Este relato es una continuación, el episodio anterior se puede ver aquí: ¡Hacia la Nación Navajo!
Me despido de mi amigo. Hemos estado pedaleando juntos
por más de tres semanas y después de los primeros 10 km en el Arizona Trail decide
que esto es demasiado para él y no cree que su bici vaya a seguir en una pieza
por mucho tiempo. Ha tenido problemas con su bici desde el día 1. Así que
después de quedar de acuerdo de reunirnos en Flagstaff en un par de días, se
devuelve a la carretera, y yo continúo en la angosta línea entre los pinos que
es el Arizona Trail (AZT).
Después de partir caminos con mi compañero de ruta,
continúo pedaleando, luego un momento después me cruzo con un caminante que tiene
finta de haber estado en el AZT por mucho tiempo, salvo por su cara afeitada al
ras. Le digo “hola” y él rápidamente procede a preguntarme cómo llegué ahí. “Eh…
¿cómo llegué al Arizona Trail?”, le pregunto, no entendiendo bien a qué se
refiere, “He estado siguiendo mi GPS”. Luego pasa a una sesión de reniego,
hablando alto y con malas palabras incluidas, acerca de estar perdido en el
mismo tramo por las últimas dos horas debido a la falta de señalización. Yo me
pregunto cómo es que él llegó aquí sin GPS para empezar, pero decido no
externarle mi duda y sólo le muestro el mapa en mi celular. Él menciona haber
estado en tal y tal lugar, lo cual me indica que está familiarizado con el
Trail, luego me agradece y continúa su camino, y yo hago lo mismo. Mientras pedaleo
empiezo a asimilar que estoy, por primera vez en semanas, pedaleando en
solitario y que depende de mí y nadie más el decidir avanzar o parar. Estoy disfrutando
tanto esta sensación junto con la mezcla de terracería y single track que sólo quiero
rodar lo más que pueda e ignoro el hambre, sólo comiendo galletas en las pausas
que hago para tomar fotos. Me mantengo en movimiento hasta que me doy cuenta
que estoy chocando con piedras en el camino más seguido de lo normal porque ya
no puedo ver bien, el sol ya se ha escondido. Hago acampada a unos metros de
distancia del Trail, prendo una fogata, e intento compensar por lo que no comí
durante el día.
Mientras estoy comiendo, la soledad se asienta en mí. No
tengo a nadie con quien hablar, ninguna voz más que la mía, ningún ruido salvo
el crepitar del fuego y el sonido de mi masticar. Y me encanta. Mi mente
empieza a juguetear con pensamientos largamente pospuestos y reflexiono cómo
unos años antes, estar solo casi me hace regresar a casa durante la tercera
semana de mi primer viaje largo en bici, incluso tras años de estar soñando con
ello. Sin embargo, estar solo se ha convertido en una de las razones
principales para volver a viajar. Y ahora heme aquí, agradecido de no tener a
nadie alrededor. Al principio brinco y reacciono a cada ruidito, sólo para
darme cuenta de que es el sonido de mi chamarra o el silbar de mi propia
respiración porque hay algo obstruyendo mi fosa nasal. Mientras leo frente a la
fogata una pequeña luz aparece en la distancia escondida entre los árboles: ¿otro
caminante? ¿algún vehículo? ¿un
coyote? Mi gusto por leer historias de terror no ayuda
para nada. Pero después de un rato la luz se vuelve más grande y resulta ser la
Luna llena saliendo de su escondite. “Estás algo tarde, ¿no lo crees?”, digo en
voz alta para dejar salir los nervios. Me río de mí mismo y me voy a dormir.
El día siguiente pasa mayormente pedaleando de subida
hacia una montaña con el pico nevado que se levanta en el horizonte. El camino
es un poco más agreste que ayer y me grito a mí mismo por mi inhabilidad para
sacarle vuelta a las piedras, en vez de estrellar mi llanta frontal en ellas. Jamás
he hecho bici de montaña, y una década de calles llenas de baches en mi ir y
venir diario parece no ser suficiente.
Según voy ganando altitud, el camino se convierte en
single track y los pinos empiezan a crecer más pegados unos a otros. Contrario a
ayer, hoy son apenas las 3 de la tarde y ya estoy exhausto. Me esfuerzo por un
rato más y a las 5 pm decido dar por terminado el día y acampo rodeado por un
bosque que parece haber estado en llamas hace no mucho tiempo: los árboles
están básicamente carbonizados de la superficie, aunque aún viven. Por esta
razón decido no hacer fogata y cenar lo que sea que no necesite cocinarse. Acomodo
mi casa de campaña con vista directa a las montañas San Francisco, y la
hermosura de esta vista me hace comprender por qué varios grupos nativos
distintos consideran este un lugar sagrado. Con el sol ya escondido, la
temperatura está bajando rápidamente así que me meto en mi sleeping con la
intención de leer un poquito, pero todo lo que logro es quedarme dormido con la
lámpara prendida en mi cabeza y los lentes puestos.
