En memoria de Crzysztof Chmielewski y Holger Franz Hagenbush
Prólogo: en esta ocasión, "Perdido en Bici" se place de contar con la colaboración de una invitada especial, Karla Robles (https://www.instagram.com/karlatrobles/), socióloga con maestría en Ciencias sociales, feminista, amante de los animalitos y ciclista urbana, que con esta experiencia se estrena en el mundo de viajar en bici. Su texto está en color morado y grueso, el mío en negro estándar. Las fotos que no tienen mi marca de agua son de ella.
Mi alarma esta mañana es el traqueteo de carros que transitan por una calle en mal estado, pero por más que busco el botón, no logro apagarla. Los carros no dejan de pasar. En un momento hasta me parece oír un tráiler, porque el ruido tardó mucho en irse. Todavía en el último nivel de sueño me pregunto qué rayos hace un tráiler en una calle del centro de un pueblo, pero me rehúso a abrir los ojos. Mi cerebro se despierta antes que yo para recordarme algo: estoy dormido en la cochera de la casa de alguien que no conozco. Y esta vez no estoy solo, esta vez he invitado a alguien a mis bicitonterías y para su mala suerte, me dijo que sí. Entonces me forzo a despegar los párpados, para evaluar en qué situación nos he metido a Karla y a mí.
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Abro los ojos y veo el techo blanco de la cochera en la que decidimos pasar la noche. Me siento sin salirme de mi sleeping, y veo que la mañana ya lleva rato que llegó. La calle está a unos cinco metros de mis pies y pasan carros muy seguido, de todo tipo, los que llevan más prisa hacen más ruido porque caen en todos los baches posibles. Por la banqueta pasan algunas personas caminando. Una señora de paso apurado voltea a verme e inmediatamente gira su mirada a otro lado. Un perro con finta de que sabe exactamente a dónde va pasa sin voltear. Un señor que no lleva prisa se toma el tiempo de darme los buenos días, y yo ahí con mi cara de recién levantado. Qué digo levantado, si ni siquiera he salido del sleeping.
Volteo a mi derecha y veo a Karla. O eso creo, porque todo lo que veo es un bulto. Con el zíper del sleeping verde cerrado por completo y tapada de pies a cabeza da la impresión de ser una oruga gigante. Acerco un poco mi oído y oigo que la oruga gigante respira profundamente. Estamos en el suelo de una cochera de una casa extraña en un pueblo extraño con carros extraños que no dejan de pasar con su ruidazo, y ella respira profundamente. Y yo aquí preocupado de que Karlita no fuera a estar incómoda. Entonces oigo que detrás de mí se abre una ventana, y una voz femenina nos dice “Buenos días”.
Pero, supongo que habría que explicar cómo fuimos a dar aquí, ¿no?
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CÓCORIT
Como todo transcurrir del tiempo, voy conociendo gente agradable, de la cual siempre aprendo, que admiro y trato de mantener en mi vida. Daniel es uno de ellos, él tomó la decisión de cambiar su “chip”, de cambiar su vida, de ir contra el sistema, de vivir y perderse en su bicicleta y ser feliz. Cuando lo pienso a él vuelvo a retomar la esperanza, que un mundo mejor es posible. Daniel aquí “Dani” lleva años arriba de su bici, visitando lugares preciosos, compartiéndonos lo que ven sus ojos por medio de fotos, lo que su cerebro recuerda, lo que siente y lo que aprende en historias escritas. A Dani le gusta tanto hacer viajes en su bici que todavía no termina uno cuando ya está planeando el siguiente, siempre lo dice, y efectivamente, todavía no llegaba de donde andaba cuando me invitó a recorrer los 8 pueblos Yaquis en bicicleta aprovechando que se aproximaba la Semana Santa, me pareció una idea maravillosa, ver de cerca las ceremonias desde su origen, en la comunidad Yaqui, en su espacio, yo acepté.
Los Yaquis o Yoemes (que significa gente) son uno de los grupos étnicos de Sonora, apegados a la religión católica pero con sus propias costumbres y tradiciones. Los Yoemes celebran la Semana Mayor o Semana Santa de manera distinta a los “Yoris” (los que no somos Yaquis, los blancos), la tradición marca que durante los 40 días de cuaresma se revive y rememora la vida de Jesús, su vida en austeridad y la confrontación de valores individuales y colectivos por medio de rituales sagrados y prácticas conductuales diferentes a las habituadas como, el ayuno, la abstinencia al placer carnal y el consumo de carnes y bebidas alcohólicas. Algunos de estos rituales representan las fuerzas negativas y positivas de la humanidad y transcurre en diferente intensidad, eso iban a presenciar nuestros ojos, eso íbamos a vivir nosotros, en nuestras bicis, ¡qué afortunados!
