(Este episodio es continuación inmediata de uno previo, que se puede leer en este link )
Un comienzo tarde. Por qué siempre empiezo tarde. Porque no me gusta madrugar, claro está. Y porque me gusta tomarme mi tiempo desayunando. Y luego empaco todo como si fuera la primera vez que voy a salir a la bici. Sumado eso a la confianza de que hoy sólo tengo que hacer 70 km. Sé que la carretera está en reparación, así que quizá tome un poquito más de tiempo de lo normal, pero aún así, 70 km son relativamente fáciles (cualquier distancia de menos de tres dígitos ya me parece relativamente fácil). Me despido de Ivethe y mi nuevo sobrino Óscar, quienes me dan instrucciones de cómo agarrar la salida sur de la ciudad. Hombre, apenas empieza uno a encariñarse con gente cuando ya se tiene que ir.
El caos de Nogales se termina pronto pero el caos carretero
también inicia pronto. Mi día básicamente consistió en pasar de tener tramos de
la carretera nueva para mi solito, a no tener ni siquiera por dónde circular.
Una verdadera patada en el trasero. Mi progreso se ve
constantemente interrumpido por tener que estar buscando por dónde seguir. Pero
de todo el tramo Nogales – Hermosillo (unos 350 km), este fue el único que por
más que busqué, no pude encontrar una ruta alternativa. Al menos hasta Ímuris,
no hay otra opción que no sea la carretera 15. Así que, Dani, de nada te
servirá seguir maldiciendo, tienes que avanzar.
Esta carretera lleva siglos (sin exagerar) en
reparación. Yo no la uso tan seguido y ya me tiene harto, así que no me imagino
cómo estarán los que la usan con frecuencia. Y, por el estado en que se
encuentra, no creo que la vayan a terminar pronto.
Cerca de las 6pm aparece Ímuris en mi horizonte y yo
no podría estar más contento. Contento de salirme de este camino, y contento de
visitar amigos en La Mesa, un poblado cerca de Ímuris. Es en este momento que
viene a mi memoria la información respecto al…digamos…“jefe”…local que me
dieron mis amigos cuando supieron que iba a venir. Antes de desplazarme hacia
La Mesa, confirmo en mis notas el nombre de dicha persona y los nombres de las
personas a quienes voy a visitar, en caso de que alguien quiera saber qué
negocio tengo por ahí. Los 10 km entre Ímuris y La Mesa los cubro en modo
contrarreloj, pedaleando a toda velocidad y sin parar, cuyo momento más
memorable fue haber pasado por un vado con agua corriente y haber salpicado
todo al mi alrededor. En mi cabeza se tomó una foto muy bonita.
Paso dos noches en La Mesa, las horas yéndoseme entre
platicar y escuchar historias, jugar con un gato bebé, y comer naranjas del
árbol del patio y tortillas de maíz hechas a mano. Lleno de agradecimiento, con
ropa lavada y ánimo por continuar mi camino (¡estoy cada vez más cerca de
casa!), me despido y remonto la bici, con la mira puesta en llegar a Cucurpe y
con escala en Magdalena de Kino. 60 km que espero no me tomen el tiempo ni el
tedio que me tomaron los 70 que hice para llegar aquí.
Llegar a Magdalena fue cuestión de menos de una hora,
y al entrar a la ciudad fui invadido inmediatamente por montón de memorias. Yo
viví aquí de los 8 a los 12 años de edad, lo que fue de 4to a 6to de primaria.
Me dirijo al centro por una calle donde reconozco casas de amigos, de maestras,
zonas de juegos, banquetas que marqué con la pintura de mi patineta, mi escuela
primaria…y luego la plaza central, con su catedral que en este momento se
encuentra tomada por escuelantes que posan para su foto de graduación, tal y
como yo lo hice hace 17 años. Busco una sombra y me cuelgo de una red de wifi
abierta, que uso para reportarme con los seres queridos y actualizarme en los
últimos memes mientras me tomo un jugo y como unas galletas que en La Mesa me
regalaron.
