ACLARACIÓN: El contenido de éste relato (y de ninguno
de los que hago, sobra decir) no intenta de manera alguna solapar o ignorar la
situación de violencia que han vivido y siguen viviendo muchas personas en
México. Es innegable que el país atraviesa por momentos muy difíciles y mi
intención al escribir esto no es hacer menos el sufrimiento y todas las
consecuencias que han traído a los mexicanos “de a pie” las condiciones que
predominan en ciertas regiones del país (en éste caso, Sinaloa). Es, más bien,
para que quien lo lea (al igual que yo al vivirlo) se tome un respiro y veamos
cómo hay personas que, a pesar de todo, siguen extendiendo una mano cuando se
les pide, e incluso van más allá de eso por iniciativa propia.
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David me esperaba en Álamos, y no había tiempo que
perder. Disponemos de tres semanas para completar el proyecto de pedalear a
Durango, lo cual implica que hay que estar de regreso en Hermosillo para el 20
de diciembre. Con mi bici así, sin arreglar (después de cuatro meses
recorriendo Baja California, la pobre muestra varias partes bastante oxidadas,
incluyendo el cassette y la cadena) empaqué lo más ligero que pude, dejando
algunas cosas fuera pero ésta vez incluyendo más ropa invernal, porque la ruta
a la que estoy por lanzarme incluye la sierra de Durango en invierno. Un
autobús sale a medianoche de Hermosillo y nos deja a mi bici y a mí en Navojoa
en la madrugada, donde me espera mi amiga Pati para ir a desayunar. Otro camión
y a mediodía estoy en Álamos, y me encuentro con David, quien pasó la noche en
la estación de bomberos.
Álamos es un lugar muy bonito, pero por nuestra fecha
límite, hay poco tiempo para apreciar el lugar, debemos empezar la ruta cuanto
antes. Tampoco me dolió mucho, no es la primera vez que estoy en éste pueblo.
Así que a conseguir provisiones, echarlas de la manera más desorganizada
posible dentro de las alforjas, y a agarrar camino.
Aquí debo hacer una aclaración: mi amigo David es como
un caballo. Le duele pisar el pavimento, y sus rutas las traza usando la mayor
terracería posible. Él es quien más ha influenciado en mi forma de viajar en
bici a través de sus historias, así que me emociona mucho ésta oportunidad de poder
rodar juntos. Yo monto mi bici confiando en sus habilidades con los mapas, y empezamos
el camino sólo para darnos cuenta quince minutos después de que estamos tomando
la salida incorrecta…
Corregimos el camino y pronto estamos fuera de Álamos,
avanzando en una terracería y ahora sí en la dirección indicada, con la
eventual troca que pasa y nos saluda (y nos llena de polvo).
Ahora estoy en mi zona. No van ni seis meses que volví
de mi último viaje pero todo ese tiempo no he dejado de pensar en ello, de irme
a dormir pensando en ello y despertarme pensando en ello. Me duelen los
cachetes por la sonrisa que no se me quita de la cara. Pedaleo frente a David
para que no vea mi cara de loco a través de su espejo retrovisor. Pero doce
kilómetros dentro del camino, sucede. Se me resbala el pie derecho, y me doy
cuenta de que el pedal se ha soltado completamente de la biela. No bueno. Nada
bueno. La rosca en el pedal está intacta. Pero la de la biela no tanto.
Intento enroscarlo de regreso, pero no entra recto.
Después de tratar varias veces, decidimos volver a Álamos. Esperamos a que pase
alguna troca para pedirle raite pero por supuesto que ahora que necesitamos una
no pasa ninguna. Como yo estoy doblemente molesto (por la falla mecánica y
porque estoy retrasando a alguien más) me pongo a caminar impacientemente en
círculos y decidimos darle un mejor uso a esos pasos poniéndolos en dirección a
Álamos. Pocos minutos después de empezar a caminar una troca se detiene. Va una
familia adentro, les explicamos nuestra situación, y sin averiguar mucho más,
nos llevan a Álamos. Llegando ahí vamos al taller de bicis que ellos mismos nos
recomendaron, le explico al mecánico lo que me pasó, y él con toda la calma del
mundo engrasa la tuerca, la acomoda, y con una llave la enrosca como si fuera
lo más fácil del mundo. El pedal se ve derechito, se siente firme, y según él
no necesita nada más. Aprovecho para pedirle que cheque mis cambios frontales,
porque el desviador no se mueve y lo voy a necesitar para las subidas. En
quince minutos queda listo, me dice que son $50 pesos (que yo pago con gusto),
y ya que me estoy yendo me entrega un par de pedales nuevos, “Por si las
dudas”, me dice él.
