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martes, 6 de noviembre de 2018

Lloviendo sobre mojado en Utah, EEUU (Moab a Monticello, 4-7 Oct 2018)


Después de cuatro meses trabajando en Idaho, EEUU, llegó por fin el final de septiembre. Mis amigos Mecca, Alexis y Irie nos ofrecieron un raite a Moab, Utah, donde tengo planeado empezar mi ruta. Y digo “nos” no porque esté incluyendo a mi bici como acostumbro, sino porque mi nuevo hermano Keanu, a quien conocí en Idaho, ha cometido el error de apuntarse a esta aventura. Al principio no le creí cuando me lo dijo, hasta que lo vi con bici nueva y un paquete que incluía mochilas para la bicicleta. Así que el 3 de octubre montamos nuestras bicis al RV de nuestros amigos y por dos días tuve la experiencia de vivir en una casa rodante: cuatro adultos, una bebé, un perro y un gato dentro de un espacio no mucho más grande que una camioneta.

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Una vez en Moab nos despedimos de nuestros amigos y pronto estamos Keanu, yo y nuestras bicis siguiendo una línea morada en la pantalla de mi celular, que en el sitio de bikepacking.com llaman “Plateau Passage Route”, una ruta principalmente de terracería que cruza el sur de Utah de lado a lado. Llevo todo el verano soñando con ella, particularmente con ese tramo de cinco o seis días donde no hay nada.

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En cuanto salimos de Moab nos adentramos en un cañón, pedaleando junto a un río y mis ojos no dejan de moverse de un punto a otro, tratando de asimilar todas las formaciones de rocas frente a mí.

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Compartimos el camino con vehículos todo terreno, buggies, motos, jeeps; yo sólo quiero pedalear más para alejarme del ruido, pero es ya tarde y además Keanu tiene una llanta ponchada, así que buscamos un lugar dónde acampar.

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El día siguiente descubrimos que aunque parchamos la llanta de Keanu, todavía sigue ponchada. Después de casi dos horas por fin nos ponemos en movimiento otra vez, y enfrentamos nuestro primer subidón del día, un ascenso en zigzag que a ratos es tan inclinado que parece que la bici va a relinchar.

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Me resulta increíble estar pedaleando por un lugar que lleva millones de años en formación por efecto del agua y del aire. Las rocas juegan peligrosos retos de equilibrio y me da miedo pasar cerca de ellas, pero si han estado en esa posición por tanto tiempo, ¿por qué habrían de cambiar hoy?

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La ruta nos va sacando poco a poco del cañón, esto lo puedo adivinar por la constante subida de nuestro camino, y que a veces me hace pensar en por qué rayos a alguien se le ocurrió meter una bici por aquí. Este segundo día de ruta pasamos la misma cantidad de tiempo empujando las bicis que montándolas. Me duelen los brazos que jamás uso para nada de tanto empujar/cargar, pero si pudiera, lo haría de nuevo. Los paisajes que me rodean hacen que todo el esfuerzo valga la pena.

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Llega la segunda noche, acampamos a unos metros del camino entre unas piedras, buscando un punto alto porque las nubes amenazan con llover.

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Despertamos bajo un cielo completamente cerrado, las nubes se extienden más allá del horizonte y no pasa mucho tiempo para que empiece una ligera lluvia que viene y se va continuamente. Keanu tiene batallando con sus cambios desde que empezamos el viaje, y más tarde, en una corta pero muy inclinada subida, lo oigo maldecir detrás de mí. Al devolverme confirmo que pasó lo que supuse que pasaría: la cadena de la bici de Keanu se rompió. En plena lluvia.

Por dentro estoy gritando, ya son demasiados retrasos, pero por fuera me mantengo tranquilo, de nada servirá que me enoje. Le digo a Keanu que yo puedo arreglarlo, que saque una de sus carpas y la extienda para meternos debajo de ella para al menos no mojarnos más. Diez minutos después la cadena está pegada de nuevo y Keanu puede pedalear otra vez, pero le advierto que va a tener que cambiar la cadena lo más pronto que pueda

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Conforme pasa el día la lluvia se vuelve más intensa y por más impermeables que nos ponemos, el constante caer de la lluvia termina por empaparnos por completo. No hay nada que se pueda hacer más que seguir andando, el pronóstico había anunciado lluvia por los tres días siguientes. A pesar de lo miserable de pedalear bajo la lluvia, apreciar el desierto invadido por pequeños arroyos que surgen de todos lados es una visión interesante.

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Antes de acabarse el día, el Sol sale a despedirse asomándose un poquito, creando un arcoíris. Por primera vez en mi vida veo los dos extremos de uno, y aunque intento captarlo en una foto, mi lente no es lo suficientemente amplio para ello. Pedaleo sin dejar de verlo, grabando este momento en mi memoria para siempre. Después de un día de conflicto interno y mucho esfuerzo físico, me siento tranquilo, seguro de que todo ha valido la pena, y lo único que me importa es que estoy ahí.

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Para contrastar con la visión del arcoíris, el día termina con nosotros acampando en un lugar lleno de popó de vacas porque no logro encontrar el camping que viene en el mapa. Estoy demasiado cansado, mojado y frío como para seguir buscando así que pateo las buñigas para hacer un espacio para mi casa de acampar. Aprovechando que la lluvia paró, Keanu y yo hacemos cena y ponemos nuestro tendido. Justo cuando terminamos de cenar, la lluvia regresa lentamente así que decidimos irnos a nuestros respectivos refugios.

