(éste
capítulo es continuación inmediata del anterior, que puedes leer aquí)
Un
letrero me distrae de los pensamientos que me invaden al dejar atrás a Las
Pintas. Ahora estoy “oficialmente” en el Valle de los Cirios.
El
desayuno de hace horas en casa de Antonio ya ha sido usado como combustible y
mi cuerpo pide refill. Me detengo en una lonchería llamada “El progreso”, donde
no encontré ni lonches, ni progreso. Yo pensaba que no había nada más mentiroso que el
PRI, pero al menos el PRI sí reparte lonches.
De pronto
el paisaje cambia, y entro a lo que después me enteraría que llaman “El
Pedregal”. La foto ilustra por qué.
Y en eso,
mi música se apaga. Como siempre que esto pasa, maldigo. Pero rápido los cactus
me sacan plática y me distraen de mi ensimismamiento. Mientas en voz alta
halago a cardones, biznagas y cirios por lo bonitos que se ven, no me doy
cuenta de que un carro se me empareja. En la ventana asoma una mujer, con una
cerveza (cerrada) en una mano y una botella de agua en la otra. “¿Agua?
¿Cerveza?” Me pregunta. Enfrente veo un tramo donde podemos detenernos, y le
indico que vayamos para allá.
Son
abuela, hijo, y nieta, y van a donde mismo que yo, Bahía de los Ángeles. Sólo
que ellos llegarán en unas tres horas, y yo en dos días más. Tras una pequeña
charla y fotos, la familia continúa su camino y yo el mío. Yo aprovecho que la
botella de 4 litros que me dieron venía en una hielera y me doy vuelo tomando
agua fresca, y con cada trago agradezco a estos amables desconocidos; ángeles
del camino, como a veces se les llama a personas así (¿será que es tan difícil
que todos nos tratemos de igual manera?).
Tras la
jornada de 100 km llego a Cataviña por la tarde, donde pido espacio para
acampar al restaurante local. Ahí mismo me entero de que algún candidato a
diputado está de campaña, y que habrá tacos de pescado para los asistentes.
Junto con los dueños del restaurante, me dirijo al lugar del evento y repito
tres veces el plato, no sin antes prometer que mi voto será en favor de
Comosellame. Está difícil mantener los principios firmes cuando el hambre no te deja pensar.
Tras una
noche tranquila, mi mañana inicia con no sólo uno, sino DOS rayos rotos, que
reparo entre groserías. Mientras desayuno en el restaurante me doy cuenta de
que un colega mío, Rubén Hernández, pasó por aquí hace algunos años, así que
pido permiso y dejo una foto mía junto a la suya.
Desde
anoche empezó un viento que en la mañana continúa. Los comerciantes se quejan
de él. Yo me pongo contento, porque al parecer va hacia donde yo voy. Estoy a
170 km de Bahía de los Ángeles; mi plan es hacer 100 hoy, y dejar los 70
restantes para mañana. El recorrido inicia con algunas curvas donde el viento
amenazaba con sacarme de la carretera, a veces tenía que echar mi peso a un
lado para mantener el equilibrio. Pero llega un momento en el que el camino se
convierte en una línea recta al sur, y el viento me empuja desde atrás. Mis 18
km/h aumentan a 30 sin mucho esfuerzo. Pero a mis piernas no les agrada el poco
esfuerzo, y yo les hago caso. Aumento la velocidad y con ello aumenta el sonido
del viento, hasta que llega un punto en que repentinamente se calla, como
cuando vas en el carro a alta velocidad, tienes la ventana abierta, y la vas
cerrando hasta hacerlo por completo.
Entro en
una especie de burbuja, efecto de que el viento y yo vamos en la misma
dirección y velocidad. Si bajo el ritmo el sonido del viento regresa. Lo mismo
pasa si lo aumento. Pero justo en los 46 km/h es donde todo se silencia, y sólo
oigo el zumbido del caucho en el pavimento, y mi respiración. Y a partir de
aquí no estoy muy seguro de lo que pasó, no tengo fotos ni en la cámara ni en
la cabeza, pero lo más probable es que me haya quedado dentro de esa burbuja
por un buen rato, pensando en quién sabe qué cosas o pensando en nada. Me
recuerda a mis días en el Taekwon do, porque de los mejores combates no tengo
recuerdos, como si alguien más los hubiera vivido por mi.