Ya son las tres y media de la tarde. David y yo
concordamos en que quedarnos en Álamos se sentiría como un día desperdiciado
(aunque también concordamos que no es el peor lugar para desperdiciar un día),
así que después de comer unos tacos, nos lanzamos de nuevo al camino. Tenemos
en cuenta que nos quedan menos de dos horas de sol y que acabaremos pedaleando
en la oscuridad, pero al ser un camino de terracería, es poco traficado y si un
carro viniera sería visible desde lejos, y tendríamos tiempo de hacernos a un
lado. Ya en camino, el cielo nos regala unas luces impresionantes.
Pasamos el lugar donde se me cayó el pedal, fácilmente
reconocible por el agujero que dejé en el piso al caminar en círculos. Dani del
presente le dice al Dani del pasado que se tranquilice, que el asunto se
resolverá más fácil de lo que cree. Algunos carros pasan, la mayoría en
dirección a Álamos. Todos nos saludan y conducen con precaución al pasarnos,
sólo aumentando un poco más el polvo que ya tenemos encima. David y yo
platicamos sin parar, como amigos de toda la vida que se acaban de ver después
de muchos años, o que nunca han dejado de verse, quién sabe. El sol ya está
bajo el horizonte, pero aún queda un poco de luz.
La oscuridad nos alcanza. Nosotros prendemos nuestras
luces y seguimos avanzando, la plática disminuye un poco porque ahora estamos
más concentrados en ver lo que tenemos delante. Llegamos a un lugar con un puño
de casas y dos lámparas de alumbrado público. No hay nadie afuera. Una voz
ebria nos habla desde la distancia, pero nosotros nos hacemos los sordos y
seguimos nuestro camino. Un rato después escuchamos el sonido de una
motocicleta que se acerca desde enfrente, pero no se ve su luz. También se oyen
voces comunicándose por radio, aunque no se distingue lo que dicen. Ambos
estamos conscientes de que podríamos ser abordados por alguien, pero no nos
detenemos y eventualmente tanto el motor como el radio dejan de escucharse.
Nunca supimos su origen. Como a las 8 pm, cubiertos 30 km, llegamos a otro
poblado, ésta vez hay gente (adultos y niños) afuera de una casa alrededor de
una fogata y enseguida un expendio con la luz prendida. Pasamos junto a ellos y
les saludamos, y nos dirigimos al expendio. Un señor viene, le compramos un par
de cervezas, le explico lo que andamos haciendo y le pregunto:
-
¿Sabe algún lugar donde podamos
acampar por ésta noche?
-
Sí. Pueden ir a esa casa – y
nos señala a la casa donde está a la gente en la fogata.
-
¿Le pedimos permiso a ellos?
-
No, esa es mi casa. Voy a
cerrar aquí y voy y les abro el cerco.
David y yo rodeamos mientras el señor toma un atajo y
nos abre el cerco de alambre. Mientras acomodamos las bicis en el lugar que nos
indicó, él se aleja y vuelve con una escoba y empieza a barrer el suelo, David
le dice que no hace falta, que lo podemos hacer nosotros pero él sigue
barriendo mientras nos hace preguntas sobre nuestro viaje. Su voz es tranquila,
habla despacio y sin subir demasiado el volumen. Nos explica que en San
Vicente, al igual que en otros pueblos, están velando a la Virgen de Guadalupe
previo a su fecha de celebración, el 12 de diciembre, y ésta noche tocó en su
casa. Las mujeres están adentro rezando. Los hombres y los niños afuera,
alrededor de la fogata. Ya con las manos libres, nos presentamos e
intercambiamos nombres. El Señor Fidel va y vuelve a la casa varias veces, en
algunas ocasiones conversa, otras sólo observa en silencio nuestro ritual de
montar el campamento. A pesar de sólo haber pedaleado 30 km, David y yo tenemos
hambre, los tacos de la tarde ya los bajamos hace tiempo. En una de sus
vueltas, el Señor Fidel nos dice con su voz tranquila y sin prisas que cuando
las mujeres terminen de rezar podremos entrar a la casa y echarnos un taco.