Como intencionalmente, la ruta de salida hacia Cucurpe
me lleva a una última dosis de nostalgia: la casa en la que viví en mis años en
Magdalena. Le han hecho ampliaciones, pero sigue intacto el terreno baldío de
enseguida, donde jugábamos en un cerro de tierra, donde mi hermana se espinó
con un choya, donde una vez casi provocamos un incendio por tanta yerba seca,
donde había mil bichos que luego se querían meter a la casa, y desde donde le
tirábamos piedras a los camiones que pasaban (sólo recuerdo haberle logrado dar
a un tráiler, afortunadamente la distancia era suficiente como para que la
mayoría de nuestras piedras ni siquiera llegaran al pavimento…).
Salgo de Magdalena hacia Cucurpe y el camino se pone
guapo inmediatamente. Los sahuaros extienden sus brazos hacia el cielo por todo
el horizonte, y paso por la presa a donde el papá de uno de mis amigos nos
llevaba a pescar. Me pasa la idea de entrar, hasta de pasar una noche por ahí,
pero quizá para otra ocasión.
La carretera está en muy buenas condiciones y a pesar
de que no tiene acotamiento, tampoco tiene demasiado tráfico, los carros me
pasan espaciadamente y a su distancia.
Llego a Cucurpe a las 3pm. Paso un rato frente al
palacio municipal y visito la iglesia, que por cierto tiene montón de escalones
y no tengo idea cómo suben los viejitos que tienen intenciones de ir a misa. En
el palacio municipal pregunto por algún lugar dónde acampar, y la que parece
ser la única persona en funciones a esa hora me indica un área verde que pasé
justo al entrar al pueblo. “Ahí puedes poner tu casa, hay baños públicos, y
nadie te va a molestar, la gente aquí es muy tranquila.” Aún es temprano,
quedan varias horas de sol y podría seguir andando, pero decido pasar la tarde
comiendo papitas y haciendo nada en general, sentado en una banca viendo cómo
el sol cae. Aquí fue cuestión de dos renglones, pero en ese momento fueron
cuatro horas hasta que decidí cambiar de actividad y hacer el tendido. Dentro
de uno de los baños del área verde encuentro un enchufe operante que aunado a
mi flojera de poner la casa de acampar me hace decidir hacer de ese baño mi
casa por esta noche. Es lo suficientemente amplio para mi bici y yo, y estaba
sorprendentemente limpio para ser un baño público (puntos para Cucurpe), así
que aprovecho la existencia de electricidad para cargar mis aparatos y editar
algunas de las fotos que he tomado recientemente hasta que me da sueño.
El día siguiente empieza temprano (¡por fin!). Recojo
mi tendido, desayuno en la misma banca de ayer, y luego empiezo a andar. Hoy
por fin entraré en una zona que desde hace más o menos un año he querido
explorar, una ruta de Cucurpe hacia el sur que según google maps promete
terracería y algunos pueblos que jamás había escuchado su nombre ni mucho menos
visitado. A pesar de ser carretera de buen pavimento y poco tráfico, me alegro
y sonrío cuando veo que aparece el camino que busco.
Que no hace más que mejorar a cada pedaleada que voy,
si yo sabía que por algo esta zona me llamaba. Empieza la característica
melodía que hacen las llantas al rodar por tierra, y yo no podría estar en
mejor lugar, ni en mejor tiempo. Hasta siento que la bici se desplaza solita
por el terreno, como si algo me jalara hacia adelante, como cuando mueves un imán
sobre una mesa con otro imán por debajo, excepto cuando me detengo a admirar
mis alrededores y a tomar fotos, que es muchas veces. Y bueno, ¿cómo no se va a
detener uno?
Voy concentrado en mi pequeño universo, disfrutando
cada curva, parándome sobre los pedales en cada subida, y atacando cada bajada
como si mi bici no viniera con un montón de peso encima, hasta que después de
una curva donde iba especialmente rápido, algo, o más bien álguienes, me hacen apretar
los frenos en seco.