Ayer por la tarde salimos de Obregón con la misión de recorrer los ocho pueblos Yaquis y presenciar la celebración de Semana Santa en cada una de estas comunidades. Tenemos de miércoles a domingo, es decir, cinco días, para recorrer Cócorit, Bácum, Tórim, Vícam, Pótam, Rahum, Huiribis, y Belem, en ese orden. La distancia entre cada uno de los pueblos no es muy larga, y eso nos conviene mucho, teniendo en cuenta el tiempo que pasaremos asistiendo a la ceremonia en cada lugar.
Al llegar a Cócorit el sol ya se había metido, así que después de merodear un poco en la plaza principal, nos sentamos a comer un elote en una banca. Un señor en una bici de cuatro ruedas (¿cuatricicleta?) se nos acercó y nos preguntó de dónde veníamos. Le explicamos nuestros planes y al enterarse que no teníamos lugar para pasar la noche, nos ofreció su patio. El único detalle era que debíamos esperar hasta las 10 pm para ir a su casa, porque primero iría a darse una vuelta al billar. Nos explicó cómo llegar y se fue, y nosotros relajamos los ánimos, contentos de tener un lugar dónde quedarnos hoy.
Resuelta la cuestión del hospedaje, nos lanzamos hacia el Konti que es la zona de Cócorit donde viven los yaquis. Cruzamos el canal y a partir de ahí todo fue solemnidad: hoy se conmemora la Noche de las Tinieblas, que no es precisamente un festejo, porque la tradición indica que hoy es el día en que los judíos deciden apresar a Cristo. También cambian un poco las reglas. Para empezar, no está permitido el registro gráfico de la ceremonia. En pocas palabras, está prohibido sacar cámaras, celulares y cualquier aparatito de esos. Esto, aunque ya lo sabíamos de antemano, es la mayor dificultad a la que nos enfrentamos Karla y yo. Deja tú el tener que ponernos pantalones (también es parte de las reglas no andar por ahí enseñando pierna), el no poder tomar fotos va a requerir que nos amarremos las manos, so pena de ser despojados de nuestros preciosos medios de registro fotográfico. Así que nos programamos para disfrutar como se hacía antes, viendo con los ojos directamente y sin pantallas de por medio.
El chapayeca
La prohibición de las fotos tiene su razón de ser, y me fue explicada en una visita previa a este lugar: dentro del ritual yaqui y mayo de Semana Santa, existe un personaje muy particular con el cual la gente de Sonora y Sinaloa está muy familiarizada: el fariseo, o “chapayeca”. Temido por muchos y respetado por otros, el chapayeca es prácticamente el actor principal de todo el escenario yaqui de Semana Santa. Con sus variantes de un lugar a otro, en general consiste en un ser cuyo cuerpo está cubierto con ropa de manta y lo que parece una cobija de esas de barbitas; cascabeles a la cintura y pantorrillas llamados “tenabaris” hechos de capullo de mariposa, y el rostro cubierto por una máscara de piel de animal (aunque en tiempos modernos parece haber una apertura hacia máscaras de otro tipo de materiales y de personajes de la cultura popular), y armado de una espada y un cuchillito hechos de madera y pintados de blanco con adornos de colores. El chapayeca es resultado del sincretismo entre las creencias yoemes y la religión católica, y representa al fariseo, al judío que abogó por la encarcelación y crucifixión de Cristo hace como dos mil años. El último día de la Semana Santa, todas las máscaras de los fariseos se apilan y se les prende fuego. Con la quema de máscaras, se queman también las deudas del hombre detrás de la máscara, y por ello no debe de quedar registro de ella, o el fariseo y todo lo que conlleva no habrán muerto, sino que permanecerá en la tierra, vivo.
Durante la cuaresma y la semana santa el chapayeca deambula por las calles del pueblo, con una posición encorvada y las rodillas ligeramente dobladas, inhabilitado de voz pero no de interacción con sus alrededores: se comunican entre sí y con la demás gente vía golpecitos a su espada, corretea a los niños que lo torean, y señala con el cuchillito todo acto de trasgresión a las reglas de semana santa: una gorra dentro de la iglesia, un reloj de pulsera a la vista durante una procesión, la bolsa de un pantalón que emite luz de una pantalla de celular…todo esto durante los 40 días que dura la Cuaresma más los de la semana santa, y generalmente, por tres años consecutivos. Pero de esos días, los últimos cinco son, para rematar, los más intensos. Y son precisamente esos cinco días los que nosotros vinimos a presenciar.