Aunque yo de ninguna manera esperaba tal gesto, me alegro de poder probar
comida local y le digo “gracias”, probablemente más veces de lo normal.
Eventualmente el novenario termina, y el Señor Fidel
viene y nos invita a pasar. En la mesa nos esperan platos servidos hasta el
tope de pozole que echa vapor. Mi estómago hace ruidos de felicidad que la
gente adjudica a truenos (el pozole es una de mis comidas favoritas) y mientras
comemos disfrutamos de la conversación con la familia que nos ha metido,
literalmente, hasta su cocina. Vaciamos los platos. Nos ofrecen más. David rechaza
la oferta pero yo, aunque tímidamente, no puedo negar que quiero más. Una vez
terminado mi segundo plato, agradecemos la comida y nos retiramos a nuestras
respectivas casas. El sueño llega de golpe. El día se despide con una ligera
lluvia que al chocar con el techo de mi casa de acampar hace un ruido que me
arrulla, como si me hiciera falta más incentivo para dormir.
El día siguiente empieza desde muy temprano. Tenemos
la intención de cubrir la mayor distancia posible y a pesar de haber programado
alarmas a las 5:30 am, no hubo necesidad porque el servicio de hospedaje
incluye alarma viviente.
Es una mañana fría. Cuando despierto oigo que David ya
está moviendo cosas aunque todavía está oscuro. Aún echo bolita dentro de mi
dormidero, le digo “¿Hay alguna manera de que pueda pedalear sin salirme de mi
sleeping?”. David estalla en una risa más escandalosa de la que yo esperaba. Cuando
recuerdo que el frío que hace ahorita no es nada comparado con el que hará en
Durango, me resulta más fácil salir de la casa. Con el sol ya asomándose, David
descubre que tiene una ponchadura. Mientras recojo mi tendido y él arregla su
bici, el Señor Fidel sale de su casa con tazas de café, y como si no fuera gran
cosa (para nosotros definitivamente lo es) nos dice que en un momento podremos
entrar y echarnos un taco antes de irnos. Nunca usa las palabras “cenar” o
“desayunar”. Al parecer, no importa la comida que sea, para él es “echarse un
taco”. Cuando todo está recogido, nos invita a pasar. De nuevo nos espera una
mesa espléndidamente servida.
Huevos con chorizo, frijoles, chiltepines secos y en
vinagre, y pa’cabarla, tortillas de maíz recién hechas. La esposa del Señor
Fidel (no pregunté su nombre, lo siento) amasa y saca tortillas del comal en la
estufa de leña bajo una ligera lluvia intermitente que se filtra por los
espacios que hay entre las láminas del techo de la cocina.
Acabado el desayuno algunos de los miembros de la
familia se van a las tierras a trabajar. El Señor Fidel se dirige al expendio a
atender a los primeros clientes del día, un grupo de hombres en una troca que
amablemente le suben a su música para compartirla con todos. Mientras
terminamos de acomodar nuestras bicicletas, el Señor Fidel se nos acerca con
dos vasos de chocolate caliente. Como si no bastara todo lo que ya nos ofreció.
