta que me doy cuenta que estoy chocando con piedras en el camino más seguido de lo normal porque ya no puedo ver bien, el sol ya se ha escondido. Hago acampada a unos metros de distancia del Trail, prendo una fogata, e intento compensar por lo que no comí durante el día.

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Mientras estoy comiendo, la soledad se asienta en mí. No tengo a nadie con quien hablar, ninguna voz más que la mía, ningún ruido salvo el crepitar del fuego y el sonido de mi masticar. Y me encanta. Mi mente empieza a juguetear con pensamientos largamente pospuestos y reflexiono cómo unos años antes, estar solo casi me hace regresar a casa durante la tercera semana de mi primer viaje largo en bici, incluso tras años de estar soñando con ello. Sin embargo, estar solo se ha convertido en una de las razones principales para volver a viajar. Y ahora heme aquí, agradecido de no tener a nadie alrededor. Al principio brinco y reacciono a cada ruidito, sólo para darme cuenta de que es el sonido de mi chamarra o el silbar de mi propia respiración porque hay algo obstruyendo mi fosa nasal. Mientras leo frente a la fogata una pequeña luz aparece en la distancia escondida entre los árboles: ¿otro caminante? ¿algún vehículo? ¿un coyote? Mi gusto por leer historias de terror no ayuda para nada. Pero después de un rato la luz se vuelve más grande y resulta ser la Luna llena saliendo de su escondite. “Estás algo tarde, ¿no lo crees?”, digo en voz alta para dejar salir los nervios. Me río de mí mismo y me voy a dormir.

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El día siguiente pasa mayormente pedaleando de subida hacia una montaña con el pico nevado que se levanta en el horizonte. El camino es un poco más agreste que ayer y me grito a mí mismo por mi inhabilidad para sacarle vuelta a las piedras, en vez de estrellar mi llanta frontal en ellas. Jamás he hecho bici de montaña, y una década de calles llenas de baches en mi ir y venir diario parece no ser suficiente.

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Según voy ganando altitud, el camino se convierte en single track y los pinos empiezan a crecer más pegados unos a otros. Contrario a ayer, hoy son apenas las 3 de la tarde y ya estoy exhausto. Me esfuerzo por un rato más y a las 5 pm decido dar por terminado el día y acampo rodeado por un bosque que parece haber estado en llamas hace no mucho tiempo: los árboles están básicamente carbonizados de la superficie, aunque aún viven. Por esta razón decido no hacer fogata y cenar lo que sea que no necesite cocinarse. Acomodo mi casa de campaña con vista directa a las montañas San Francisco, y la hermosura de esta vista me hace comprender por qué varios grupos nativos distintos consideran este un lugar sagrado. Con el sol ya escondido, la temperatura está bajando rápidamente así que me meto en mi sleeping con la intención de leer un poquito, pero todo lo que logro es quedarme dormido con la lámpara prendida en mi cabeza y los lentes puestos.

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Horas después me despierta el ruido de mi casa de campaña y afuera aún está oscuro. El viento está soplando y me siento como si estuviera dentro de una bolsa de mandado siendo sacudida, pero me rehúso a salir de mi sleeping hasta que el sol salga, así que sólo me quedo ahí acostado con mis ojos cerrados pensando que estoy a sólo 11 km del punto más alto de la ruta y de ahí deberían ser 35 km de bajada hacia Flagstaff. Un par de horas después, tras comer y empacar, le doy gracias al lugar que fue mi casa por una noche y vuelvo al camino, un continuo zigzagueo entre un espeso bosque de árboles Aspen donde a veces mis manubrios apenas la libran para pasar entre ellos. Algunos de los árboles han caído sobre el Trail y decido que es más fácil para mí sacarles la vuelta que levantar mi bici. De repente desde atrás de mí aparece un tipo en una bici de montaña y dice “¡Sólo tienes que brincarlo!”, pasa fácilmente por encima del árbol caído y continúa su camino, para no volver a ser visto jamás.

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Un par de horas después llego al punto más alto de la ruta, unos 2700 metros, y me detengo para un segundo desayuno mientras me preparo para disfrutar de una bajada bien merecida. Monto la bici de nuevo y empiezo a rodar, pensando en la hamburguesa que me comeré cuando llegue a la ciudad. El Trail es más o menos plano por un ratito, hay algunas piedras sobre el sendero pero noto que estoy empezando a agarrarle la cura a esto de sacarles la vuelta, por lo menos con mi rueda frontal; la rueda trasera aún pasa por encima de la mayoría pero hey, ya es un avance. Luego comienza la bajada. Mis ruedas giran el momento que dejo de apretar los frenos y aumenta la cantidad de rocas en el sendero, aumentando también las veces que choco con ellas y haciéndome olvidar el sentimiento de logro que tenía hace un momento. Varias veces consigo evadir un obstáculo sólo para ir a estrellarme con otro, haciéndome parar por completo y casi arrojándome por encima del manubrio un par de veces. En algunas ocasiones simplemente ni siquiera lo intento, y desmonto para caminar mientras pienso qué geniales son las personas que pueden recorrer este camino en modo carrera.

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Entonces, un silbido empieza a salir de mi llanta delantera. Me detengo y encuentro un pequeño agujero en la llanta por donde se está saliendo el aire. Saco la botella de sellador de mi mochila, me siento en el suelo y quito la válvula de la rueda, la cual coloco entre mis labios para no perderla en este suelo completamente cubierto de hojas. Mientras estoy echando sellador dentro de la llanta, un hombre aparece en el Trail en la dirección de la cual yo vengo. Vestido en pantalones planchados, tirantes y camisa de botones, camina confiadamente sendero abajo y lo saludo medio esperando que me pregunte si he visto su caballo. Pero me responde el saludo y me pregunta si estoy bien. Yo le digo que sí, que sólo debo reparar una ponchadura y debería poder seguir después de eso. Él continúa su camino, desapareciendo entre los árboles. Vuelvo a mis asuntos y una vez que el sellador está adentro, intento agarrar la válvula pero me doy cuenta de que ya no está en mi boca. Pongo en reversa los últimos 30 segundos de mi vida tratando de recordar qué hice con ella, pero todo lo que logro recordar es que, quizá, me la saqué de la boca para hablar con el Señor Elegante. Busco en mis piernas, en la bolsita de mi camisa, incluso me esculco la barba, y muevo las hojas alrededor mientras al mismo tiempo trato de no moverlas demasiado para no alterar la escena. Empiezo a entrar en pánico mientras pienso que debería de agregar “válvula” a la lista de partes extras en mi próximo viaje, porque por ahora, no tengo ninguna. Después de unos minutos de miedo, levanto una hoja y la veo, la pinshe válvula que sabrá dios cómo fue a dar ahí, porque aparentemente se me borró la cinta cuando el Hombre Elegante hizo su aparición. Inflo la llanta y continúo mi camino.

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Unos minutos después, el Hombre Elegante aparece de nuevo, esta vez viniendo en sentido contrario. Se hace a un ladito para dejarme pasar y le digo “¡Lo arreglé!”, él me responde con un “Good!”, y me alejo tratando de hacer parecer que sé lo que estoy haciendo. Después de unos 12 kilómetros y más de dos horas de rodar (“rodar”) con todos los músculos tensos, me cruzo con pavimento. Veo que el Trail continúa al otro lado del camino, pero a esta altura he decidido que esto es demasiado arriesgado y peligroso para mí, y tras confirmar que este camino conecta con Flagstaff, le digo adiós con la mano al AZT y tomo el pavimento, pensando en la hamburguesa que me comeré cuando llegue a la ciudad.

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