El año pasado, mi pareja
Karla (@karlatrobles) y yo (@perdidoenbici) hicimos la mitad norte de la ruta Baja Divide (www.bajadivide.com) la cual pronto, y justo como lo
esperábamos, se convirtió en la ruta más difícil que hayamos hecho hasta
entonces, pero también una de las experiencias más satisfactorias de nuestras
vidas así que cuando volvimos a casa no dejábamos de pensar en volver para
hacer la segunda mitad.
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La Iglesia de Santa Rosalía, construída por Gustav Eiffel (el mismo de la torre) y traída desde Europa desarmada en barco. |
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Estación de Bomberos de Santa Rosalía, conocida entre biciviajeros como lugar para pasar la noche. |
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Pedaleando entre florecitas que olían rico. |
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Tai Chi, de Japón, tenía siete meses de haber salido de Alaska con destino Argentina. |
Nuestra fecha para
regresar por fin llega y un ferry nos lleva de nuestro estado hogar, Sonora, a
Santa Rosalía en Baja California Sur, una pequeña ciudad con edificios estilo
villa europea y famoso pan dulce. Los locales dicen que todo el que prueba el pan
dulce acaba volviendo a Santa Rosalía: a mi sólo me tomó cuatro años después de
mi primer viaje en bici por Baja California. Pero antes de subirnos a la ruta
oficial de la Baja Divide decidimos hacer un pequeño viaje de calentamiento,
aún siguiendo caminos de tierra pero con mucha menos elevación. Una amiga nos
había invitado a visitarla en una pequeña isla que está a 20 minutos en lancha
de esa característica punta con forma de aleta de tiburón al oeste de la
península, así que trazamos una ruta contenida en su totalidad por la Reserva
de la Biósfera El Vizcaíno, una de las reservas más grandes de México.
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Ritual para hacer acampada. |
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Ave cuyo nombre desconozco. |
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Uno de los talentos locales de La Bocana. |
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Iglesia de Punta Prieta. |
Después de un par de
días en pavimento llegamos a Punta Abreojos donde un ciclista local nos ofrece
su casa para quedarnos y nos comparte historias de sus rodadas en las brechas
en las montañas visibles desde el sitio donde acampamos anoche. Se dice que hay
una Misión enterrada escondida en algún lugar y que ha habido casos de gente
que después de haber subido a esas montañas, vuelve incapaz de hablar. Después
de Abreojos pedaleamos por dos días sobre un camino de tierra lleno de
permanentes y mucho viento de frente hasta que llegamos a Bahía Asunción, y en
el camino nos topamos con varios lugares donde animales de peluche colgaban de
los letreros o postes, una imagen que nos causaba preguntas.
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Peluches misteriosos. |
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Perrito de Bahía Asunción que comió tacos con nosotros. ¿Cómo decirle que no? |
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Jesús "El Chayo", nuestro salvador. |
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Rodando hacia lo desconocido. |
En Bahía Asunción nos
damos cuenta que el cassette de Karla está un poco suelto pero no tenemos las
herramientas necesarias para apretarlo, así que resignadamente decidimos
continuar deseando que aguante hasta llegar al taller de bicis en Vizcaíno,
para lo cual aún nos faltan varios días. Justo en ese momento un hombre que iba
pasando nos saluda y nos dice que él tiene herramientas así que lo seguimos a
su casa, y mientras arregla el cassette nos cuenta sobre los talentosos
ciclistas locales que han ido a competencias nacionales. Con la preocupación
quitada de nuestros hombros le damos gracias a nuestro ángel del camino Don
Chayo y continuamos hacia una pequeña franja de montañas donde la calidad del
camino mejora al igual que el paisaje. Poco antes de la puesta de sol llegamos
a un pequeño e inesperado rancho donde una amable pareja nos ofrece un lugar
para acampar y tantos frijoles, queso y tortillas como nuestros estómagos
pueden aceptar.