Como si, para empezar, debiera habernos ofrecido algo. Pero una de las cosas
más valiosas que he aprendido viajando en bicicleta, más aún que “Qué hacer en
caso de mordedura de serpiente”, es a aceptar lo que la gente da, y ser
agradecido. Una forma que he encontrado para demostrar mi agradecimiento
(aparte de decir “gracias”, claro está), es regalar una foto de algún paisaje
que yo haya visto. Tanto David como yo escribimos algo detrás de la foto que
luego le entrego al Señor Fidel, quien nos abre el cerco para que podamos
continuar nuestro camino. Cuando estamos a una distancia prudente, David se
queja de cómo fue alimentado a la fuerza dos veces, de haber sido obligado a
comer tortillas recién hechas a mano, y que por culpa de ello hemos empezado a
pedalear más tarde de lo que planeábamos (su queja, aclaro, es sarcástica). De
nuevo estamos en una terracería muy poco traficada y rodeados de un lindo
paisaje, el paraíso para dos tipos como nosotros.
Nuestra meta de hoy es El Fuerte, Sinaloa, a poco más
de 80 km, de los cuales sólo los últimos 15 son pavimentados. La ruta es
básicamente plana, con unas pocas subidas y bajadas.
En las cuales al parecer me emociono un poco más de lo
indicado. Después de una bajada que hice más rápido de lo que debería, siento
que algo me frena y cuando me detengo descubro que uno de los tornillos que
sostiene la parrilla trasera a mi bici ha desaparecido. Pero como soy bien
precavido, tengo tornillos extra y en poco tiempo ya estamos avanzando de
nuevo. Mientras tanto, David interactúa con los animales que nos topamos en el
camino.
Durante el trayecto pasamos por varios pueblos. En uno
de ellos un muchacho se dirige a nosotros con un perfecto inglés. Nos explica
que aunque es originario de aquí, él vive en Phoenix. No es raro encontrar
casos de éstos. En todos los lugares que pasamos, la gente se porta amable y
nos preguntan de qué planeta venimos.
Con el día nublado y cruzando pueblos de casas
pintadas de colores e iglesias de más de cien años de antigüedad, David y yo
conversamos de los temas más variados.
Es curioso el desarrollo de la plática. De las más
horrendas historias de violencia en México a las implicaciones de viajar en una
bici rodado 26. De las posibles consecuencias de las recientes elecciones en
los EEUU a la vez en que una señora lo metió a regañadientes a su casa al verlo
que iba a acampar en una plaza. A veces David, cuando le preguntan de dónde
viene, responde “Del futuro”. Estoy empezando a creerle. Le platico que, si no
fuera porque es blanco, juraría que soy yo del futuro.
De nuevo siento que algo me frena. Ésta vez no es uno,
sino dos de los tornillos que mantienen la parrilla en mi bici. Al parecer la
rosca en los hoyitos se ha barrido. Mi bici me sigue reclamando el maltrato que
le doy sin ninguna recompensa. Pongo otros dos tornillos, pero ésta vez con dos
tuercas que quité de la parrilla frontal para prevenir que se vuelvan a salir. Debo
evitar a toda costa que esto vuelva a suceder. Quedarme sin forma de cargar mi
equipaje me dejaría a merced de un raite para salir de aquí. Una vez avanzando
de nuevo, hablo con mi bici y le digo que en Culiacán le daré el trato que debí
darle en Hermosillo, que me aguante un poco más.
Después de unos 70 km de terracería llegamos a una
presa, y con ella empieza el pavimento. Significa que El Fuerte está a unos 15
km. El cielo empieza a oscurecerse, pero tenemos tiempo suficiente.
Llegamos a El Fuerte con los últimos rayos de luz. Nos
estacionamos en la plaza para decidir qué hacer, y de un carro se baja un
muchacho sonriente que se nos acerca. Nos hace “las preguntas”, y después nos
explica que él quiere hacer lo mismo, lo cual no es sorprendente, es común
toparse con gente que expresa su deseo de poder viajar en bici. También es
común que después agreguen una lista de “peros”, y no lo digo despectivamente,
entiendo que hay factores o situaciones que deben anteponerse, así como también
entiendo el privilegio que es poder hacer lo que hago cuando lo hago. Lo que no
es común es que alguien diga que ya vendió su carro y se está deshaciendo de
sus otras ocupaciones, para irse de viaje. Nuestro futuro colega Elio sólo está
esperando a terminar unas cosas para montarse en su bici y lanzarse. Intercambiamos
consejos pero mientras le recomiendo ponerle cuernitos a su manubrio para que
pueda variar la posición de sus manos pienso que alguien así no requiere
consejos, éste muchacho está más listo que el biciviajero con el mejor equipo
del mundo, porque la actitud no se puede comprar en ninguna tienda. Como David y
yo tenemos montón de hambre lo invitamos a ir por tacos mientras seguimos la
conversación. Entre enchilados y contentos, le contamos algunas de las cosas
que nos han pasado y cuando terminamos, Elio no nos deja pagar y él se hace
cargo de la cuenta. ¿Cuántas veces más seremos alimentados por la fuerza éste
día? Elio nos da su contacto y se despide.
