Esta historia es continuación inmediata de la
anterior, que puedes encontrar en: Perros de Reserva (De Monticello a Bluff, Utah)
Al volver a Monticello vamos directamente a Roam
Industry, la tienda de Dustin, con la intención de arreglar el problema de
Keanu lo más pronto posible y seguir andando. Quizá deba recordar que mi
estadía en este país está limitada por cuestiones de visa, así que cada día de
no avanzar es un día perdido. Dustin se dispone a instalar el nuevo desviador
en la bici mientras Keanu está afuera tratando de resolver cuestiones de dinero
por medio de su teléfono. Yo me entretengo en lo que sea tratando de no pensar en
el hecho de que estoy de vuelta en el mismo lugar que dejé hace tres días, pero
Dustin me saca de mi ensimismamiento cuando me habla para mostrarme algo. Al
llegar a él no me dice nada, sólo me señala un punto en el cuadro de la bici
cercano al centro de los pedales. Lo que veo me aterra y me daría pesadillas en
las semanas por venir: un pedazo de tubo donde la pintura había sido raspada
que deja expuesto el aluminio del cual está hecho la bici, y en el centro, un
agujero del tamaño y forma de una hormiga grandota. Keanu, de alguna manera,
había serruchado con la cadena a través del metal, haciendo que su bici se
volviera un peligro sobre ruedas. Volteo hacia afuera y lo veo de espaldas sentado
en la banqueta, con la cabeza baja y el gorro de la chamarra puesto. La situación
me parece aún más terrible cuando me doy cuenta que soy yo quien debe darle la
mala noticia.
Tomo uno de los muffins que hay en la cafetería y salgo
y me siento junto a él sin decir nada, me es evidente que ha estado llorando. Parto
el muffin en dos y le digo un muy mal equivalente en inglés de la expresión
mexicana “Las penas con pan son menos”. Keanu me cuenta cómo le está cayendo
todo el peso de la realidad de su situación, lo difícil que han sido los
últimos días con las cosas que le han pasado, y sobre todo, el hecho de que ya
no tiene dinero. Me agradece todo lo que he hecho por él y se disculpa por ser
una carga, pero que sin embargo, prefiere morir antes que devolverse a casa. Ahí
es cuando le paro su pedo y le digo que lo último que necesito es un cadáver
junto a mí porque no tengo tiempo para las cuestiones jurídicas
correspondientes. Keanu ríe un poco mientras se talla los ojos, y entonces
simplemente le digo lo que vine a decirle: “Dustin encontró un agujero en el
cuadro de tu bici, no puedes seguir usándola en ese estado, es muy peligroso.” Después
de un momento de silencio, ambos entramos a la tienda para ver la perforación.
Dustin y Tyler están ambos en silencio, el aire se siente casi casi como de
sala de hospital. Keanu se acerca a su bici y entre todos tratamos de imaginar
cómo es que eso fue a suceder, qué fuerzas son necesarias para atravesar un
cuadro con una cadena, y sobre todo, qué opciones hay para Keanu. Por lo
pronto, Dustin nos ha ofrecido un lugar en su casa para pasar la noche mientras
vemos qué hacer. También ha conseguido un trabajo para Keanu, ayudándole a su
papá a levantar un cerco caído. Keanu se va y regresa unas horas después con
algo de dinero en mano, y mientras él no estuvo, un amigo de Dustin y Tyler que
se enteró de la situación ha ofrecido también pagarle a Keanu por ayudarle con
algo en su patio. También, como si fuera cualquier cosa, menciona que tiene
varias bicis en su patio y que, como parte del pago por su trabajo, Keanu puede
ver si hay alguna que le sirva y tomarla. Al final del día, Keanu tiene algo de
dinero y, muy, muy inesperadamente, una bici bastante decente para lo que
estamos haciendo. Entre Dustin y yo ideamos un plan para equipar la nueva bici,
pero le ponemos a Keanu una condición: vamos a revisar su equipaje y tiene que
deshacerse de lo más que pueda, porque cargar una nueva bici con la misma
cantidad de peso quizá resulte en los mismos problemas que ha tenido hasta
entonces. Más tarde, Dustin y yo vamos por cosas para hacer cena y durante el
camino ambos expresamos lo mucho que nos emociona el proceso de convertir a
Keanu en un “verdadero” bikepacker.
