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lunes, 6 de enero de 2020

Iglesias, chanclas y queso: pedaleando el río San Miguel en Sonora

Karla y yo habíamos planeado explorar una ruta que lleva rato en mi lista de pendientes: conectar Naco, en la frontera México-EEUU, con la ciudad de Hermosillo vía mayormente caminos de terracería, como parte de un proyecto que suelo llamar “La Ruta Trans-Sonora”, que sería una forma de cruzar el estado mexicano de Sonora de norte a sur, ofreciendo una continuación de varias rutas en los EEUU tales como la Great Divide, el Arizona Trail, y la más reciente Wild West Route. Esto se podría, eventualmente, conectar con la también recientemente publicada Ruta Trans-México, la cual hasta ahora asume que antes harías la ruta Baja Divide en Baja California. Aunque no sé por qué alguien desaprovecharía la oportunidad de hacer la Baja Divide, la idea es poner otra opción en el menú, y pues, Sonora es mi estado hogar después de todo.

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Pero semanas antes de nuestro comienzo, oímos la noticia de que una familia de mujeres y niños fue atacado por un grupo armado en un camino cerca del área que teníamos planeada explorar. No supimos qué pensar al respecto, la información que se difunde de eventos como este siempre es de muy variado carácter y origen, pero mucho contra nuestra voluntad, decidimos mejor hacer una ruta que yo había recorrido antes, empezando en la ciudad fronteriza de Nogales y zigzagueando hacia el sur por un poco más de 300 km hasta la capital del estado y nuestra ciudad de residencia, Hermosillo.

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La ruta para salir de Nogales es un horrible inicio debido al caótico tráfico urbano pero logramos salir y pedaleamos 60 km en una carretera con acotamiento, tramo que hasta ahora permanece inevitable porque todo alrededor es propiedad privada o no existen rutas alternativas. Después de Ímuris finalmente tomamos caminos secundarios y llegamos a Magdalena de Kino, uno de los dos pueblos mágicos de Sonora. Cada año en septiembre, peregrinos de varios puntos de la región vienen a visitar a San Francisco Javier, el santo patrono, quien tiene una reputación de cumplir milagros. Su escultura está acostada dentro de una capilla y se dice que si logras levantar la figura tu alma está limpia, pero si batallas o no puedes hacerlo, pues, quizá debas buscar dónde está el confesionario más cercano.

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Aquí nos juntamos con Daniela y Lenin, de Ciudad de México, quienes han estado viajando desde Tijuana después de asistir al Bike! Bike! de este año, un evento que reúne a colectivos ciclistas y talleres de bicis sin fines de lucro. Lenin es ingeniero electrónico y pedalea en chanclas, con una jarana atada a un lado de la parrilla y una alforja en el otro. Daniela, periodista y bicimensajera, ni siquiera estaba pensando hacer un viaje cuando se fue a Tijuana y sólo se había llevado su bici, pero después del evento se hizo de dos alforjas y decidió explorar el estado de Sonora por primera vez.

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Karla y Daniela se habían estado siguiendo mutuamente por Instagram desde hace tiempo, así que cuando surgió la oportunidad de viajar juntas hizo falta decir muy poco más. Les mostramos el tipo de ruta que estábamos haciendo pero les dijimos que, aunque no era lo ideal, no sería imposible para sus llantas flaquitas, sólo pequeños parches de arena aquí y allá. Además, la alternativa es una carretera de 200 km en línea recta donde no hay mucho más que ver aparte de carros.

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La mañana siguiente salimos de la ciudad y una carretera poco traficada nos lleva a Cucurpe, el primero de una serie de pueblos en las márgenes del río San Miguel que fueron fundados en la mitad de los 1600´s por misioneros jesuitas con el propósito de convertir al catolicismo a los nativos Tehuima. Con las lluvias recientes el río está crecido y los cerros están vestidos de verde. Cuando salimos del abarrotes vemos que un grupo de niños con uniforme escolar están amontonados alrededor de nuestras bicis tocando las llantas gorditas; nos ofrecen rellenar nuestras botellas, lo cual hacen de los bebederos de la escuela, y luego instalamos nuestro campamento en el centro comunitario.