Como es mi primera vez en El Fuerte, compramos un par
de cervezas y luego volvemos a la plaza central. Tres muchachos en un puesto
nos saludan. Uno de ellos tiene una bici y bromeamos con la posibilidad de que
se uniera a nosotros en la ruta a Durango. Los tres nos dirigimos a una banca a
sentarnos y le ofrezco una cerveza a nuestro nuevo acompañante pero él dice que
no gracias. Isaac [si estás leyendo esto, cambié tu nombre para contar tu
historia] nos cuenta sus andadas en bici. De cómo su bici no es la mejor,
comparada a las de 40 mil pesos que ha visto en las carreras, pero para él, la bicicleta
le ha salvado la vida, literalmente. Desde los 12 años empezó a consumir
alcohol y drogas. David le pregunta de cuáles. Él responde que de todas. Nos cuenta
que la situación en El Fuerte, y en Sinaloa en general, no es fácil,
especialmente para los jóvenes, quienes crecen en un ambiente, “pues…ya saben
cómo”. Isaac lleva dos años de haber iniciado una lucha contra su pasado. Una
que, lejos de acabar, se lucha y se tiene que ganar día a día. Y la bicicleta
le ha ayudado a ello. Nos platica de la vez en que tuvo que atravesar un río
con la bici a espaldas y lloviendo. Y que ahora se dedica a ayudar a personas que
están en la misma situación en la que él estuvo, y que la gente ya no le saca
la vuelta cuando lo ven en la calle. David le pregunta su edad. Él dice que 22…
La noche la pasamos en la estación de bomberos de El
Fuerte, a donde llegamos guiados por Isaac. Los bomberos nos comparten de su
regadera, su electricidad y su internet, y temprano en la mañana después de
tomar café y levantar el campamento, seguimos nuestro camino. La meta de hoy es
Sinaloa de Leyva, a 112 km por pavimento. En el camino paramos a desayunar en el
puesto de pan de mujer que nos recomendaron en El Fuerte.
Y mientras estamos ahí las personas nos explican el
proceso de elaboración del pan.
Y yo tomo ésta foto, para verla mientras esté a
temperaturas bajo cero en el camino a Durango. Tal vez hasta logre imaginar que
tengo una chimenea dentro de mi casa de campaña.
El pedaleo es tranquilo. Una carretera poco traficada
y con acotamiento hasta San Blas. A partir de ahí no hay acotamiento, pero el
tráfico que nos pasa maniobra civilizadamente. Casi casi no extrañamos la
terracería.
Hacemos parada en Ocoroni, para comprar algunas
cosillas en la tienda y comer. Mientras estamos ahí la mayoría de los carros
que pasan, pasan lento y saludan a la gente que ven. En un momento pasa una
troca con dos hombres sentados atrás y, apenas visibles, los chalecos antibalas
que traen puestos. Mientras sigo masticando las papitas en mi boca, me fijo que
la troca no tiene placas y que, además, pasan sin saludar a nadie. También me
fijo que para el resto de la gente a mi alrededor, esa troca es invisible, y
como un consejo implícito en el aire, decido que para mí también lo es.
En Sinaloa de Leyva vamos a la Cruz Roja a pedir un
espacio para acampar. A la entrada una vieja placa dicta “Casa de posada para
enfermos pobres”. Una vez dentro, nos prestan el cuarto de cocina para
instalarnos. También hay internet y regaderas. Yo uso lo primero pero no lo
segundo.