La Noche de las Tinieblas
Al llegar al Konti, recargamos nuestras bicis en una de las paredes de la iglesia, y nos acercamos a la entrada. Es una pequeña sala rectangular, las luces están apagadas y lo único que ilumina es un triángulo de velas frente a un crucifijo de gran tamaño. Un hombre está parado frente a ellas diciendo unas palabras en yaqui, y a su derecha un grupo de mujeres con las cabezas cubiertas está cantando, también en yaqui. Detrás del hombre hay una fila doble de chapayecas que llega hasta mucho más allá de la entrada de la iglesia, y a su vez la fila es resguardada por otros personajes de la Semana Santa yaqui: los cabos. El cabo, según me explicaron, suele ser un aspirante a chapayeca, pero para ser chapayeca, hay que estar casado. Por eso los cabos suelen ser jóvenes, incluso niños. Ellos parecen estar encargados de que todo transcurra en orden, de que la gente dé el espacio necesario a los fariseos, y de que los fariseos no se aloquen demasiado. Visten pantalón y camisa blanca, con un chaleco y sombrero negros, y un pañuelo que cubre casi toda la cara, también negro. A diferencia de los fariseos, ellos sí pueden hablar, tanto entre sí como con la gente.
La mayoría de los chapayecas visten la máscara tradicional hecha de piel de animal, barbas largas y una expresión facial que parece el intento de sonrisa de alguien que no nació con ese instinto. Pero entre ellos también distinguimos a un Don Ramón, dos pitufos, un Chavo del Ocho, un Ché Guevara, un rockero, un jefe apache, un Homero Simpson, un Memín Pinguín... De alguna manera, la cultura popular ha permeado la tradición Yaqui (que de por sí ya era resultado de una mezcla) y ahora hay una serie de personajes sacados de cuentos provenientes de otros lados.
Los murmullos no dejaban de decir que ya iba a empezar, y de repente los tenabaris resonaban en la tierra, se sintió una energía muy fuerte, como si viniera hacia nosotros una parvada de soldados, y al fondo los vimos, a los chapayekas, y frente a ellos los “cabos” quienes se encargaron de formarnos, abriendo espacio, marcando una línea imaginaria de seguridad con sus machetes de madera, su presencia era tan fuerte y dominante que no te dabas cuenta que solo eran jovencitos de entre 12 y 20 años, hasta que veías sus ojos, llenos de vida, pero con ímpetu de Yaqui.
Dani y yo nos preguntábamos qué había y qué hacían ahí adentro que los hacía estar esperando tanto, me acerqué a una de las entradas por el costado, la iglesia era un salón grande, rectangular, con techos altos, con cuatro ventanas de vidrio con los colores de la bandera Yaqui, rojo, azul, amarillo blanco, nunca he dejado de preguntarme por la presencia de las mujeres de la tribu en las ceremonias, así que fue lo primero que vi y localicé, ahí estaban con sus faldas rosas, verdes, rojas, moradas, y sus rebozos de colores, con su piel de color puro, con sus grietas en la cara y sus ojos café claros, sentadas en el piso al frente, juntas, cantando en su lengua, con su vista fija al altar, sin que les haga falta el aliento, dirigí mi mirada para ver lo que ellas veían, y entonces vi el “tenebrario” lo que parece un triángulo con muchas velas encendidas cubierto de ramas, y un hombre al frente rezando y recibiendo a los chapayekas.
A intervalos y después de una señal proveniente del señor frente al altar, los chapayecas tocan tres veces su espada con su cuchillito haciendo un clik clik clik y luego menean los cascabeles en un gracioso movimiento de cadera y hombros. La fila avanza, y los dos chapayecas que llegan al frente se tiran al suelo, se arrastran por detrás de las velas y de la cruz, y cuando salen por el otro lado, se van al final de la fila. Cada cierto tiempo el señor apaga una vela, que es lo único que me indica que el tiempo sí está transcurriendo y que no estoy atrapado en un mismo momento repitiéndose una y otra vez. Cuando noto que alguien hace algo distinto, le digo a Karla “Mira, ¡ya está pasando algo diferente!”, aunque 9 de 10 veces es sólo una falsa alarma y eventualmente Karla deja de hacerme caso. Hasta que por fin sí pasa algo diferente. Se apaga la última vela, cada chapayeca se hinca en el suelo, se quita la máscara después de haberse cubierto la cara con un pañuelo, y su respectivo padrino o madrina procede a darle de chicotazos en la espalda. Después de un par de minutos, todo vuelve a la normalidad. Con esto, Karla y yo damos por concluida nuestra noche.