El día siguiente se nos va poniendo la nueva bici de
Keanu a trabajar y liberándolo de todo equipaje que creemos que no necesita.
Keanu no está muy contento de vernos felices de este proceso, pero acepta casi
todo lo que se le aconseja. Yo no dejo de pensar en que, a pesar de la
situación, es muy afortunado de tener a personas tan dispuestas a ayudarlo a
seguir su camino. Al final del día logramos reducir su equipaje probablemente a
la mitad del peso de lo que era antes, y lo demás se va en una caja por correo.
Contentos del resultado obtenido, nos vamos a descansar para mañana, ahora sí
(o eso espero) continuar con nuestro camino.
Después de desayunar nos despedimos de Tyler y Dustin
y rodamos por la carretera hacia Blanding, 30 km al sur, desde donde tomaremos
rumbo al oeste por una terracería que debería estar transitable, llevándonos
por el Parque Nacional Bears Ears y después a Natural Bridges, un lugar con
formaciones geológicas que me interesa ver. Todo el trayecto no dejo de pensar
y agradecer a los muchachos de Roam Industry por haber ido más allá de lo que
deberían para ponernos de vuelta en el camino.
En cuanto giramos hacia el oeste el camino empieza a
adentrarse en las montañas, hace un clima perfecto para estar al aire libre y
yo no podría estar más contento de volver a ponerme en movimiento.
Un letrero nos anuncia que hemos entrado a territorio
de los indígenas Ute o “yutas”, a quienes este estado debe su nombre. El letrero
también anuncia que está prohibido cazar y acampar, lo cual me preocupa porque el
sol ya ha empezado a bajar pero un par de horas después hay otro letrero que
avisa que hemos salido del territorio Ute, por lo cual asumo que ahora podremos
acampar sin problema. El atardecer coincide con una señal en el mapa que indica
que de ahí en adelante es pura subida, y para no acampar en mayor altitud donde
haga más frío, decidimos echar nuestro tendido detrás de unos pinos no muy
lejos del camino. Después de cenar burritos de frijoles a la leña y con un
cielo sin una nube a la vista decido no poner la casa de campaña e irme a
dormir con la cara directa al cielo, eso sí, con toda mi ropa invernal puesta. Al
acostarme me doy cuenta de que la Vía Láctea está sobre mí y siendo una noche
sin Luna, el espectáculo estelar hace que se me quite el sueño y paso la
siguiente hora viendo las estrellas y oyendo el tronar de los últimos leños en
la fogata, hasta que sin darme cuenta me quedo dormido.
Tiempo después despierto de una pesadilla. Alguien
encajaba un cuchillo en mi costado izquierdo pero estaba oscuro y no podía ver
nada. Al recobrar consciencia me doy cuenta que ese lugar me duele porque estoy
acostado arriba de mi codo. Estoy completamente metido dentro de mi sleeping, y
me asomo para tener una idea de qué hora es. Sigue oscuro. Aún con mi terrible
miopía alcanzo a ver que la Vía Láctea está ahora en el horizonte. Me cambio de
lado y me vuelvo a dormir.
Despierto de nuevo, esta vez después de soñar que un
amigo tiene dos hijos. De dos mujeres diferentes. Me parece gracioso, aunque
siento lástima por los niños. De haber soñado que eran míos entonces no me
parecería gracioso y lo consideraría la segunda pesadilla de la noche. Esta vez
el horizonte está amarillo-naranja, y ya no tengo sueño, así que asomo la
cabeza para presenciar el espectáculo del amanecer. Estiro el brazo para
alcanzar mi cámara y aún dentro del sleeping tomo un par de fotos. Ya no hace
tanto frío como anoche. Y ya no veo sentido en seguir dentro del sleeping así
que me salgo, me pongo los tenis y echo unas ramitas secas a las brasas que
quedan de la fogata de anoche. Un par de soplidos y las llamas despiertan.
Keanu también despierta y sin decir nada ambos empezamos el ritual de preparar
desayuno: una taza con agua va al fuego que después será usada para preparar
avena con plátano, mientras comemos mandarinas. Ambos estamos de acuerdo que
este es uno de los mejores lugares en los que hemos acampado, aunque ya son
varias veces que he dicho lo mismo de otros lugares.