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La mañana siguiente empacamos nuestras bicis y pocos kilómetros después de Cucurpe entramos al mundo de lo no pavimentado: el sonido del caucho aplastando la tierra; el tintineo del equipo de cocina dentro de alguna mochila; y además de vacas, absolutamente cero tráfico. Yendo arriba y abajo en un camino hermoso en un día hermoso, pienso que no hay otro lugar en el que quisiera estar en este momento. Algunas horas después llegamos a Tuape, un pueblo de unas pocas casas, una plaza y una iglesia, donde los niños están saliendo de la escuela. El único maestro de la escuela está a cargo de todos los niveles de 1ro a 6to, con un par de niños en cada grado, y todos ellos dentro del mismo salón. Los niños ofrecen rellenar nuestras botellas de agua, supongo que debe ser tradición de estos rumbos. Después de comer en la plaza, continuamos el andar en un camino que va a los cerros y vuelve al río varias veces a través de una serie de cortas e inclinadas subidas y bajadas.

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Distraído por las vistas del camino adelante de nosotros no alcanzo a ver una roca puntiaguda que hace que mi bici se vaya de lado y me arroja colina abajo, pero unos movimientos tipo breakdance me salvan a mí y a mi cámara, la cual traía colgando en la espalda, de azotar contra un montón de piedras. Me levanto y para mi sorpresa nada me duele, pero alcanzo a oír un ligero zumbido proveniente de la llanta delantera. Levanto la rueda y Karla la pone a girar y después de unos minutos de suspenso, el sellador tapa la ponchadura y mi llanta está a salvo. Recojo del suelo la bolsa de asiento, reemplazo las correas rotas por unas nuevas, enderezo el manubrio, me pongo un pañal nuevo y continúo el camino. Más tarde acampamos en un bosquecito de mezquites, de donde recogemos leña para hacer una fogata que incentiva la conversación hasta pasada la medianoche.

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Ya salido el sol recogemos el campamento y pedaleamos hacia Meresichic con nuestras mentes puestas en encontrar un desayuno regional típico, ya que los pueblos de por aquí son conocidos por su queso. Nos cruzamos con dos vaqueros que nos dicen que preguntemos por Doña Chichí y al llegar al pueblo nos dirigimos a su casa, donde nos atiende con chilaquiles, frijoles, huevos y café de talega. Ya con los estómagos llenos continuamos hacia Opodepe, donde las autoridades locales nos ofrecen un lugar para pasar la noche al expresar su preocupación de que acampemos en el monte. Este camino le saca la vuelta al retén militar sobre la carretera principal, así que los carros que escuchamos anoche probablemente no llevaban quesito. Aceptamos su invitación y pasamos el resto de la tarde probando los cítricos locales y reportándonos con nuestras mamás en el wifi de la biblioteca pública.

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El siguiente día nos lleva a Rayón a través de un camino que se deteriora un poco y hace que nuestros amigos de llantas flaquitas tengan que empujar por la arena, pero ambos expresan estar contentos con haberse venido por aquí. Lenin habla sobre su idea de conseguirse una bici de montaña y hablamos sobre distintos tamaños de rueda. Sí, únete al lado oscuro, pienso para mis adentros. En un punto uno de los tornillos que sostiene la parrilla de Daniela se rompe, dejando la rosca adentro del agujero. Lenin y yo nos repartimos sus alforjas y cuando llegamos a Rayón Daniela consigue unas abrazaderas para que la parrilla pueda llegar hasta Hermosillo. El dueño de la tienda nos invita una ronda de café de talega y pan dulce, la cual aceptamos alegremente. 

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Cuando nuestras tazas están vacías le pisamos al pedal para hacer los últimos 40 km del día, rodando sobre pavimento de aquí en adelante. Mi ruta original añade otros kilómetros de terracería pero decidimos darles un descanso a las bicis híbridas e irnos a Ures, un pueblo al cual irías por tamales y pan dulce un domingo después de misa. El último trecho de nuestro viaje de vuelta a casa (al menos para Karla y para mi) se define por varias horas de pedalear en una carretera muy angosta y traficada, que sirve de recordatorio de por qué tiendo a mantenerme alejado de caminos pavimentados. De repente llegamos a un semáforo, el primero que hemos visto en días, indicando que hemos llegado a Hermosillo, marcando así el fin de un viaje memorable, y el inicio de la planeación del próximo.

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FIN

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