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Este rancho en medio de la nada tenía mejor Wifi que muchos pueblos. |
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Una mañana fantasmal. |
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Rosita, navegante del desierto. |
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Aunque íbamos de una costa a otra, había que atravesar unas montañas. Siempre hay que atravesar montañas. |
La mañana siguiente nos
despertamos en una niebla que nos envuelve por un par de horas. Una carretera
poco traficada nos lleva a Bahía Tortugas, un pueblo cubierto de arena donde
volvemos a ver los animales de peluche en las rejas de algunas casas;
pedaleamos sobre un pequeño paso de montaña para volver a bajar a nivel del mar
y llegar a Punta Eugenia, la punta final de la aleta de tiburón. Aquí nos
subimos con todo y bicis a una panga que nos lleva a nuestro tan esperado
objetivo Isla Natividad donde nuestra amiga Ana, que es la doctora del pueblo,
nos está esperando.
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A punto de llegar a la cima. |
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Cruzando de Punta Eugenia a Isla Natividad contoy chivas. |
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Granja de abulón. Estos tienen unos tres años de edad. |
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Foto tomada por la Karlita. |
Natividad es un pueblo
pesquero dedicado a la producción de langosta y abulón y escenario de varias
carreras de ciclismo de montaña. Los recursos llegan cada 15 días por medio de
un bote anfibio y toda la electricidad se corta a las 11 pm, tanto para ahorrar
la gasolina de los generadores como para respetar a la pardela mexicana, la
protegida ave nativa de la isla que los locales llaman “nocturno” debido a sus
hábitos de vida. Llegada la noche, los nocturnos salen de sus pequeñas cuevas
bajo tierra y hacen un sonido extraño, casi espeluznante, que podría
perturbarte el sueño si no te dicen de antemano qué es. También los ciegan las
luces y chocan contra ellas, así que no se recomienda tener luz prendida
durante la noche.
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Esta también. |
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Buscando ballenas. |
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Caminos idílicos I |
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Caminos idílicos II |
Al llegar a la casa de
Ana nos dimos cuenta de que la casa antes de la de ella tenía tres animales de
peluche en el porche, así que finalmente le preguntamos cuál era su
significado. Ana nos cuenta que eso es lo que la gente hace cuando creen que hay
una presencia del mundo espiritual, como forma de tributo para tranquilizar a
cualquier alma errante que pudiera andar por la zona. Nos cuenta que una noche,
ya pasada la hora del apagón, le pidió a los niños vecinos que la acompañaran a
su casa así que caminaron juntos pero cuando se acercaron a la casa de los
peluches se detuvieron y le dijeron que ahí la esperarían para verla entrar a
su casa pero que no se iban a acercar más.
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ola k mira |
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Vista al oeste de la isla. |
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Justo a tiempo para el atardecer. |
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Barrancos. |
Los días en la isla se
nos pasan visitando la granja de abulón, pedaleando las calles sin carros y
viendo delfines y lobos marinos, hasta que finalmente nos llega el tiempo de
irnos de este idílico lugar y volver al mundo real en la California peninsular.
Una vez del otro lado somos bienvenidos por vientos de frente que nos sacan del
camino y complican lo que creíamos sería una pedaleada relativamente fácil para
volver a San Ignacio, donde retomaremos nuestra tan esperada segunda parte de
la Baja Divide. Después de un calentamiento de 500 km creemos que no sufriremos
tanto en el segmento que sigue, el cual tiene un tramo famoso por ser uno de
los más difíciles en toda la ruta. Ruta de las Misiones,
¡aquí vamos!
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El faro de Isla Natividad. |
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Tendedero ciclista. |
qué bonito leer la historia que hemos compartido a través de ti :***
ResponderEliminarHolo ;*** ya mero nos vamos eh?
EliminarBonita historia, también me preguntaba por los peluches. Aquí son muy populares en los camiones de la basura :D. Una abrazo bien juerte
ResponderEliminarEstá curioso verlos en lugares que uno cree remotos, ahí a un lado del camino. Cositas que hacen más interesante el viaje. Gracias por tomarte el tiempo, ¡abrazo!
EliminarYa era tiempo de esta entrada en español, ehhhh.
ResponderEliminarAl perro si no le compartes tacos te los roba, fijo, conozco a los de su clase.
No hizo falta recurrir a la violencia, con su cara de pobrecito fue suficiente jajaja.
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