Montamos nuestras bicis y volvemos al otro Cócorit, donde todo está en calma. Son unos minutos después de las 10 pm, la hora acordada para llegar y seguimos las instrucciones que nos dio Humberto para llegar a su casa pero cuando llegamos al lugar indicado, todo estaba oscuro y era un poco confuso porque nos dijo que era la casa con una banca enfrente pero la banca estaba justo en medio de dos casas, una de ellas con cochera y la otra no. Así que tocamos en las dos puertas, aplastamos el botón de timbre, pero nadie salió de ninguna. Le sugerí a Karla ir al billar, parte para buscar a nuestro amigo, parte porque se me antojaba una cerveza. Así que fuimos.
Entrar al billar fue la clásica escena que vive todo el que entra a una cantina en un pueblo ajeno, pero sumado el hecho de traer dos bicis cargadas de cosas. Cinco o seis hombres se repartían entre varias mesas y una mujer estaba sentada sobre una de ellas, e iba y venía de la barra cuando le tocaba atender a alguien. Pero ninguno de los hombres era “nuestro” hombre. Karla y yo ocupamos la primera mesa de la entrada y pedimos una cerveza. Un tipo nos saludó desde la barra y le devolví el saludo, y pasó lo que pasa cuando le devuelves el saludo a un borracho: viene hacia ti. Pidió permiso para servirse de nuestra caguama en su vaso, y después intentó decirnos algo pero entre su lengua dormida por el alcohol y el volumen de la rockola no le entendimos nadita. El caballero canceló su intento de comunicarse y yo retomé mi intento de conversar con Karla, aunque ahora ambos (ella y yo) estábamos claramente incómodos por la presencia de nuestro nuevo compañero de mesa.
Cuando notó que la botella estaba vacía el señor hizo seña de pedir otra. Nosotros le dijimos que ya nos íbamos y mientras agarrábamos nuestras bicis la señora del bar nos preguntó si veníamos con Humberto. Lo cual nos confirmó que sí estuvo ahí.
No sé si sería mi perspectiva de vida, que siempre estoy atenta a las miradas lascivas, las insinuaciones y lo desagradables que me resultan, no pude dejar de sentirme incómoda, a pesar de mi deseo de querer disfrutar con Dani el triunfo de nuestro primer pueblo y nuestra primera ceremonia conquistada, pensar en eso me resultaba más molesto, a pesar de todo estaba contenta de estar ahí, en ese o cualquier lugar, decidí que nadie me arrebataría mi felicidad. La única mujer que atendía el lugar había aprendido la dura batalla de lidiar con hombres borrachos y necios, así que parecía ya adaptada, ahí mandaba ella, ¿cuánto tiempo le habrá tomado? ¿Por qué situaciones habría pasado?, no lo sabemos, pero cuando nos terminamos la cerveza y estamos a punto de irnos, se dirigió a nosotros diciéndonos si íbamos con Humberto, nos dijo que estuvo ahí y que mencionó que se tenía que ir porque recibiría a sus sobrinos que venían viajando en sus bicicletas, no desmentimos esa idea, al contrario nos pareció tierna, dulce y solidaria.
Volvemos a las casas de la banquita blanca pero esta vez no tocamos ninguna puerta ni ningún timbre, aunque todavía me di el lujo de derribar un macetero de metal que hizo todo el escándalo que le fue posible. Pero nadie sale. Incluso desconecto el enchufe de la lámpara que ilumina la cochera, y Karla y yo procedemos entonces a acomodar las bicis, y luego acomodar nuestro tendido nómada en el suelo. Nos ahorramos la molestia de la casa de acampar y sólo echamos nuestros tapetes y sleepings al suelo y, contrario a lo esperado (por aquello de estar durmiendo prácticamente en la calle), a ambos nos llega el sueño muy pronto.
Ya casi no sentía mis pies y tenía la nariz helada, apuesto que si me veía en un espejo la tendría roja como siempre me pasa en invierno, pero en cuanto me metí al sleeping fue automática la calidez ¿qué demonios tenía ese sleeping y por qué no me había metido antes ahí?, no volví a saber de mí en toda la noche hasta que a la mañana siguiente sentí la presencia de alguien muy cerca de mí, era Dani cerciorándose de que respirara, me preguntó cómo había dormido con un tono un tanto preocupado, yo sentí como si hubiera estado en mi casa, en mi cama, con mi gatita a un lado, en ese momento descubrí que tenía una maravillosa habilidad, dormir profundamente en cualquier superficie o condición, una amiga me dice que es un súper poder, y ahora lo pienso así, tengo un ¡súper poder! recién descubierto en este tour. Creí que eran las cinco o seis de la mañana cuando vi la hora y eran las nueve, tenía la idea de despertar más temprano para no sorprender a los dueños de la casa.
