Karla y yo habíamos planeado explorar una ruta que
lleva rato en mi lista de pendientes: conectar Naco, en la frontera
México-EEUU, con la ciudad de Hermosillo vía mayormente caminos de terracería,
como parte de un proyecto que suelo llamar “La Ruta Trans-Sonora”, que sería
una forma de cruzar el estado mexicano de Sonora de norte a sur, ofreciendo una
continuación de varias rutas en los EEUU tales como la Great Divide, el Arizona
Trail, y la más reciente Wild West Route. Esto se podría, eventualmente,
conectar con la también recientemente publicada Ruta Trans-México, la cual
hasta ahora asume que antes harías la ruta Baja Divide en Baja California. Aunque
no sé por qué alguien desaprovecharía la oportunidad de hacer la Baja Divide,
la idea es poner otra opción en el menú, y pues, Sonora es mi estado hogar
después de todo.
Pero semanas antes de nuestro comienzo, oímos la
noticia de que una familia de mujeres y niños fue atacado por un grupo armado
en un camino cerca del área que teníamos planeada explorar. No supimos qué
pensar al respecto, la información que se difunde de eventos como este siempre
es de muy variado carácter y origen, pero mucho contra nuestra voluntad,
decidimos mejor hacer una ruta que yo había recorrido antes, empezando en la
ciudad fronteriza de Nogales y zigzagueando hacia el sur por un poco más de 300
km hasta la capital del estado y nuestra ciudad de residencia, Hermosillo.
La ruta para salir de Nogales es un horrible inicio
debido al caótico tráfico urbano pero logramos salir y pedaleamos 60 km en una
carretera con acotamiento, tramo que hasta ahora permanece inevitable porque
todo alrededor es propiedad privada o no existen rutas alternativas. Después de
Ímuris finalmente tomamos caminos secundarios y llegamos a Magdalena de Kino,
uno de los dos pueblos mágicos de Sonora. Cada año en septiembre, peregrinos de
varios puntos de la región vienen a visitar a San Francisco Javier, el santo
patrono, quien tiene una reputación de cumplir milagros. Su escultura está
acostada dentro de una capilla y se dice que si logras levantar la figura tu
alma está limpia, pero si batallas o no puedes hacerlo, pues, quizá debas
buscar dónde está el confesionario más cercano.
Aquí nos juntamos con Daniela y Lenin, de Ciudad de
México, quienes han estado viajando desde Tijuana después de asistir al Bike!
Bike! de este año, un evento que reúne a colectivos ciclistas y talleres de
bicis sin fines de lucro. Lenin es ingeniero electrónico y pedalea en chanclas,
con una jarana atada a un lado de la parrilla y una alforja en el otro. Daniela,
periodista y bicimensajera, ni siquiera estaba pensando hacer un viaje cuando
se fue a Tijuana y sólo se había llevado su bici, pero después del evento se
hizo de dos alforjas y decidió explorar el estado de Sonora por primera vez.
Karla y Daniela se habían estado siguiendo mutuamente
por Instagram desde hace tiempo, así que cuando surgió la oportunidad de viajar
juntas hizo falta decir muy poco más. Les mostramos el tipo de ruta que
estábamos haciendo pero les dijimos que, aunque no era lo ideal, no sería imposible
para sus llantas flaquitas, sólo pequeños parches de arena aquí y allá. Además,
la alternativa es una carretera de 200 km en línea recta donde no hay mucho más
que ver aparte de carros.
La mañana siguiente salimos de la ciudad y una
carretera poco traficada nos lleva a Cucurpe, el primero de una serie de
pueblos en las márgenes del río San Miguel que fueron fundados en la mitad de
los 1600´s por misioneros jesuitas con el propósito de convertir al catolicismo
a los nativos Tehuima. Con las lluvias recientes el río está crecido y los
cerros están vestidos de verde. Cuando salimos del abarrotes vemos que un grupo
de niños con uniforme escolar están amontonados alrededor de nuestras bicis
tocando las llantas gorditas; nos ofrecen rellenar nuestras botellas, lo cual
hacen de los bebederos de la escuela, y luego instalamos nuestro campamento en
el centro comunitario.
