Preludio
En Patagonia, Arizona, conocí a un grupo de ciclistas
que mostraron interés en rodar del lado mexicano de la frontera. Mi teoría es
que les daba miedo venir solitos, entonces decidieron acoplarse a un nativo
asumiendo que les otorgaría inmunidad a las balas. Nunca se los pregunté, y
espero no sepan español para que no puedan leer esto. El caso es que me di a la
tarea de trazar una ruta, donde pudiéramos rodar un día saliendo de Nogales,
acampar, y volver a Nogales al día siguiente. Es así que cuatro de ellos (Rue,
Lael, Benedict, y Nam) y yo rodamos hacia Santa Cruz, Sonora, por un camino que
va más o menos paralelo a la frontera. En su punto más cercano la barda está a
la vista y basta caminar unos cuantos pasos para tenerla al alcance de la mano.
Más adelante en mi ruta conocí a alguien quien me contó la historia que a
continuación reproduzco. Las fotos corresponden a la rodada que hice con esas
personas que menciono arriba.
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Esta es una historia real. El que me la contó me dijo
que era real, que se la había contado alguien que le había dicho que era real.
Alguien a quien se la había contado alguien que le había dicho que era real, en
algún curso donde preparaban a los aduaneros en el arte de la detección y
prevención del cruce de objetos no permitidos entre fronteras. Así que con el
respeto que se merece, yo le digo a Usted, que dejó de hacer quién sabe qué
para leer este relato, que esta es una historia real.
En algún momento de los ajetreados 90’s, esa década
que todos recordamos con mucho cariño, había un señor de Nogales, Arizona, que
todos los días cruzaba hacia Nogales, Sonora. Bici de carreras, ropa deportiva
pegadita, casco. Todo el kit pues. Saludaba a los migras al entrar a México,
cruzaba el Nogales mexicano, y al llegar a la orilla de la ciudad, daba vuelta
en U y regresaba al Nogales gringo.
Al momento de cruzar de regreso a su país le hacen la
pregunta clásica, aquella que seguramente a muchos de nosotros nos han hecho:
“¿Algo que declarar?”. “¡Marihuana!”, le dice el señor al oficial. El oficial
se ríe, y le hace señal de que pase. Como el señor es muy disciplinado para su
rutina de ejercicio, este acto se repite incontables veces, las suficientes
como para que los oficiales se familiarizaran con la presencia del ciclista, y
la respuesta a la pregunta “¿Algo que declarar?” pasa también a ser un acto
rutinario, como el “Buenos días” automatizado del compañero de oficina.
El caso es que un día llega a la línea fronteriza un
oficial nuevo, un “rookie”, les dicen en inglés. El destino quiso que el
ciclista decidiera cruzar por la línea donde precisamente el Rookie se
estrenaba como preventor del tráfico de ilegalidades. “¿Algo que declarar?”,
pregunta rutinariamente el Rookie. “¡Marihuana!”, responde, también rutinariamente,
el ciclista. Me imagino que el Rookie ha de haber hecho una cara de “WTF?”. El oficial
novato le pide entonces al ciclista experimentado que le muestre la mochila que
trae colgada en la espalda.
En qué momento el ciclista pasó a traer una mochila,
nadie lo sabe. Los oficiales veteranos dejaron de prestarle atención,
probablemente hasta dejó de darles risa lo que el ciclista declaraba traer
consigo. No sé quién se habrá sorprendido más, si el ciclista cuando le piden
que muestre la mochila, o el oficial cuando la abre y se da cuenta de que,
efectivamente, en la mochila hay marihuana. Y no la que uno cargaría para el
toquecín matutino, no, sino paquetes, “ladrillos”.
El ciclista es detenido y llevado a juicio. El Rookie
da cuenta de los hechos, probablemente emocionado de haber hecho su primera
detección, y probablemente también ya planeando el discurso que daría al
momento de recibir el premio del novato del año.
Llega el turno al ciclista de presentar su defensa. Me
dijeron que no había solicitado a un abogado. El juez está listo para
declararlo culpable, dejar caer el martillito, quitarse su peluca victoriana y
largarse a su casa. O sea, la evidencia ahí está, y había sido atrapado
infraganti, ¿qué más se podía hacer? El ciclista habla:
- Desde el primer día que empecé a entrenar los
oficiales me preguntaron que si tenía algo que declarar, y yo efectivamente
tenía algo que declarar, y se los dije. Marihuana. Claramente les dije lo que
traía, y ellos sólo se rieron. Primero uno, luego el otro, hasta que todos
habían escuchado mi declaración, y todos se habían reído de ella. Cada vez que
se me preguntó, yo respondí. Estoy consciente de que lo que hice es contra la
ley, pero en todo caso, los oficiales que me dejaron pasar aun sabiendo lo que
yo traía conmigo tendrían que ser considerados cómplices.
El que me contó la historia me dijo que le dijeron, y
ahora, con el respeto que se merece, yo le digo a Usted, que dejó de hacer
quién sabe qué para leer este relato, que al ciclista lo dejaron irse. Y hasta
le devolvieron la bicicleta. Por cuánto tiempo hizo lo que hizo, cuántas veces
lo hizo, y cuánto dinero sacó de ello, permanecen como preguntas sin responder.
Tampoco se sabe qué fue del ciclista. Dicen unos que cambió de ruta. Dicen
otros que hasta cambió de deporte. Lo que sí queda claro, es que los oficiales
fronterizos jamás volvieron a ver al señor ciclista que hacía ejercicio
cruzando del Nogales gringo al Nogales mexicano.
INcreible historia daniel, el ciclista siempre dijo ls verdad, soy fan de tu blog espero ver historias como estas mas seguidoy que crees mi hermno vio tu video no podia creer, que te conocia y que fueras hermano de pau, ya tines dos FANS de por acá, saludos desde la bella cenicienta del Pacífico (Ensenada B.C.)
ResponderEliminar¡Hey! Qué bueno que te gustó, eso me motiva a escribir más porque a veces lo pospongo demasiado. Espero este verano darme una vuelta por allá, creo que iré a Tijuana pero ya de ahí a Ensenada son unas cuantas pedaleadas. Tengo unas rutas pendientes que hacer por aquellos rumbos. ¡Te aviso cuando quede la siguiente historia!
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