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Me volteo hacia donde está la ventana y respondo el buenos días, seguido inmediatamente por una explicación apurada de por qué rayos estamos ahí. La voz femenina responde con un “¿Quieren café?”. Yo no tengo muchas reglas en mi vida, pero una de ellas es que siempre que me ofrecen café digo que sí (en mi vida ordinaria no lo tomo). Mientras Karla y yo intentamos quitarnos las caras de dormidos, la puerta se abre y salen la mujer de la voz y un hombre, y nos invitan a entrar. Mientras se sirve el café les contamos con más detalle nuestra historia y resulta que ella es hermana de Humberto, quien nos invitó a su patio anoche y a quien no volvimos a ver. Humberto vive en la casa de enseguida, y basta una llamada para que segundos después aparezca. Nos explica que efectivamente estuvo en el billar y sí llegó a su casa a la hora acordada pero se quedó dormido inmediatamente, y no despertó sino hasta hoy en la mañana.
Nuestros nuevos amigos nos hablan sobre la vida pasada, presente y futura en Cócorit; mucho después de haber vaciado nuestras tazas, Karla y yo nos lanzamos a la calle de nuevo.
No podía estar más agradecida y contenta, superamos un día y empezamos otro con buenas energías, nos despedimos y nos bendijeron, no hay nada mejor que una bendición de alguien desconocido (excepto la de mamá) un deseo de otra persona por tu bienestar, por nuestro bienestar en los próximos siete pueblos venideros. Dani y yo recorrimos Cócorit con luz de día.
Cócorit se caracteriza por sus murales que principalmente son de aves endémicas de Sonora y especialmente de la región de Cajeme, así que dimos un par de vueltas para tomarnos fotos. Humberto nos comentó que le invertían y apostaban al arte y la cultura regional así que los murales estaban hechos por personas del pueblo o de Obregón.
Dani era el experto en rutas, poco antes había descubierto también mi incapacidad para ver los mapas, me parecen poco prácticos cuando estás rodeado de un montón de gente a la que le puedes preguntar, yo siempre he preferido a la gente, y esto tiene sus ventajas y desventajas; la ventaja es que estás en contacto directo con la comunidad, permite la interacción con las personas del lugar en donde estás y de una u otra manera ya no eres tan desconocido; la desventaja, todos te dicen cosas distintas, así que combinábamos ambas, Dani veía las rutas en su mapa, yo le preguntaba a la gente.
BÁCUM
La ruta que tracé por los ocho pueblos está (más o menos) planeada para usar caminos menores, tanto de terracería como pavimento, y usar lo menos posible la carretera internacional, que aparte está en reparación en muchos tramos. Las distancias cortas entre un pueblo y otro nos darían tiempo para presenciar las ceremonias que, como pudimos notar anoche, no son cuestión de sólo un par de horas, sino de un ratote que además no tiene una hora fija de inicio ni de final. Para llegar a Bácum seguimos un camino de tierra que va paralelo a un canal, pasando por campos de cultivo y donde rara vez nos pasa un carro.
Al principio era maravilloso, de lado izquierdo un canal escuchando siempre el correr del agua, brillando por el reflejo del sol, de lado derecho kilómetros de campos de cultivos, infinito color verde, pero después de media hora, una hora o más, por camino de tierra, con piedras filosas, el sol quemándote y “trocas” pasando echándote toda la tierra encima no está tan suave, lo que sí está suave es lo que se ve, lo que se disfruta, lo que descubres de ti misma, definitivamente lo volvería hacer muchas veces más.
Tomamos la carretera y ya estábamos en Bacum, ese no era nuestro destino, lo nuestro era ir a la Loma de Bácum a apreciar las ceremonias, pero ya estábamos muy cerca, nos detuvimos en la iglesia para hacer “check point” y nos tomamos algunas fotos.
