Esta historia es continuación inmediata de la
anterior, que puedes leer aqui.
No dejo de ver por la ventana, deseando que Keanu aparezca
y preguntándome dónde y cómo estará. Yo, ya comido y despojado de la ropa
mojada, sigo sin creer que por fin estoy a salvo del exterior, después de haber
empujado mi bici cuesta arriba con viento y lluvia por tres horas. Una hora
después, por fin, veo aparecer al Hombre Azul: Keanu con su ropa impermeable.
Mientras estaciona su bici yo salgo a recibirlo, y le doy un abrazo como si no
lo hubiera visto en años. Lo casi empujo hacia adentro del restaurante y le
pido a la mesera, sin preguntarle a Keanu, que prepare una hamburguesa
vegetariana para él. Keanu empieza a quitarse la ropa mojada para sentir el
calor del lugar, y me dice que, al igual que yo, pensó darse por vencido y
simplemente quedarse en algún lugar en el camino. Pero que un carro se detuvo y
una muchacha salió para decirle “¡Ya casi llegas! ¡Tu amigo Daniel te está
esperando en el restaurante!”. Con esto, Keanu tomó nuevas fuerzas y pudo
llegar al pueblo. Después de intercambiar las historias de cómo nos fue en la
subida, decidimos que iremos al hotel al otro lado de la calle y para meternos
a un cuarto, darnos un baño caliente y poner nuestras cosas a secar. La
hamburguesa de Keanu llega pero él apenas la muerde una vez. Dice que está tan
cansado que no siente hambre, la pide para llevar, y nos vamos al hotel.
Al día siguiente vamos al mercado para comprar comida
para la siguiente etapa, un trecho de 5 días sin punto de reabastecimiento, la
parte más remota de la Plateau Passage Route, misma que me ha causado
pesadillas dormido y despierto durante todo el verano. Estoy emocionado,
nervioso, y asustado todo a la vez, pero decidido a hacerlo. En el camino al
mercado encuentro un local llamado Roam Industry que tiene bicicletas en las ventanas, y más
tarde ese mismo día voy a ver si está abierto. Al entrar encuentro un lugar
amplio, limpio, bien iluminado por las ventanotas de enfrente, con una
cafetería a la izquierda y el resto del espacio ocupado por bicis, equipo de
ski y de acampar en general. Dentro del lugar hay dos muchachos, Dustin y
Tyler, con quienes platico de la ruta que tengo planeada hacer. Ellos se
dedican a la renta y venta de equipo de aventuras al aire libre y además son
guías. Me cuentan que esa ruta, como muchos otros caminos de tierra en Utah, se
vuelve impasable con la lluvia. Y lleva días seguidos lloviendo (he sido
testigo/víctima de ello). Dentro de mi sigo pensando en arriesgarme y seguir,
pero después mencionan que un muchacho de Australia venía haciendo la misma
ruta, se aventuró a pesar de las condiciones, y tuvo que caminar de regreso con
su bici en la espalda y sumergido en lodo, y fue entonces que decidió cambiar
de ruta. Y fue lo que me hizo resignarme y cambiar de ruta a mí también. El
pronóstico del clima indica que seguirá lloviendo durante toda la semana y
Dustin me dice que para que los caminos vuelvan a ser transitables tienen que
pasar hasta cinco días sin llover. O sea que habría que estar estacionados
quizá por semanas, dependiendo de cuándo deje de llover. Afortunadamente ellos
conocen muy bien la zona y me ayudan a trazar una ruta alternativa, más
dirigida hacia el sur y que también incluye lugares interesantes, empezando por
un camino llamado Montezuma Canyon, donde el papá de Dustin tiene una propiedad
que incluye una cueva en la pared de un cerro. Dustin dice que él la ha usado
muchas veces para acampar y nos recomienda hacerlo, además de que en ese cañón
abundan vestigios del grupo de nativos comúnmente llamado “anasazi”, aunque
éste término está en desuso por significar “antiguos enemigos” en navajo y se
opta más por llamarlos “ancient puebloans”, indios pueblo.