Ahí están, y no se mueven, sólo me observan. Cinco pares
de ojos (y de cuernos), todos orientados en mi dirección simultáneamente. Desmonto
la bici, no quiero asustarlas y que salgan corriendo, porque estamos en un
lugar donde tanto ellas como yo sólo nos podemos mover o para atrás o para
adelante. Así que después de pedirles que sonrieran para mi foto, las paso
caminando por el lado izquierdo del camino, mientras ellas impasibles sólo me
siguen con la mirada, haciendo el eventual movimiento de cola, pero nada más. Una
vez que las paso, remonto y me despido sonando mi campanita, que supongo es un
idioma que ellas entienden. El paisaje ha cambiado del que había cuando empecé
este camino de terracería. Ya no hay sahuaros sino árboles sin hojas, y la
tierra es roja.
Tuape aparece. Lo indica un letrero de concreto a un
lado de un panteón, y detrás están una iglesia y una escuela que está en el
receso del día, con niños jugando en el patio. Me estaciono bajo el letrero
para comerme unas galletas y una fruta, mientras chismeo el panteón.
No me detengo mucho tiempo. El camino me lleva a pasar
cerca de la escuela y saludo con un buenas tardes a los niños y quien supongo
es el maestro, pero apenas obtengo respuesta. Sigo mi camino y al llegar a una
bifurcación pregunto a unas personas por la dirección correcta hacia
Merésichic. “Sigue el río”, me dicen. Un poco más adelante efectivamente se ve
el río, al fondo de un pequeño cañón.
El camino de tierra compactada y lisa cambia por uno
de arena y piedras pero muy pedaleable la mayor parte del tiempo. Claramente estoy
en lo que sería el cauce del río en sus mejores días. Varias veces se vuelve
necesario atravesar el agua, aunque al ser de poca profundidad la puedo cruzar
pedaleando agarrando vuelito.
Después de algunos kilómetros llego a un letrero de
concreto como el de Tuape que anuncia que he llegado a Pueblo Viejo, se ve aún
más pequeño, pero no me detengo y sólo sigo un poco más hasta que aparece otro
letrero del mismo estilo, esta vez anunciando Merésichic (los locales lo
pronuncian “Meresíshi”, con énfasis en la primera i).
Son como las 3pm así que ya es hora de comer. Me aferré
a traerme las dos latas de atún con las que salí desde Tucson pero también me
aferro a hacer todo lo posible por no comerlas (¿Entonces pa’ qué las traes
nomás paseando Dani?). Me acerco a dos personas, un joven y un señor, que están
afuera de una casa viendo el motor de un carro y los saludo. El señor se acerca
y me pregunta qué ando haciendo, yo le explico y luego le pregunto si sabe
algún lugar por aquí donde vendan queso, que desde hace rato se me venía
antojando un sándwich de queso con una salsita que traigo en algún lado de la alforja
izquierda. El señor en vez de decirme a dónde ir me dice que él me invita a
comer, y que pase a su casa. En el porche nos encontramos con su esposa, y el
señor le pregunta si puede poner a hacer unas quesadillas. Nos acomodamos en la
cocina y mientras el señor se rifa un café de talega, veo cómo la señora echa
un montón de quesadillas al comal, por lo cual asumo que ellos también van a
comer.
Pero no. Minutos después las pone todas en un plato y
me lo pasa a mí. Yo le digo que son un montón pero ella dice que ellos ya
comieron, así que no me queda más que echarme un clavado a la alberca de
tortillas de harina con queso derretido y frijoles (Lo siento. De nuevo, no hay
foto, pero son unas quesadillas, no cuesta mucho imaginárselas). Supongo que
después de todo no eran tantas, porque me las comí todas al mismo tiempo que
conversábamos. El señor es jubilado y trabajó muchos años en la construcción de
caminos y carreteras en Sonora. Se conoce cada camino que le menciono que he
recorrido dentro del estado, y me da información sobre otros que planeo
conocer. También me confirma que, como yo lo pensaba, no es posible ir de
Nogales a Ímuris por otro camino que no sea la Carretera 15. Nos despedimos después
de casi dos horas de plática y yo les agradezco y los amenazo con regresar por
más quesadillas con frijoles como excusa para volver a hacer este camino que
tanto me está gustando.