Cuando llegamos a Loma de Bácum nos detenemos a unos metros de la iglesia y somos abordados inmediatamente por un par de hombres, quienes nos advierten que no está permitido tomar fotos ni video, mientras señalan a mi lámpara de bicicleta. Yo entiendo que la pudieran estar confundiendo con alguna cámara tipo Gopro, así que les muestro su función real. Ellos se van pero en su lugar se quedan un puño de niños, que inmediatamente empiezan a preguntar cosas una tras otra sin dar tiempo a escuchar ninguna respuesta mientras tocan todo lo que queda al alcance de sus manos, especialmente las campanitas y los cambios de nuestras bicis. Yo no tengo una tolerancia muy alta hacia los niños, mucho menos cuando se trata de niños tocando mi bicicleta y preguntando cosas. Karla y yo avanzamos hasta la iglesia entre voces infantiles que sugieren que juguemos unas carreras a ver quién llega más rápido. Una vez frente a la iglesia recargamos las bicis en la pared, y entramos. La iglesia es similar a la de Cócorit: blanca por fuera, una fachada sencilla, y un espacio rectangular por dentro, aunque bastante más grande. Observamos el austero templo mientras escuchamos que sigue sonando la campana de una de nuestras bicis, señal de que los niños no se han aburrido, y después de un ratito volvemos a salir. Aún no hay actividad, algunas personas se refugian en la sombra de los árboles, y nosotros hacemos lo mismo.
Según la tradición, Cristo es apresado hoy, y parece haber una actitud general de silencio. Un grupo de personas se arrodillan y rezan debajo de un techo de ramas y hojas al que llaman “ramada” y que es básicamente el centro de descanso de los chapayecas. La mayoría de ellos, si no es que todos, son hombres. Observamos un rato y después decidimos volver a Bácum para buscar un lugar para pasar la noche. Al llegar planeamos ir al río que habíamos visto antes, pero antes nos detenemos en un expendio por unas papitas y un par de cervezas. El señor del expendio nos pregunta qué andamos haciendo y cuando le mencionamos la posibilidad de acampar en el río, nos dice que hay un campamento cristiano justo a la orilla del río pero en otra zona del pueblo, que está lleno de casitas de acampar y hay puestos de comida. Karla y yo consideramos la oferta pero por ahora nos dirigimos al río, que ahora está plagado con carros y gente. Aún es de día, y la gente disfruta los últimos rayos de son para tomar unas bebidas refrescantes. Nosotros tendemos un tapete en el suelo a la orilla del río y hacemos lo mismo, aunque nos queda claro que este no será un buen lugar para pasar la noche.
Después de una sobredosis de narcocorridos y gente que se nos acerca demasiado decidimos buscar el lugar que nos dijo el señor del expendio, y hacer el tendido para la noche. Llegar resulta fácil gracias a una serie de letreros y a que desde lejos se oye música. Al entrar sólo tenemos que empujar una reja y nadie nos cuestiona nada en absoluto. Buscamos un pedacito despejado, ponemos la casa, y vamos a los puestos a buscar algo de cenar y explorar el lugar en que nos hemos metido.
Había cientos de casas de campañas, baños, food trucks con luces hipsters, y música en vivo, sí, música en vivo cristiana, de inmediato buscamos un lugar, acto seguido el Dani se comió dos platos de menudo y yo unas quesadillas con frijoles.
El evento era algo así como un Woodstock, pero sin todas esas cosas que tú y yo sabemos que hubo ahí y que no hay aquí. Mientras cenamos toca una banda norteña pero sus letras tienen un claro mensaje de alabanza, con una música y voz que me recuerdan a los de Intocable. Le digo a Karla que seguro se han de llamar “Impecable”, porque pues, no tienen pecado, sin-pecado… ¿entiendes?... Y con esa mala broma llegamos a la conclusión de que es hora de irse a dormir.
Los asistentes del evento no se desvelan mucho ni tampoco madrugan mucho, y esto me hace sentir un cierto agrado hacia ellos. A la mañana siguiente, mientras recogemos el tendido y nos auto-novateamos en el arte de preparar café de camping, podemos oír que alguien desde el escenario ya se está preparando para amenizar la mañana. Volvemos a desayunar en los puestecitos de ahí pero cuando a Karla la llaman “hermana” nos damos cuenta de que llegó el momento de retirarnos.
Antes de agarrar camino de nuevo, pasamos por la iglesia de Bácum y les pedimos prestada la manguera a unas mujeres que (después nos dimos cuenta) estaban por cerrar la iglesia e irse. Nos damos un baño exprés y ellas pacientemente nos esperan afuera, y aparte de todo, nos regalan unos panes benditos y luego nos dan la bendición así como le hacía mi abuelita cuando íbamos a agarrar carretera para volver a Hermosillo desde Juárez.