El caso
es que llego al cruce que marca la desviación hacia Bahía de los Ángeles, lo
cual también significa que ya hice 100 km desde Cataviña. Miro el reloj: las 3
pm. Como quedan aún varias horas de sol y mis piernas no se han quejado, decido
continuar y cubrir lo que pueda el resto del día. Sólo que ahora hay una
diferencia: he dado vuelta a la izquierda y el viento no me empujará más. Mi
ritmo baja drásticamente a 15, 18 km/h, pero también vuelvo a ser consciente de
mi entorno: un majestuoso valle saturado de vegetación desértica.
Mi
energía baja notoriamente, empiezo a sentir la cruda del frenesí de las horas
anteriores y aunque soy consciente de que en el momento que yo decida puedo detenerme
y acampar, se me ha metido a la cabeza el reto de llegar a Bahía hoy mismo. A
mis piernas esto no les agrada y empiezan a confabular para formar un
sindicato, yo calmo sus ánimos con una parada para descansar y comer un par de
naranjas, pero no hay mucho tiempo: el Sol me avisa que pronto va a cerrar el
changarro.
Repetidas
veces considero detenerme y dar por terminada la jornada, pero cada kilómetro
que pasa me motiva a seguir a pesar de que cada vez me cuesta más trabajo avanzar, al grado de que presiento que si me detengo a descansar no seré capaz de andar de nuevo.
No suelo pedalear en la oscuridad pero en ésta carretera he visto apenas dos
carros en varias horas, así que me siento en confianza. Para cuando por fin
diviso las luces de Bahía de los Ángeles, el sol ya se metió y estoy pedaleando
con mi luz frontal encendida.
En Bahía
tengo a una persona que me va a hospedar (yo prefiero decir "a quien voy a visitar"), pero le dije que llegaría hasta
mañana, además de que ya es noche y no quiero molestarla, así que pregunto a un
local dónde está el hotel más barato y me dirige a la Casa Díaz. $300 pesos por
la noche, eso el presupuesto de tres días (Nota: el hospedaje en Baja Norte es
relativamente caro comparado con otras partes del país. Éste precio es en
general lo más barato que hay). Pero no me importa: llevo seis días pedaleando
diario y no me he bañado, además de que estoy destrozado físicamente y no me
quedan ganas de buscar un lugar para acampar. También tomo en cuenta que es la primera
vez que pago por hospedaje en seis semanas que llevo viajando, así que supongo
no está tan mal. El velocímetro marca 173 kilómetros recorridos en el día, un
nuevo récord personal. Tras un largo baño con agua caliente donde le di muy
buen trato a mis piernas como agradecimiento, mi cuerpo se relaja al punto de apagarse,
dejando la luz encendida y la cena a medio terminar.
La mañana siguiente me veo
con Marisol, mi host de Couchsurfing. Junto con sus amigos Juan y Cristina
prepara unos ostiones a la parrilla, que es algo así como el equivalente a la
carne asada en Sonora.
De izquierda a derecha: Mari, Juan, y Cristina. |
El día deja ver lo que
anoche no pude: Bahía de los Ángeles es una comunidad de alrededor de 600
habitantes, de una sola calle pavimentada, dedicada a la pesca y al turismo (si quieres ver al tiburón ballena, éste es el lugar adecuado).
Está en una línea recta de 90 km en la costa opuesta a Hermosillo (la ciudad
donde vivo), así que abundan las bromas respecto a lo fácil que hubiera sido
cruzar el Mar de Cortés en tres horas en lancha, en vez de hacer seis semanas
en bicicleta. Está tan cerca, que en noches de poca bruma desde aquí se alcanza
a ver el halo de luz de Hermosillo.
Bahía de los Ángeles visto desde el faro. El pueblo completo es más o menos el doble de lo que se ve en esta foto. |
Mari estudió comunicación
y trabaja en la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) y
entre otras cosas, documenta con su cámara la vida marina local. Así que no
pude aterrizar en mejor suelo para realmente conocer éste lugar.