Con el tanque lleno y el entusiasmo de estar cada vez
más cerca de casa, pedaleo con ganas y sólo me detengo para hablar con un señor
a caballo que me platica sobre los ranchos de alrededor. Definitivamente tengo
que volver y explorar más esta zona. Me toma poco tiempo llegar al siguiente
poblado, Opodepe. Este lugar tiene finta de ser más grande que los anteriores,
así que me meto a explorar tantito. Primero ruedo sin rumbo por calles angostas
y luego le pregunto a un muchacho cómo llegar a la iglesia. Al llegar a ella
noto que está cerrada pero creo que hasta ahorita es la que tiene la fachada
más detallada.
Después voy a la plaza y me encuentro con un mural que
me gustó para una foto de la bici, y mientras saco la foto sale un señor de un
edificio de gobierno quien se presenta y después de informarse de qué ando
haciendo, me pregunta si necesito algo por el momento y me ofrece hospedaje
para cuando quiera volver a pasar por ahí. Yep, definitivamente tengo que
regresar.
Saliendo de Opodepe el camino deteriora, y mucho. Al ser
más traficado que el tramo anterior, está lleno de permanentes y mi bici y todo
lo que ella carga rebota de un lado para otro, incluyendo mi trasero. Me faltan
30 km para llegar a Rayón, mi objetivo del día, y me quedan unas dos horas y
media de luz. En un terreno en mejores condiciones eso no sería problema, pero
aquí, donde todo brinca, cuesta mantenerse a 10 km por hora. Después de un rato
puedo sentir una ligera comezón en una nalga, sensación que reconozco como una
incipiente rozadura. Pero no quiero detenerme. Quiero llegar a Rayón antes de
que se meta el sol porque aún debo buscar dónde pasaré la noche. Además, entre más
pueda avanzar hoy, menos tendré que hacer mañana, y yo mañana quiero cenar en
mi casa, después de más de dos meses fuera. Si llego a Rayón hoy, mañana sólo
me quedarán 105 km hasta Hermosillo.
Llego a Rayón a las 7 pm, después de haber hecho 90 km
desde Cucurpe. Estoy lleno de tierra, mis muslos se sienten pesados, la comezón
en la nalga ha pasado a ser un pequeño ardor, y en general me siento bastante destruido,
sobre todo por esos últimos 30 km. Yup, esos no se me antojan hacerlos de
nuevo. Pero ya estoy aquí, hora de resolver el asunto ese de “dónde voy a pasar
la noche”. Un muchacho en un expendio se acerca y me saca plática, y cuando le
pregunto si hay oficinas municipales o policía para ir a preguntar por un lugar
para acampar, me dice que lo espere para que haga una llamada. Minutos después
vuelve y me dice que me puedo quedar en casa de su papá, que tiene una tienda y
mucho patio. Sigo sus instrucciones y llego a una tienda, y al entrar me
presento con quien supongo yo es el papá del muchacho del expendio. El señor
atiende su negocio desde detrás de un escritorio y todos los que entran le
hablan con familiaridad. Ya un poco más tarde cuando se despeja de gente es
cuando empezamos a platicar en forma mientras él pone una cafetera y comemos
pan dulce de cochito. Se presenta como Héctor, con él trabaja un muchacho
joven, y me acabo de dar cuenta de que no recuerdo su nombre, así que lo llamaremos
César. Cruzamos el patio invadido por gallinas y pichones y me ofrece un cuarto
enseguida del de César. Mientras él y yo nos preparamos para dormir platicamos
un poco sobre nuestras vidas. Ya que estamos acostados, oigo que César pone
unos corridos en su celular. Uno de ellos empieza con un tipo amenazando a otro
para que “retire a su gente” o le va a desaparecer hasta a sus mascotas. Definitivamente
no es ninguna canción de cuna y no estoy seguro de que sea buena idea que esa
sea la última información que llega al cerebro antes de dormirse. Cuando se
termina la canción César me dice “Qué pesado está el X, ¿vedá?” (No repetiré el
nombre por no hacer promoción), yo no tengo idea de quién está hablando, aunque
asumo que es el personaje de la canción que se acaba de terminar. Le digo que
no sé quién es el X, y él me explica que es un narco de no sé qué parte de
México. Yo respondo con algo que suena como un mugido y no pregunto más, la
verdad es que sólo quiero dormir pero no logro acomodarme y cada vez que me
muevo, la base de la cama hace un ruido que me vuelve a despertar.