La mañana siguiente, después de otra visita cafetera a
Roam Industry, nos despedimos de los muchachos y tomamos nuestro camino. La
terracería está mojada pero transitable, y algunas horas después llegamos al
lugar indicado por Dustin. La cueva es visible desde el camino y acercamos
nuestras bicis lo más que podemos, luego tomamos lo que necesitaremos para
pasar la noche ahí y subimos a ella. En el interior hay un suelo de tierra fina
y un pequeño bonche de leña seca. Keanu y yo pasamos el resto de la tarde
juntando suficiente leña para mantener el fuego vivo toda la noche y una vez
instalados, hacemos cena y después nos vamos a dormir.
Durante la noche vuelve a llover, para variar. En la
mañana reavivamos el fuego para hacer avena de desayuno, después hacemos un
nuevo bulto de leña para los siguientes habitantes de la cueva, y nos
despedimos del lugar para seguir nuestro camino.
A lo largo del día encontramos vestigios de los indios
pueblo, de los cuales se sabe muy poco, y lo poco que se sabe es gracias a lo
que sobrevive de sus construcciones y lo que los demás grupos nativos cuentan
de ellos. No se sabe, por ejemplo, cómo se llamaban a sí mismos; el término
“pueblo” les fue asignado por los españoles, haciendo alusión a su forma de
vivir: dentro de estructuras diseñadas para albergar desde familias hasta
clanes enteros, hechas de ladrillo, y a veces incorporadas a las cuevas
naturales de los cerros, muchas de las cuales existen aún hoy en día. Algunos
de estos sitios, separados en estructura pero construidos muy cerca entre sí,
podían albergar hasta a 600 personas. Dustin nos contó que en este cañón
llegaron a vivir 30 mil personas.
La ruta pasa por varias de estas construcciones,
aunque hay muchas más dentro del cañón que se pueden ver si uno se toma el
tiempo. En el camino llegamos a una Kiva, una construcción congregacional usada
con fines ceremoniales, y que era parte integral de la estructura comunitaria
de los indios pueblo.
La Kiva está disponible para que los visitantes
entren, Keanu y yo aprovechamos la oportunidad y exploramos un poco el lugar,
mientras nos preguntamos cómo sería la vida de estas personas.
Nuestro camino continúa hacia el sur siguiendo el
curso de un río, y a ratos saboreamos un poco del famoso lodo de Utah, pero no
al grado que nos evite pasar; de hecho este tramo es el más fácil de pedalear
de los cinco o seis días que llevamos en ruta.
Conforme vamos saliendo del cañón va reduciéndose lo
verde y llegamos a un terreno más árido y arenoso. Estamos, por primera vez,
dentro de la Nación Navajo, “la Reservación”. La navegación se vuelve confusa,
mi ruta nos lleva directo hacia la única casa que vemos en varios kilómetros a
la redonda y sale un grupo de seis perros a recibirnos con ladridos, varios de
ellos de tamaño considerable. Vienen corriendo y ladrando hacia nosotros y yo
estoy listo para tomar acción defensiva, pero conforme se acercan van cambiando
los ladridos por olfateos y comienzan a mover sus colas, uno de ellos
atreviéndose a usar mi pierna para acercar su cara a la mía lo más posible.
Rodeamos la casa y cuando nos disponemos a seguir
nuestro camino, una voz femenina nos dice “¡Van en la dirección incorrecta!”.
Volteamos para ver quién es, y es una mujer que salió, supongo, a ver por qué
los perros hacían tanto escándalo. “La carretera está para allá”, nos dice
mientras señala la dirección de la cual venimos. Le explicamos la ruta que
queremos hacer, y un hombre sale de la casa y se suma a la conversación. Nos
confirma que sí es posible hacer lo que queremos, y nos menciona un atajo para
sacarle la vuelta a un cerrito que se ve en la distancia. Para este momento
algunos de los perros han vuelto a su casa, pero tres de ellos permanecen con
nosotros y nos siguen por la confusa vereda, dándose el tiempo de investigar
con sus narices todo lo que se topan en su andar, incluso a veces tomando el
liderato.