De nuevo nos encontramos siguiendo el camino paralelo al canal. A mí me encantan este tipo de caminos de terracería, pero siento que Karla no lo está disfrutando tanto. No la culpo. Su bici es una híbrida y las llantas son delgaditas (700x35), y por ello su cuerpo recibe todas las vibraciones del camino. Una rebotadera pues. Afortunadamente, creo que los alrededores están sirviendo de distracción.
El camino hacia Tórim lo percibí como el más difícil, muchas piedras, mucha arena, mucho sol, mucho calor, aquí sentí mi cara secándose con la tierra y cómo ardía con el sol, me preguntaba qué demonios hacía ahí pudiendo estar en casa poniéndome unas mascarillas y viendo Netflix, totalmente relajada en mi semana completa de vacaciones, esto lo pensaba mientras mantenía la cabeza agachaba, mientras veía la irregularidad del camino y sentía que mis piernas ya no podían más a pesar de ir más lenta que una persona caminando, inmediatamente cuando levantaba la cabeza y volteaba al frente y a mis alrededores yo sola contestaba a mi pregunta: “ah sí, ya me acordé del porqué estaba aquí y me repetía que yo era fuerte, que estaba creciendo, que en cada pedaleada me superaba, que mis piernas respondían, que estaba sana, que era un reto personal, que agradecía venir con Dani, que me agradecía por permitirme vivir estas aventuras inimaginables en otro momento de mi vida, que era el mejor momento para hacerlo, que estaba viviendo lo que deseaba, que los paisajes eran hermosos y no los hubiera disfrutado tanto de otra manera que no fuera esa”. Dani parecía tan relajado que cada pedaleada suya sentía que eran mil mías, cada tanto volteaba y sonreía, sentía que era señal de que no la estaba pasando tan mal como yo creía y me relajaba un poco al no sentir el estrés que yo misma me generaba intentando seguir su ritmo.
Nos subimos al pavimento durante un rato y pasamos San José de Bácum por una carretera con poco tráfico, luego tenemos que agarrar tierra de nuevo. Antes de desviarnos nos detenemos bajo una sombra a descansar y nos echamos agua en la cabeza pal calor. Nos faltan sólo 10 km para Tórim pero es terracería y algunas partes están medio arenosas. A la mitad del camino pasamos por Chumampaco, una pequeña comunidad donde unos muchachos como de secundaria están limpiando una escuela, pero sólo nos detenemos para una foto en lo que parece ser la iglesia local.
Antes de llegar a Tórim atravesamos un camino muy arenoso con campos de trigo alrededor, una patrulla se paró a preguntar lo que siempre nos preguntaban, y contestamos lo que siempre contestábamos, siento que la ventaja de nuestra respuesta nos protegía, tal vez nos percibían como dos mushashos con mucha fe católica, pero la verdadera motivación venía de nuestra curiosidad antropológica y el gusto por el cicloturismo combinados. Un San Judas nos dio la bienvenida a un pueblito con casas todavía construidas de adobe, donde se notaban las carencias y el abandono del estado, nos detuvimos un poco a mojarnos de nuevo la ropa y aprovechamos para tomar una foto de nuestras bicis en su iglesia que refleja perfectamente la vida y condiciones de ese lugar.
Al llegar a Tórim contacté a mi amiga Pati quien conoce bien las comunidades Yaquis, me había dicho que la contactara porque ella estaría por esos lugares, la casualidad más grande fue que decidí llamarle desde Tórim y estaba ahí, nos encontramos con ella y dejamos las bicis en la casa de las culturas populares, partimos a la ceremonia, era la procesión, nos advirtió sobre el purismo de esta comunidad, los espectadores no debemos traer ningún accesorio que se perciba como ostentoso en la procesión, Dani se quitó su reloj.
La iglesia estaba en una loma, con ruinas frente a la iglesia y un valle a un lado de ella. Tórim fue donde hubo más resistencia Yaqui durante la conquista y donde se hicieron fuertes protestas armadas, aún conservan las ruinas de lo que fue el castillo militar. Nos formamos para salir, separan a hombres y mujeres en dos filas, no puede haber ninguna interacción, así que perdí de vista a Dani. Al frente de la procesión van los guardianes de la virgen, nombramiento que se da sólo en los días santos, detrás las autoridades también nombradas en la cuaresma, después el pastor de la iglesia y el presidente municipal quien pierde todo poder durante los días santos.
Durante el recorrido las mujeres podemos cargar a la virgen e írnos rotando como símbolo de peregrinación, decidí hacerlo para vivir toda la experiencia completa, solo tenía que ponerme enseguida de alguna mujer que la estuviera cargando y automáticamente significaba que seguía yo, las mujeres se acercan y me ponen un mantel bordado por ellas en la cabeza y una corona de tela con listones de colores, fueron unas cuantas cuadras cuando tocaba el turno a otra mujer, me sentí muy contenta de haber participado de esa manera, era otra yo.