Muy temprano suena una alarma viviente, un gallo que
suena como si estuviera parado encima de mí gritándome a la cara. César se
despierta y empieza a hablar como yo le hablo a mis perritas, resulta que el
gallo vive dentro de su cuarto, le pide que se calle y se vuelve a quedar
dormido. Yo logro dormir un poco más pero después ya no es solamente ese gallo
el que canta sino todas las aves que viven en el patio, y no queda más que levantarse.
Mientras nos alistamos se escucha de nuevo el corrido que cerró el día
anterior, linda manera de empezar el día. César sale de su cuarto ya vestido
con el gallo alarma en sus manos. Me explica que era un gallo de peleas que le
compró a un amigo cuando el gallito se quebró una pata en una pelea y ahora él
lo quiere tener para crianza. Tiene nombre y cuando César lo dice en voz alta,
el gallito reacciona con cacaraqueo y volteando a todos lados. Salimos hacia la
tienda donde Don Héctor ya tiene una cafetera sobre la estufa y una bolsa de
pan dulce, y desayunamos mientras me hace una oferta de trabajo que no puedo
revelar por ahora pero que juro que es 100% legal (“Si Dani no va al trabajo,
el trabajo va a Dani.”)
A las 10 am me despido y empiezo lo que debería ser mi
último día de pedaleo, el día en que vuelvo a casa después de dos meses fuera (¿cuántas
veces he dicho eso?). 50 km desde Rayón a San Miguel de Horcasitas con un
trecho de terracería, y 60 de ahí a Hermosillo, todo pavimentado. El trayecto
empieza con un tramo pavimentado y casi sin tráfico.
Y después de un rato hay que dar vuelta a la derecha y
tomar un camino de terracería que me dijeron que está mejor que el último tramo
de ayer y que espero sea verdad, porque la rozadura disminuyó con el baño y
durante la noche, pero aún está sensible.
El camino está bien bonito, aunque no entiendo por qué
hay tantas subidas si se supone que Hermosillo está a menos altitud que Rayón. Esto
empeora la ansiedad que ya de por sí siento por llegar a casa, que no la había
sentido sino hasta que recordé que ya estaba cerca de casa. Entre más cerca,
más ansioso por llegar. Intento ir más rápido pero me doy cuenta de que aún no
me he recuperado de la jornada de ayer, y simplemente no estoy rindiendo. Las subiditas
me cuestan más y me hacen maldecir en voz alta, alternando con “¡Qué bonito!”
cuando veo algo, pues, bonito.
Cuando tienes una distancia de 60 km por delante, y
vas a 20 por hora, calculas que llegarás en tres horas. Una hora después te
faltan 40 km, pero por cualquier razón, ahora tu velocidad es de 10 por hora. O
sea que, ahora estás a 4 horas de tu destino. O sea que, ahora estás más lejos
que lo que estabas cuando empezaste. Ahora, si insertas ese pensamiento en la
cabeza de un tipo agotado, que ya quiere llegar a casa pero ahora la ve más
lejos que al inicio del día, y que aparte de todo, tiene una rozadura en la
nalga, quizá se pueda uno imaginar mi situación emocional. Con un camino que no
deja de ascender (al menos para mi impresión) y que por lo tanto no me deja
retomar velocidad, llegar a San Miguel de Horcasitas parece tomarme todo el
día.