Keanu y yo intentamos correrlos para que volvieran a
su casa, pero los vemos alejarse para luego volver a aparecer. Pocos kilómetros
más nos encontramos un cerco circular construido de piedras y con la tarde
acercándose a su fin, decidimos pasar la noche en este lugar. Los tres perros
aún están con nosotros, dos de ellos parecen hermanitos y el tercero podría ser
su papá. Insistimos en correrlos para que se devuelvan a su casa, y
eventualmente el mayor hace caso, dando una última mirada hacia atrás antes de
desaparecer en la curva como para ver si los otros dos lo seguían. Pero no lo
hacen. Siguen explorando el terreno alrededor de nosotros y a pesar de no
darles comida ni muestra de cariño alguna, ellos parecen disfrutar estar ahí. Varias
veces intentamos correrlos, pero lo más que logramos es que se mantuvieran
fuera del círculo de piedras, ahora teniendo que lidiar con el peso de sus ojos
viéndonos desde el otro lado, que miraban con atención todo el circo de poner
campamento.
Con la noche ya encima de nosotros vemos aún menos
probable que los perritos decidan irse a su casa; la temperatura está bajando
rápido y se ven nubes oscuras aproximándose hacia nosotros, por lo cual
decidimos ablandarnos y Keanu le da un espacio bajo su lona a uno de ellos y yo
a la otra, a quien he bautizado como “Parche”. Parche se hace bolita dentro de
mi casa pero se nota intranquila, se asoma mucho a ver la lona de Keanu y prefiere
mejor ir hacia allá y buscar una forma de entrar y reunirse con su hermanito.
Al no hallar entrada, decide crear su propia entrada y brinca sobre la lona
cayendo encima de ambos, casi destruyendo el tendido que a Keanu le costó tanto
levantar. Keanu abre la lona y por fin Parche logra estar con su hermano otra
vez. Durante varios minutos oigo movimiento y a Keanu renegar, al parecer los
perritos no logran encontrar una posición cómoda, hasta que se hace silencio y
el campamento se pone finalmente a dormir.
Durante la noche de nuevo vuelve a caer una ligera
lluvia, confirmando el pronóstico y extendiendo el periodo de lodo en la ruta a
la cual mi subconsciente se aferra. Los perritos se activan temprano, continuando
su tarea de olfatear cada centímetro cuadrado de este lugar. Nos preparamos un
desayuno mientras ellos se van a molestar a unas vacas y desaparecen por un
rato, haciéndonos creer que han decidido volver a casa. Cuando llega mi hora de
ir al baño voy detrás de un arbusto y mientras estoy en mi momento de
meditación, volteo a mi izquierda y unos ojos me observan: Parche me ha
encontrado y me mira inquisitivamente. “¡Sáquese de aquí!”, le digo; la veo
desaparecer de nuevo entre los arbustos y para cuando vuelvo al campamento ya
están los dos otra vez de regreso. Keanu y yo tomamos nuestras bicis y
empezamos a caminar y ellos detrás de nosotros. Ambos estamos de acuerdo en que
ya no los podemos dejar seguirnos, o se alejarán más de casa. Desde aquí sólo
deben seguir la vereda de regreso y como orinaron todo el camino seguro no les
costará mucho volver sobre sus pasos. Keanu y yo les gritamos y les tiramos
tierra y dos o tres veces intentan seguir nuestro camino pero luego entienden
el mensaje y se van.
A partir de aquí la navegación se vuelve un poco
complicada y rompo el récord de más veces que me he perdido en un día, teniendo
que consultar el GPS cada cinco minutos y confundido por veredas que
desaparecen convirtiéndose en arena y arbustos, por donde nadie parece haber
traficado en un buen tiempo. No entiendo cómo puede ser que estoy sobre la
línea de la ruta, me descuido un minuto creyendo que voy bien, y vuelvo a
checar para darme cuenta que estoy desviado medio kilómetro y regresar a la
ruta me toma diez minutos.
En la distancia las nubes empiezan a oscurecerse y
vemos lluvia a nuestro alrededor, sin que todavía nos toque a nosotros. Nuestro
plan para hoy es llegar a Bluff, aunque de ahí no estoy seguro de hacia dónde
seguir.