En la distancia veo que Karla y Pati cubren sus cabezas con un velo como el resto de las mujeres, y yo me quito la gorra como el resto de los hombres. Las mujeres se agrupan al centro de la procesión y los hombres nos repartimos en dos filas, una a cada lado del grupo de mujeres. Mientras caminamos, los chapayecas no dejan de juguetear como siempre. Con sus cuchillitos le hacen cosquillas en la nuca a los hombres, les indican que se quiten el sombrero si no lo han hecho, a uno le dan golpecitos en su reloj de pulsera y ya se me hacía que se lo quitaban (yo traigo el mío dentro de la bolsa gracias a la advertencia de Pati) pero le dieron chanza de guardarlo. Cuando me creo a salvo de la furia chapayeca, siento un piquete en la parte de arriba de mi pie: uno de ellos ha puesto la punta de su espada sobre mi pie izquierdo. Lo volteo a ver y me pongo nervioso, nunca había tenido a un fariseo tan cerca viéndome a la cara. Luego volteo al suelo y me doy cuenta que mi calzado desentona con el huarache tradicional que traen casi todos, pero para entonces el chapayeca ya se ha ido a jugar a otro lado.
La procesión da una vuelta por las calles del pueblo y vuelve a la iglesia. Al llegar veo que uno de los chapayecas se separa del grupo y se inclina en una sombrita, se quita la máscara, y después acuesta la mitad de su cuerpo, apoyándose en un codo. No se ve bien. Uno de los cabos se acerca a él y el chapayeca le hace señal de querer agua. La procesión duró cerca de una hora y yo no hice más que caminar con el sol en la cara y ya siento necesidad de agua, pero ellos llevan días, semanas bailoteando envueltos en cobijas con las caras cubiertas. El chapayeca caído se reanima y vuelve a su grupo, luego yo busco a las muchachas y volvemos al centro cultural, donde pasamos un rato platicando con Chayo, habitante de Tórim y amiga de Pati, sobre la costumbre Yaqui y los proyectos que tienen en Tórim.
“La Chayo” platicó que ella y un grupo de mujeres de la comunidad habían realizado un mariposario, un invernadero de mariposas, ante la escasez de tenabaris debían implementar acciones, los tenabaris son parte de la vestimenta de los chapayekas, se hacen con capullos de mariposas y es difícil de conseguir en estos tiempos, así que ellas mismas construyeron este mariposario, ambientado para que las mariposas puedan poner sus capullos y ellas poderlos usar para conservar sus tradiciones. Una pregunta que me venía haciendo ruido desde hace tiempo era sobre la adoración a la virgen maría y su hijo jesús, si los Yaquis fueron de las tribus indígenas que más se resistió a la evangelización, a quién adoraban antes de este acontecimiento?, “La Chayo” me dijo que antes sus dioses eran el sol, la luna y las estrellas, el sol como figura masculina y la luna femenina, y que ahora la tienen en su propia bandera, sin renunciar a sus ancestros, sus creadores, no pregunté más.
Antes de que se haga muy tarde Karla y yo nos despedimos para seguir nuestro camino y hacer los otros 15 km que hay hasta Vícam, nuestro pueblo número cuatro de ocho. Un camino pavimentado nos saca a la Carretera internacional.
El sol caía y yo cada vez me acostumbraba más a tomar el tiempo viendo el movimiento del sol, nos teníamos que mover, el camino fue hermoso, rodeados siempre de mezquites amarillos, con un pavimento que no estaba mal y poco afluencia de carros, y luego salimos a la carretera Obregón-Hermosillo.
No habíamos comido gran cosa desde el campamento cristiano, así que al llegar a Vícam nos detuvimos en unos tacos y ordené unas quesadillas con frijoles, para mi sorpresa, los frijoles eran enteros, en caldo (¡qué rico!) con TOCINO (a una vegetariana no le gusta esto). Una vez comidos, nuestra siguiente preocupación era donde dormiríamos, cruzando la calle había un hotel donde decidimos pasar la noche, el hotel no era para nada como se lo imaginan, o tal vez como yo me lo imaginaba, era de paso, nunca había estado en un lugar así, con esa luz oscura y amarilla, en pésimas condiciones, con cobijas con una figura de un azteca mal dibujado y un baño con fugas de agua que resolvían con tape negro.
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