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La mañana nos saluda con más lluvia. Empacamos nuestras cosas así, empapadas, con la idea de ponerlas a secar más tarde, si es que sale el sol. Retomamos el camino con la intención de llegar a Monticello, meternos a un hotel, y lavar y secar nuestras cosas y a nosotros. Decido evadir el tramo de terracería porque muy seguramente está convertido en lodo impasable y tomamos el camino pavimentado, que después de unas horas, nos conecta con la interestatal, una carretera ruidosa pero donde es posible avanzar. Veo un letrero que dice que hasta Monticello son 22 kilómetros y me alegro, pronto estaremos secos y calientitos. Pero en cuanto tomamos la carretera sentimos un aire de frente muy fuerte, y la carretera empieza a subir. Al principio es posible avanzar pedaleando, aunque lento, pero whatever, lo que sea es mejor que caminar. Pierdo de vista a Keanu detrás de mí pero mantengo mi ritmo, confiando en que es imposible que se pierda, sólo hay que seguir la carretera.

Pero conforme voy avanzando y la subida no se acaba, el viento se vuelve más fuerte, y después ese viento decide invitar a su compa la lluvia. La lluvia llega diciendo que ya nos conocemos, y como no tengo ganas de revivir esas horas de mi vida, sólo diré que básicamente empujé la bici de subida, con un viento ridículo de frente, bajo la lluvia, y con la temperatura bajando conforme más ganaba altitud. Tres horas después aparece a mi lado una montaña son sus picos cubiertos de nieve; estoy muy cansado y mi cuerpo empieza a temblar. Me detengo cerca de lo que parece un granero, considerando darme por vencido y dejar Monticello para otro día. Pero una parte de mí se rehúsa a dormir mojado y frío otra noche, así que checo el mapa. Me faltan seis kilómetros para el pueblo. No puedo rendirme a seis kilómetros. Me pongo la otra chamarra, el gorro y los guantes de lana, y me meto a la boca unas galletas. Mientras más tiempo paso sin moverme más frío me siento así que me apuro a comérmelas y ponerme en marcha otra vez. Poco más de una hora después aparece el anuncio de una gasolinera y el terreno se aplana un poco. Por fin me subo a la bici después de horas de traerla de adorno, y avanzo, buscando cualquier lugar que ofrezca comida y protección del exterior. Ya en el pueblo veo el anuncio de un restaurante, me dirijo hacia el lugar, estaciono mi bici para que le sea visible a Keanu, y entro. El interior del lugar contrasta completamente con lo que acabo de dejar atrás, y entre gente tranquila, sonriente y de cachetes rosaditos, siento que yo no podría desentonar más.

Doy una mirada rápida al menú y pido una ensalada, una orden de alitas, y una hamburguesa. Tomo asiento y mientras me quito parte de la ropa mojada estoy hablando en voz alta conmigo mismo aunque ahora que escribo esto no estoy seguro qué estaba diciendo. No quito la mirada de la ventana, para ver si Keanu pasa. De pronto una voz femenina me llega desde atrás y aunque no entiendo qué dijo, me doy cuenta de que no hay nadie más en el lugar así que debe estarme hablando a mí. Me volteo y le digo “Sorry?”, ella sonríe y me repite, “¿De dónde vienes? Vi que llegaste en bicicleta”. Su repentina pregunta y presencia frente a mí me saca de mi ensimismamiento, vuelvo a voltear a la ventana, luego al suelo, tratando de elaborar una respuesta a una pregunta que al parecer no puedo responderme ni a mí mismo. La mesera me trae la cerveza que pedí, le doy un trago, y por fin respondo “Lo siento, ha pasado mucho y no sé por dónde empezar”. La muchacha se ríe y me dice “Entonces quizá debiste haber pedido una bebida caliente”. Su comentario me hace reír y con ello mi mente termina de volver de donde sea que andaba, y le doy un resumen de mis últimos días mientras devoro la comida que me trajeron. Después cuando está por irse le digo, “Mi amigo debe estar en algún lado de la carretera. Si ves a un tipo en traje azul empujando una bici cuesta arriba, ¿podrías echarle porras y decirle dónde estoy?” Ella repite el nombre de Keanu en voz alta como para grabárselo, me desea buen viaje, y luego sale del restaurante. Mis platos están vacíos.

6 comentarios:

  1. las fotos son una shulada impresionante y la descripción de la experiencia es genial, qué maravilloso que estés viviendo todo eso, soy muy feliz por esto :D

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    1. Téinks ya vine a trabajar en la siguiente historia pa que tengas algo pa leer mientras te presto el journal de Bikepacking xd ;***

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  2. Creo que tus fotos me hacen querer mucho la geología :)

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    1. Te guaseguir mandando fotos de piedritas pa que las admires oks. Qué cool que te gusten pa tu ciencia fav

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  3. Me encantaron las fotografías, quisiera poder ver a través de tus ojos

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    1. Un día tendremos esa tecnología y podrás hacerlo, acá a lo Black Mirror o algo así. Gracias Fers.

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