La mañana siguiente empacamos nuestras bicis y pocos
kilómetros después de Cucurpe entramos al mundo de lo no pavimentado: el sonido
del caucho aplastando la tierra; el tintineo del equipo de cocina dentro de
alguna mochila; y además de vacas, absolutamente cero tráfico. Yendo arriba y
abajo en un camino hermoso en un día hermoso, pienso que no hay otro lugar en
el que quisiera estar en este momento. Algunas horas después llegamos a Tuape,
un pueblo de unas pocas casas, una plaza y una iglesia, donde los niños están
saliendo de la escuela. El único maestro de la escuela está a cargo de todos
los niveles de 1ro a 6to, con un par de niños en cada grado, y todos ellos
dentro del mismo salón. Los niños ofrecen rellenar nuestras botellas de agua,
supongo que debe ser tradición de estos rumbos. Después de comer en la plaza,
continuamos el andar en un camino que va a los cerros y vuelve al río varias
veces a través de una serie de cortas e inclinadas subidas y bajadas.
Distraído por las vistas del camino adelante de
nosotros no alcanzo a ver una roca puntiaguda que hace que mi bici se vaya de
lado y me arroja colina abajo, pero unos movimientos tipo breakdance me salvan
a mí y a mi cámara, la cual traía colgando en la espalda, de azotar contra un
montón de piedras. Me levanto y para mi sorpresa nada me duele, pero alcanzo a
oír un ligero zumbido proveniente de la llanta delantera. Levanto la rueda y
Karla la pone a girar y después de unos minutos de suspenso, el sellador tapa
la ponchadura y mi llanta está a salvo. Recojo del suelo la bolsa de asiento, reemplazo
las correas rotas por unas nuevas, enderezo el manubrio, me pongo un pañal
nuevo y continúo el camino. Más tarde acampamos en un bosquecito de mezquites,
de donde recogemos leña para hacer una fogata que incentiva la conversación
hasta pasada la medianoche.
Ya salido el sol recogemos el campamento y pedaleamos
hacia Meresichic con nuestras mentes puestas en encontrar un desayuno regional
típico, ya que los pueblos de por aquí son conocidos por su queso. Nos cruzamos
con dos vaqueros que nos dicen que preguntemos por Doña Chichí y al llegar al
pueblo nos dirigimos a su casa, donde nos atiende con chilaquiles, frijoles,
huevos y café de talega. Ya con los estómagos llenos continuamos hacia Opodepe,
donde las autoridades locales nos ofrecen un lugar para pasar la noche al
expresar su preocupación de que acampemos en el monte. Este camino le saca la
vuelta al retén militar sobre la carretera principal, así que los carros que
escuchamos anoche probablemente no llevaban quesito. Aceptamos su invitación y
pasamos el resto de la tarde probando los cítricos locales y reportándonos con
nuestras mamás en el wifi de la biblioteca pública.
El siguiente día nos lleva a Rayón a través de un
camino que se deteriora un poco y hace que nuestros amigos de llantas flaquitas
tengan que empujar por la arena, pero ambos expresan estar contentos con
haberse venido por aquí. Lenin habla sobre su idea de conseguirse una bici de
montaña y hablamos sobre distintos tamaños de rueda. Sí, únete al lado oscuro,
pienso para mis adentros. En un punto uno de los tornillos que sostiene la
parrilla de Daniela se rompe, dejando la rosca adentro del agujero. Lenin y yo
nos repartimos sus alforjas y cuando llegamos a Rayón Daniela consigue unas
abrazaderas para que la parrilla pueda llegar hasta Hermosillo. El dueño de la
tienda nos invita una ronda de café de talega y pan dulce, la cual aceptamos
alegremente.
Cuando nuestras tazas están vacías le pisamos al pedal
para hacer los últimos 40 km del día, rodando sobre pavimento de aquí en
adelante. Mi ruta original añade otros kilómetros de terracería pero decidimos
darles un descanso a las bicis híbridas e irnos a Ures, un pueblo al cual irías
por tamales y pan dulce un domingo después de misa. El último trecho de nuestro
viaje de vuelta a casa (al menos para Karla y para mi) se define por varias
horas de pedalear en una carretera muy angosta y traficada, que sirve de
recordatorio de por qué tiendo a mantenerme alejado de caminos pavimentados. De
repente llegamos a un semáforo, el primero que hemos visto en días, indicando
que hemos llegado a Hermosillo, marcando así el fin de un viaje memorable, y el
inicio de la planeación del próximo.
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