Después de desayunar y recoger el tendido, cargamos
las bicis y salimos al camino. Keanu decide que va a ponerle sellador a sus
llantas en vista de que ayer pasó por encima de un cactus y su llanta frontal
amaneció baja. Un poco tarde para ello, pienso yo pero sin decirlo. Nunca lo ha
hecho, así que aquí va otra clase de mecánica de bicis en medio de la nada,
cuando deberíamos estar rodando. Aire fuera, válvula fuera, sellador adentro,
válvula adentro, aire dentro. No debería de tomar más de 15 minutos. Pero Keanu
encuentra la manera de romper la válvula, desperdiciando sellador y cámara
nueva. Así que ahora tiene que quitar la rueda, quitar la llana, sacar la
cámara, bla, bla, bla. Sus groserías se pierden entre las montañas mientras yo
escribo esto para distraer la mente y no explotar. Después de un rato lo veo
inflando la llanta con la nueva cámara adentro, señal de que ya deberíamos
irnos pronto. Pero otra grosería sale de su boca. “¿Y ahora qué?”, le digo. Su
nueva cámara tiene una fuga. “¿Checaste la llanta por dentro antes de poner la
nueva cámara?”. No lo hizo. Pero un rápido análisis prueba que no fue por eso,
sino que al poner la nueva cámara la pellizcó con la palanquita.
Así que guardo mi cuaderno y pluma y voy hacia él y le
digo, “Sólo pon la cámara nueva y vámonos, después arreglamos esa”.
-¿Cuál otra? Ya no tengo otra.
-WHAT?! ¿Sólo trajiste una de repuesto?
-Sí.
Como diría todo maestro, Keanu fue a la guerra con
sólo un cartucho (o algo así). El agujero en la cámara es grande pero creo que
tiene solución, así que agarro un parche y le digo que limpie el líquido
sellador de la zona del agujero; las posibilidades son bajas pero dadas las
circunstancias no queda más que intentar.
Mientras estamos en eso, pasa un vigilante de parque
nacional. Se detiene y se baja de la troca y sonriendo nos pregunta si estamos
bien y que si dónde acampamos. Le doy una respuesta un poco vaga porque no
estoy seguro de que esté permitido acampar donde lo hicimos, pero él no
pregunta más y tras preguntarnos a dónde vamos, nos desea buen día, se sube a
su troca y se va.
Le damos al parche quince minutos para sellar, y esta
vez soy yo el que pone la cámara, porque con el estado emocional en que se
encuentra Keanu, no dudo que la vuelva a ponchar, aunque tampoco es que yo me
encuentre en mucho mejor estado de todos modos.
Una vez que la cámara está adentro, inflo la llanta
pero sólo a la mitad, porque considero que es mejor usarla así por un rato en
vez de inflarla al máximo para darle chanza al parche de terminar de pegar. Le
digo a Keanu que mueva todo el peso posible hacia adelante y empezamos a
movernos. Han pasado más de dos horas desde que decidió echarle sellador a sus
llantas.
El camino se convierte en un zigzag en ascenso.
Después de pedalear un rato, aprovecho un trecho plano para esperar a Keanu,
quien aparece algunas galletas después. Mi tolerancia al esperar ha rebasado su
límite. Verifico que su llanta sigue igual que hace una hora y de mala gana le
paso mi bomba de aire y le digo que la infle al máximo. Mientras él bombea le
pregunto si tiene un plan en caso de que eso falle y si tengo algo que él
necesite si acaso nos separamos. A lo primero responde que sí y a lo segundo
que no. Recupero mi bomba, monto mi bici, y empiezo a pedalear; Keanu sabe a
dónde voy, y puede encontrar la manera de alcanzarme si quiere.
El ascenso continúa y cada curva revela sólo más
subida. El esfuerzo físico me distrae de la mezcla de enojo y preocupación que
me causa haber dejado atrás a mi amigo y por primera vez en mucho tiempo avanzo
concentrado sólo en seguir adelante sin voltear atrás. Me muevo a 4 km/h, daría
lo mismo si estuviera caminando pero me rehúso a bajarme de la bici. Me
convierto en mi propio entrenador de crossfit y me grito a mí mismo todo tipo
de cosas para motivarme y seguir andando. Después de una hora estoy ya entre
pinos pero el camino sigue ascendiendo, y yo empiezo a sentir que necesito algo
de comer pero no me quiero detener hasta que la subida termine, aunque a esta
altura empiezo a dudar de que eso vaya a pasar.