Durante nuestra noche ahí llegan dos casos. Ambos
accidentes de motocicleta, ambos en estado de ebriedad. David y yo vamos a una
taquería cercana por nuestra dosis diaria. No dejan de circular vehículos con
música de banda. Al volver a la Cruz Roja nos llama la atención un anuncio en
la ambulancia. Hacemos varias (y muy malas) bromas al respecto, pero no cabe
duda de que es otro reflejo de la realidad que se vive en la zona.
Al día siguiente, de nuevo despertarse antes de la
salida del sol. Ya empacados nos despedimos de nuestros huéspedes y les
agradecemos sus atenciones. Sin avisarles, les dejo una foto en la puerta del
refrigerador.
Aún es temprano y el río Sinaloa ofrece una agradable
vista.
Por el tiempo que disponemos, que cada vez es menos,
David y yo decidimos dejar la diversión atrás y llegar a Culiacán por la
carretera de cuota (dos días) en vez de nuestro plan original (tres días). En el
camino conocemos a Gilberto, quien nos escolta por un rato hasta que llegamos
al inicio de la Carretera de cuota.
Atrás quedó el silencio de los caminos secundarios. A pesar
de tener acotamiento, es imposible ignorar la sensación de un vehículo
pasándote a más de 100 km/h. Por primera vez desde que empezó el viaje, ambos
nos ponemos audífonos con música para distraer un poco la mente.
De los 120 km del día, los últimos tomamos una
desviación que descubrimos en el mapa. Un pequeño tramo de terracería que nos
hace destensar los músculos y volver a platicar.
En Colonia Agrícola México nos quedamos en la Sindicatura.
Al llegar, la encargada del Registro civil sale de su oficina para
cuestionarnos alegremente acerca de nuestro viaje. Minutos después la vemos
cerrar su oficina, y se acerca a nosotros. Nos entrega un papelito y nos dice
con voz baja, “Es la clave del internet. No digan que se las di porque se
supone que sólo es para mí”. Luego se despide y se va. Más tarde, como es
costumbre, salimos en busca de los tacos de cada día. Mientras cenamos las mujeres
que atienden el local nos preguntan sobre lo que hacemos. Nos muestran también
una foto de la carretera Mazatlán – Durango, cerrada por nieve. Nos ofrecen una
casa que está vacía donde podemos pasar la noche si queremos. Cuando les
decimos que estamos bien donde estamos (ya habíamos instalado nuestro
campamento) nos dicen que si nos da frío podemos volver y pedirles cobijas… A
la mañana siguiente los dos oficiales de policía en turno preparan desayuno y
nos invitan a comer con ellos. Hoy será un día corto, 80km hasta Culiacán, así
que no estamos apurados por salir. David y yo ideamos el plan con el cual
sorprenderemos a Emmanuel, nuestro amigo que, aunque él no sabe, nos va a
hospedar ésta noche, y es una de las razones por las cuales éste viaje se está
haciendo.
Cuando estamos saliendo del pueblo volvemos a pasar
por la casa de la señora de los tacos de anoche, que está regando su jardín. Al
vernos sonríe y nos grita “¡Que tengan buen viaje!” mientras dice adiós con la
mano. Ah, la gente de Sinaloa…
Vaya, por fin puedo conocer a mi tocayo. Cuando pasé por Obregón David había salido un par de días antes y lo mismo me pasó en Álamos. Me preguntaba cómo sería ese tocayo y ahora lo voy conociendo por fotos y en ésta pequeña crónica.
ResponderEliminarSaludos desde Guamuchil... aunque mañana salgo para Culiacán por la libre.
David
Hey David tienes alguna forma para yo poder seguir tu viaje? Fb o algo así. Ya llegamos a Durango!
EliminarSaludos Daniel y que Dios este con ambos. Un fuerte abrazo!
ResponderEliminar¡Gracias de parte de los dos! Va el abrazo pallá también :D
EliminarQue bellas fotos, especialmente la del campanario el pan y el puente. Dios los acompañe, que sigan disfrutando su viaje y lleguen felices a Durango.
ResponderEliminarTéinks :3 Al ratillo te mando más fotos, porque quién sabe cuándo las vaya a subir acá, no he escrito nada :B ilu ;*
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