El faro de Bahía de los Ángeles, y Mari atacando con su cámara. |
Como en varios (aunque podría decir "todos") de los pueblos pesqueros a los que he llegado en ésta ruta, existe un fuerte problema de drogas, relacionados particularmente al cristal, al cual por ésta región llaman "shuky" (y "shukero" al consumidor). Hasta hace algunos años, Bahía era conocido como un punto de tránsito de las drogas que van con rumbo a los EEUU, pero con la pavimentación del acceso al lugar ésto parece haberse reducido. Sin embargo, el pueblo se mantiene tranquilo, entre otros factores, debido a que por haber tan pocos habitantes, todos se conocen y es difícil que algo suceda sin que todos se enteren. Ésto implica también que todos saben a qué se dedica cada persona del lugar, por lo cual los operativos de la policía son, pues, puro trámite, por decirlo así. Sumando que además gran parte del ingreso proviene del turismo (pesca deportiva y avistamiento de ballenas), Bahía de los Ángeles es tan seguro como el patio de tu casa, si no es que más.
Mis días en Bahía de los
Ángeles transcurren entre escribir los relatos anteriores y conversar con los
locales, tanto gente en la pesca como miembros de las instituciones que
protegen la vida marina de la región (la CONANP y ProNatura). No sucede nada
“extremo”, si lo comparamos con el capítulo anterior, sólo un Dani conviviendo
y aprendiendo lo más posible de sus nuevos amigos, un grupo de personas maravillosamente hospitalarias y a quienes recuerdo con mucho cariño, así que dejaré que las fotos hablen por mi.
La vista desde el porche de la casa de Mari. No es difícil saber por qué me quedé tanto tiempo aquí. |
Playa "La Gringa", a unos kilómetros al sur de Bahía. |
Anochece en Bahía de los Ángeles. También visto desde la casa de Mari. |
Isla Coronado, una de tantas islas que son visibles desde la costa. Tengo entendido que ésta solía ser un volcán hace un par de años. |
Una tarde me doy cuenta de
que la gente me saluda cuando me ve por la calle, de que ya voy y visito gente
a sus casas, que adopto la rutina de “bajar” (ir a la calle principal) cuando
atardece para colgarse del Internet de la farmacia y tomar la cerveza
vespertina, de que ya no me pierdo tanto cuando hablan de especies marinas,
pero sobre todo, de que he adoptado el bronceado local, producto del uso diario
de shorts y sandalias. Saco cuentas: llevo una semana y media en éste lugar. Creo que es hora de salir de aquí. Mi plan original de continuar hacia el sur por una ruta
de terracería se ve cambiado por dos factores: la tendencia de mi rin trasero a
quebrar rayos, y la tendencia de las víboras de salir en ésta época del año. Cristian,
biólogo y conocedor de la fauna local que trabaja en ProNatura, me advierte que
es en éste mes cuando las víboras bajan de los cerros a donde van a pasar el
invierno, que esa zona está plagada de ellas y que salen a buscar comida al
atardecer (que es cuando yo empiezo a buscar dónde dormir), además de que la
terracería es muy agresiva, básicamente piedras sobre piedras. Así que aprovecho
que Cristian tiene un asunto que atender en Guerrero Negro y mi bici y yo nos
vamos con él, porque no se me antoja para nada volver sobre la carretera que ya recorrí.
De esta manera, atrás queda Baja Norte, y comienza la segunda mitad de ésta
gigante semi-isla:
Donde gracias a mi querida
colega Cristina Spinola (quien lleva más de dos años en el camino y a quien
puedes seguir en www.solaenbici.com) me espera una familia que la hospedó a ella cuando pasó por
aquí el año pasado. Comienza así una nueva etapa, “la parte bonita”, me dijeron
varios en Baja Norte. Pero si ya quedé fascinado con todo lo que he visto, ¿qué
me espera en lo que sigue?
Uno de muchos murales en Guerrero Negro. |
Wow!! imagenes y experiencias conmovedoras carnal!!
ResponderEliminarGracias carnalita viajera. Un abrazo pallá, y que la rueda siga girando.
EliminarGracias Daniel por compartir las experiencias de tu viaje. Estas experiencias son las que hacen que te encuentres contigo mismo. Son las que hacen que conozcas la razon por la cual viniste al al mundo, hacen que te encuentres con tu mision. Que tu Salud Integral siga mejorando, y que esta la compartas con los que te rodean.
ResponderEliminarGracias tío, espero poder seguir haciendo ésto que es lo que más me gusta, y poder compartirlo con los que también les gusta. Un abrazo.
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