En eso estoy cuando una troca se me empareja y una
sonrisa familiar me saluda desde el asiento del copiloto. Keanu y su bici han
sido recogidos por un señor de cabello blanco quien me observa con expresión
inquisitiva pero yo digo “¡Te veo en la cima!”, tras lo cual la troca acelera y
vuelvo a quedarme solo.
Después de un total de hora y media de pedalear de
subida aparece un pequeño valle y Keanu está sentado en el suelo. Me detengo y
me tiro en el suelo a medio morir, pero empiezo a sentir frío en clara señal de
que tengo el azúcar baja por el esfuerzo. Me lleno la boca de naranjas,
plátanos y barritas, mientras siento que mi cuerpo y mi mente están en un
estado extraño, pero agradable. Keanu me dice cosas y yo respondo vagamente sin
realmente estar poniendo atención, sólo me enfoco en disfrutar el proceso
químico sucediendo dentro de mi cuerpo, y la satisfacción de haber logrado esa
subida. Una voz dentro de mí me pregunta “¿Y qué ganaste con esto?” pero yo me
la espanto como mosquito y le digo que estoy ocupado.
Después de recuperar energías es hora del descenso.
Una corta sección plana primero nos lleva al par de cerros que le dan nombre a
esta zona: Bears Ears, Orejas de Oso. El camino pasa por en medio de ambos,
para después dar vista a un valle y al camino que nos lleva a la carretera que
va al parque Natural Bridges, nuestro próximo destino. Bajando a una velocidad
que a veces topa los 50 km/h la sangre se me llena de adrenalina y a ratos
olvido que traigo una bici cargada de cosas que rebotan por todos lados, hasta
que aparece el pavimento. Me detengo y agarro aire y mi cara se llena de
sonrisa mientras pienso que la subida valió la pena, siempre valen la pena.
Después de un corto tramo de carretera llegamos al
Centro de Visitantes del Natural Bridges National Monument donde confirmamos
que hay agua aunque todos los lugares para acampar están llenos, lo cual
significa que tendremos que volver por donde vinimos y hacer acampada libre. No
es una buena noticia. Estoy ya muy cansado y pedalear de regreso no me
entusiasma para nada, pero aún tengo que aprovechar los últimos rayos de sol
para ver los famosos puentes naturales por los cuales vine aquí, un circuito de
15 km. Keanu me pregunta si lo quiero hacer completo y aunque dudo, sé que si
no lo hago me voy a sentir mal después, así que le digo que sí y que si quiere
me puede esperar aquí. Lo piensa un segundo y dice que vendrá, así que vamos y
vemos los puentes por un camino con más subidas de las que me gustaría.
Al salir volvemos al Centro de Visitantes para
rellenar nuestra agua y luego cubrir los 7 km hasta donde vamos a acampar, que,
de nuevo, es de subida. Al llegar al camino que buscamos me adentro un poco
entre los árboles para buscar un espacio plano donde podamos acampar, elegimos
un espacio, hacemos un fuego y mientras la cena se cocina, cada quién hace su
tendido. Sabemos que hay pronóstico de ligera lluvia para esta noche, así que
ambos ponemos nuestros techos, y después de cenar, nos vamos a dormir. Yo
planeo leer antes de dormirme pero lo único que logro es quedarme dormido con
los lentes puestos, que poco después me quito para volverme a dormir.
Despierto, creo que después de medianoche, por el
ruido de cosas moviéndose. Está lloviendo, y oigo a Keanu maldecir y llorar. No
suena nada ben. Me pongo mis lentes y descubro que mi casa está hecha una
alberquita y algunas de mis cosas están mojadas. Pongo a salvo la cámara,
celular y libro y hago un espacio para Keanu; es obvio que algo pasó con su
tendido y por lo que logro escuchar, debe de estarse mojando. “¡Traite tus
cosas para acá!”, le digo entre el sonido de la lluvia, pero él responde que
está todo mojado y no quiere mojar mis cosas. No puedo volver a dormir por
pensar en qué va a hacer hasta que eventualmente parece acomodarse y la lluvia
me arrulla de nuevo.