Al llegar a la cima de una subida me detengo para ver
el paisaje y tomar una foto. Detrás de mí oigo el sonido una cadena saliéndose
de su lugar, seguido por Keanu maldiciendo. Nada nuevo, su cadena se ha estado
saliendo a cada rato prácticamente desde que empezamos. Pero esta vez sus
groserías se extienden por más tiempo de lo normal, dándome indicios de que
pasó algo más que una cadena fuera de su lugar. Voy hacia él y veo lo que hace
unos días le dije que podía pasar: el desviador se metió entre los rayos y se
torció, dejando a Keanu con tres cambios apenas útiles. Si antes las subidas le
daban problemas, ahora va a tener que subirlas todas caminando. Bluff está
todavía a 40 km y no estoy seguro de que haya una tienda de bicis ahí. La mejor
opción para Keanu es salir de este camino de terracería, llegar a la carretera,
y tomar un raite hacia el pueblo; la mejor opción para mí es no enojarme,
aunque con la cantidad de veces que he tenido que dejar de avanzar por estar
esperándolo o resolviendo cosas como esta tiene mi paciencia mucho más allá de
sus límites.
Afortunadamente la carretera está a unos 5 km así que
no toma mucho tiempo para que estemos en pavimento de nuevo. Keanu se posiciona
para empezar a pedir aventón y quedamos de acuerdo de vernos en Bluff, aunque
con mi horrible estado de ánimo lo único que quiero es volver a ponerme en
movimiento y no afinamos detalles más allá de eso. Mi enojo y yo nos alejamos
lo más rápido posible, acallando mis pensamientos malos con el esfuerzo del
pedalear.
Faltando 20 kilómetros para Bluff las nubes por fin
deciden darle fin a la tregua y vaciarse sobre mí. Avanzo sobre la carretera y
me concentro solamente en el siguiente kilómetro, para reducir el efecto de
pensar que estaré, de nuevo, pedaleando bajo la lluvia por la siguiente hora y
media. Unos 40 minutos después una troca azul me pasa y se detiene unos metros
frente a mí, con las intermitentes prendidas. De la parte de atrás de la troca
se asoma un manubrio de bici, y después Keanu sale de la puerta del pasajero.
Los alcanzo y entre los dos subimos mi bici a la troca y luego nos amontonamos
en la cabina junto con el hombre que ha salvado a Keanu de estar encallado y a mí
de seguir pedaleando en la lluvia y cuyo nombre no logro recordar pero es algo
con D. Durante el trayecto nuestro salvador nos cuenta que es navajo y que va a
Bluff a trabajar, pero que no vive ahí. Nos cuenta que muchos hacen lo mismo
que él, viven en las casas que están alejadas de los pueblos pero van a los
pueblos a trabajar. Poco antes de llegar a Bluff, nos señala unas montañas y
nos dice que toda esa zona es donde los navajos se escondían del ejército
gringo, durante el estado de guerra absoluta que el gobierno de los EEUU le
declaró a los nativos en la segunda mitad de los 1800’s.
Llegando a Bluff le damos las gracias a D y entramos a
la tienda de la gasolinera para resolver nuestra situación. En el mapa
encuentro un camping y nos registramos ahí. Keanu se pone en contacto con los
muchachos de Roam Industry, quienes ofrecen venir por nosotros, llevarnos de
vuelta a Monticello en su carro, y arreglar la bicicleta. Pasamos la noche en
Bluff (sí, volvió a llover) y la mañana siguiente aparece Dustin. Cargamos las
bicicletas en su carro y en menos de una hora volvemos al lugar del cual
salimos hace tres días, con el plan de ponerle un desviador nuevo a la bici de
Keanu y dejarla al cien para la ruta siguiente. En el camino de regreso le
contamos a Dustin nuestra aventura en Montezuma Canyon y lo genial que fue
dormir en una cueva, todo entre risas y agradecimiento por estar haciéndonos
este favor gigante. Ilusos nosotros, unas horas después descubriríamos que la
situación no se iba a arreglar con un desviador nuevo; nop, Keanu iba a ser
puesto en una situación que probaría su determinación para continuar con este
viaje, y a mí, en la decisión de, una vez más, esperarlo, o de finalmente largarme
por mi cuenta.
Perfecto, perritos, lluvia, geología, mal humor, nativos, personas cool, y tú ❤️. Jsjs.
ResponderEliminarJajajaja téinks. Estoy en la compu y no sé cómo poner emojis, pero imagínate un corazón.
EliminarQué sabrosa crónica. Abrazo y mucho pedaleo camarada.
ResponderEliminarGracias kamarrada, justo estoy trabajando en la continuación de esta parte. Ya casi queda pero no logro explicar algo como me gustaría. Abrazo desértico sin espinas.
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