Horas después me despierta el ruido de mi casa de
campaña y afuera aún está oscuro. El viento está soplando y me siento como si
estuviera dentro de una bolsa de mandado siendo sacudida, pero me rehúso a
salir de mi sleeping hasta que el sol salga, así que sólo me quedo ahí acostado
con mis ojos cerrados pensando que estoy a sólo 11 km del punto más alto de la
ruta y de ahí deberían ser 35 km de bajada hacia Flagstaff. Un par de horas
después, tras comer y empacar, le doy gracias al lugar que fue mi casa por una
noche y vuelvo al camino, un continuo zigzagueo entre un espeso bosque de árboles
Aspen donde a veces mis manubrios apenas la libran para pasar entre ellos. Algunos
de los árboles han caído sobre el Trail y decido que es más fácil para mí
sacarles la vuelta que levantar mi bici. De repente desde atrás de mí aparece un
tipo en una bici de montaña y dice “¡Sólo tienes que brincarlo!”, pasa fácilmente
por encima del árbol caído y continúa su camino, para no volver a ser visto
jamás.
Un par de horas después llego al punto más alto de la
ruta, unos 2700 metros, y me detengo para un segundo desayuno mientras me
preparo para disfrutar de una bajada bien merecida. Monto la bici de nuevo y
empiezo a rodar, pensando en la hamburguesa que me comeré cuando llegue a la
ciudad. El Trail es más o menos plano por un ratito, hay algunas piedras sobre
el sendero pero noto que estoy empezando a agarrarle la cura a esto de sacarles
la vuelta, por lo menos con mi rueda frontal; la rueda trasera aún pasa por
encima de la mayoría pero hey, ya es un avance. Luego comienza la bajada. Mis ruedas
giran el momento que dejo de apretar los frenos y aumenta la cantidad de rocas
en el sendero, aumentando también las veces que choco con ellas y haciéndome
olvidar el sentimiento de logro que tenía hace un momento. Varias veces consigo
evadir un obstáculo sólo para ir a estrellarme con otro, haciéndome parar por
completo y casi arrojándome por encima del manubrio un par de veces. En algunas
ocasiones simplemente ni siquiera lo intento, y desmonto para caminar mientras
pienso qué geniales son las personas que pueden recorrer este camino en modo
carrera.
Entonces, un silbido empieza a salir de mi llanta
delantera. Me detengo y encuentro un pequeño agujero en la llanta por donde se
está saliendo el aire. Saco la botella de sellador de mi mochila, me siento en
el suelo y quito la válvula de la rueda, la cual coloco entre mis labios para
no perderla en este suelo completamente cubierto de hojas. Mientras estoy
echando sellador dentro de la llanta, un hombre aparece en el Trail en la
dirección de la cual yo vengo. Vestido en pantalones planchados, tirantes y
camisa de botones, camina confiadamente sendero abajo y lo saludo medio
esperando que me pregunte si he visto su caballo. Pero me responde el saludo y
me pregunta si estoy bien. Yo le digo que sí, que sólo debo reparar una
ponchadura y debería poder seguir después de eso. Él continúa su camino,
desapareciendo entre los árboles. Vuelvo a mis asuntos y una vez que el
sellador está adentro, intento agarrar la válvula pero me doy cuenta de que ya
no está en mi boca. Pongo en reversa los últimos 30 segundos de mi vida
tratando de recordar qué hice con ella, pero todo lo que logro recordar es que,
quizá, me la saqué de la boca para hablar con el Señor Elegante. Busco en mis
piernas, en la bolsita de mi camisa, incluso me esculco la barba, y muevo las
hojas alrededor mientras al mismo tiempo trato de no moverlas demasiado para no
alterar la escena. Empiezo a entrar en pánico mientras pienso que debería de agregar
“válvula” a la lista de partes extras en mi próximo viaje, porque por ahora, no
tengo ninguna. Después de unos minutos de miedo, levanto una hoja y la veo, la pinshe
válvula que sabrá dios cómo fue a dar ahí, porque aparentemente se me borró la
cinta cuando el Hombre Elegante hizo su aparición. Inflo la llanta y continúo
mi camino.
Unos minutos después, el Hombre Elegante aparece de
nuevo, esta vez viniendo en sentido contrario. Se hace a un ladito para dejarme
pasar y le digo “¡Lo arreglé!”, él me responde con un “Good!”, y me alejo
tratando de hacer parecer que sé lo que estoy haciendo. Después de unos 12
kilómetros y más de dos horas de rodar (“rodar”) con todos los músculos tensos,
me cruzo con pavimento. Veo que el Trail continúa al otro lado del camino, pero
a esta altura he decidido que esto es demasiado arriesgado y peligroso para mí,
y tras confirmar que este camino conecta con Flagstaff, le digo adiós con la
mano al AZT y tomo el pavimento, pensando en la hamburguesa que me comeré
cuando llegue a la ciudad.
Siempre comes Hamburguesa (:
ResponderEliminarMe gustan mucho. Mis favs son las de mi mamá pero cuando estoy enquel gringo se me antojan todo el tiempo :v
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