Me vuelvo a despertar ya por la mañana y hay una luz
grisácea afuera. El viento levanta un poco la pared de mi casa y con mis ojos
aún miopes alcanzo a ver manchas blancas afuera. No lo creo. Me pongo los
lentes y confirmo que las manchas son de nieve. Inmediatamente pienso en Keanu.
Le hablo y me responde diciéndome que hay que salir pronto de ahí, que él y
todas sus cosas están mojados y que tiene mucho frío. Así que empacamos lo más
rápido que nos permiten nuestras manos frías, todo así mojado y enlodado, y
concordamos rodar al pueblo llamado Mexican Hat y meternos en un hotel.
Aún bajo una ligera lluvia avanzamos con gorros y
guantes de lana puestos. El camino es un pavimentado que sube y baja todo el
tiempo, y unos 40 km después llegamos a un letrero que anuncia terracería y
bajada con 10% de inclinación. Bajar por Moki Dugway y la vista del valle que
nos ofrece nos levanta el ánimo, además de que Mexican Hat ya está más cerca.
Cubrimos los últimos 20 km por una carretera que cruza los paisajes más
icónicos de Utah, nos detenemos unos minutos para observar la piedra que le da
nombre al lugar, y llegamos al pueblo, que consiste en una gasolinera, un par
de restaurantes, y como tres hoteles. En la gasolinera compramos una soda para
levantar el azúcar y preguntamos por el hotel más barato, y nos indican uno un
par de kilómetros más adelante, el San Juan Inn.
En la recepción nos atiende un hombre muy amable quien
incluso me permite tomar prestado uno de los libros que venden ahí, “The Navajo
Wars”. Nos metemos al cuarto y por fin podemos quitarnos las ropas mojadas,
calentarnos, y distraer la mente con South Park.
Después de bañarme, lavar mi equipo de acampar y
vaciar mis mochilas para poner todo a secar, paso el resto de la tarde y gran
parte de la noche viendo varios mapas simultáneamente tratando de averiguar a
dónde ir de aquí, mientras Keanu resuelve lo de sus cámaras extra: sea donde
sea que vayamos, lo más probable es que la siguiente tienda de bicis esté a
días de distancia así que no podemos salir de aquí sin ellas. Una vez más,
Keanu se pone en contacto con Dustin en Monticello para ver si le puede enviar
lo que necesita, pero por la hora ya no alcanza a mandarlo y tendrá que esperar
hasta mañana.
La noche transcurre y yo sigo averiguando a dónde ir,
lo que queda claro es que hay que moverse al sur porque el invierno ya nos dio
una primera advertencia. La ruta fácil, como siempre, sería tomar la carretera
hacia el oeste que después baja a Flagstaff, pero nada de la carretera me
parece atractivo, en particular el tráfico. Mi otra opción: bajar al sur y
adentrarme en “la reservación”, la Nación Navajo. Mis búsquedas en internet
arrojan respuestas confusas: algunas personas dicen que es peligroso, hablando
de la abundancia de drogas y la ausencia de autoridad (me suena familiar), y
otras personas se ofenden porque las anteriores dijeron que es peligroso
(también me suena familiar). Tampoco logro encontrar reportes de alguien
cruzando la zona como viajero, ni en bici ni en ningún otro vehículo, así que
me veo entre decidir por lo muy conocido (la carretera) o lo muy desconocido
(al menos hasta donde yo sé).
A la hora de cenar bajo al restaurante del hotel donde
un muchacho me pregunta sobre mi ir y venir. Le confieso mi preocupación
respecto al entrar a la Reservación y me dice que él es Navajo y que no cree
que vaya a pasarme algo malo si voy, pero que no espere hospitalidad porque los
Navajo suelen ser muy serios y poco extrovertidos. Después de la conversación
con él me siento más en confianza de seguir adelante con mi plan así que al
volver al cuarto, con ayuda de mi amigo David en California termino por afinar
una ruta que se adentra en la Nación Navajo hacia el sur hasta un lugar llamado
Pinon, para luego girar hacia el oeste hacia Tuba city y volver a los EEUU
gringos, una ruta que parece ser mayormente de terracería, parece que nos
tomará unos 4 días, y parece que en Pinon hay un mercado donde podemos
reabastecernos. Cerca de las 3 am me quedo dormido viendo caricaturas para
distraer la mente de tanta confusión, de un día que empezó mal y acabó bien, y
de la emoción de entrar a terreno desconocido.
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