Llegando al pueblo me estaciono frente a la iglesia y
me echo una siesta tirado en el suelo. Debería estarme moviendo. Son las 2 pm y
aunque el resto del camino es pavimentado, todavía me faltan 60 km hasta
Hermosillo. Para autoanimarme un poco, me dirijo a la tienda donde veo que un
señor estaciona su caballo, compra una soda de tres litros, y luego cruza la
plaza de nuevo con su soda en mano y su caballo haciendo el clak-clak de las
herraduras sobre la calle. Me compro unas papitas y un clamato y se dan las 3
de la tarde. Debería estarme moviendo. Me forzo a mí mismo a remontar y agarrar
camino pero se siente parecido a cuando ya estás lleno y por cualquier razón tienes
que seguir comiendo: empezó como una actividad placentera y deseada, pero ahora
quieres parar, o sabes que vas a vomitar. Eventualmente paso un cúmulo de casas
con un expendio y en mi distracción no me doy cuenta de que hay un tope. Mi bici
lo brinca como puede pero unos metros más adelante percibo esa sensación pesada
que conozco más que bien. Me detengo y miro la llanta de atrás para confirmar
que me ponché, probablemente por la manera brusca en que pasé el tope. Justo lo
que me faltaba, una descompostura. Una descompostura que en ocasiones pasadas para
evitar llegar demasiado tarde al trabajo he podido arreglar en diez minutos. Pero
aquí, fue igual que si se me hubiera partido la bici en dos. Pondero mis
opciones. La más obvia es, por supuesto, parchar la llanta. Pero si no estoy de
ánimos de pedalear, mucho menos lo voy a estar de quitar toooooooodo de encima
de la bici, buscar el agujero, buscar qué lo causó, parchar el agujero, y luego
hacer todo el proceso inverso. Intento pedir raite durante quince minutos, pero
pasan pocas trocas y de las que pasan ninguna se detiene. Son casi las 5 de la
tarde y el sol claramente ya está cayendo. Aún a 30 km de la ciudad, no hay
manera de que llegue pedaleando a casa antes de que oscurezca. Así que camino
con mi bici lisiada al expendio, donde atiende un muchacho que se entretiene en
su teléfono. Le presento mi situación y le pregunto si puedo hacer una llamada,
porque mi celular, que ya venía fallando desde antes, ahora simplemente ha
dejado de registrar señal. Marco el número mágico, el único que no debes nunca
jamás olvidar. El número que conecta con la más grande sensación de seguridad,
con el refugio de todo lo extraño del mundo exterior. Un par de tonos después contesta
una voz más que familiar, que mi cerebro asocia con el rostro que me propuse
vería hoy y con el que iría a cenar algo que a los dos nos guste. Al oír su
voz, siento cómo mi barba desaparece, me vuelve a crecer cabello, me vuelvo más
bajito, se me aclara la piel, me enflaca el cuerpo, se me disminuyen las
ojeras, y se agudiza mi voz en el momento preciso en que la uso para decir, “Hola
mamá, ¿puedes venir por mí?”.
Ruta realizada en este relato:
Pinshi desmadre la carretera, no sabía que viviste en Magdalena, como si no comieras muchas quesadillas sin hacer nada, recuerdo que me escribiste desde ese baño, espero haberte mandado memes, que bonito observar los cambios del camino, ver sahuaros en el camino es muy fav, te hubieras tomado una selfie con las vacas, quién es X, Popó, Qué te dijo tu mamá?. Feliz cumpleaños, Daniel.
ResponderEliminarYa me tiene harto we, tres años, quesadillas are love, lol sicierto te dije que estaba durmiendo en el suelo de un baño, sí me enviaste memes como siempre :3, está chilo cómo va cambiando el suelo y la vegetación, sahuaros creciendo hasta donde alcanza la vista, no time for selfie mejor les tomé foto a ellas, es cualquiera de todos los narcos de México, Popó. Gracias wuuuuuuuuuuu :D
EliminarFeliz cumpleañoooooos!!!!!! <3
ResponderEliminarGracias Lil, qué shilo que nos vimos en la rodada :D
EliminarPD: Arregla tu bici xD