domingo, 24 de mayo de 2015

El Volcán de Fuego de Colima


Dos noches en Colima capital y nos lanzamos al Volcán de Colima. Para esto, uno debe dirigirse hacia el norte de la ciudad y cruzar varios poblados. La distancia es poca, unos 50 km, pero decidimos hacerlo en dos días porque 1. Nos recomendaron conocer Comala y 2. Salimos (como siempre) tarde. Recorrimos los 10 km que separan a Colima de Comala. Éste lugar les sonará familiar a los fans del cuento “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo. Es un pueblito de aire colonial, que me recordó a Álamos, Sonora.



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Aquí pasamos un rato en la plaza viendo gente y comiendo, y después seguimos nuestro camino a través de sus calles empedradas, que frecuentemente nos hacen bajarnos de las bicis y caminar. Se supone que desde ésta distancia el Volcán ya debería ser visible, pero las nubes se interponen entre él y nuestros ojos.



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Photo credit: Marika Latsone



Para llegar al siguiente poblado, Suchitlán, uno debe hacer 20 km casi de pura pendiente. Comienzan las faldas del Volcán. Pasamos por la “Zona mágica”, donde, dicen, uno puede apagar su carro y la magia del lugar lo hará seguir avanzando a pesar de ser cuesta arriba. Supongo que con bicis no funciona porque yo tuve que seguir esforzándome igual para avanzar.



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Photo credit: Marika Latsone



De Suchitlán no sé mucho excepto que hay una barranca a la cual no fuimos porque ya era tarde, preguntamos en la gasolinera por un lugar para acampar y nos dirigieron a un terreno cercado justo enseguida de ahí. Propiedad privada, pero según el trabajador de la gasolinera, no había problema. La mañana siguiente el Volcán nos permite ver su silueta a través de la niebla, pero poco después vuelve a esconderse tras las nubes. 



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Photo credit: Marika Latsone



Nos lanzamos a cubrir los 17 km restantes. Una subidota a 6 kmph y después una bajadota a 55 kmph.


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Photo credit: Marika Latsone




Una bici cargada sube lentísimo pero baja rapidísimo. Ya se sabe, bromas de la gravedad.



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Tras la bajada está el poblado La Becerra, donde nos cargamos de comida y después tomamos la desviación a la derecha para ir a La Yerbabuena. 


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Y donde, de nuevo, nos enfrentamos a empedrado.



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Photo credit: Marika Latsone



6 kilómetros de caminar empujando nuestras bicis para evitar que se destartalen por el zarandeo.



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Y del Volcán nomás nada, aunque el camino nos ofrece mucho con qué entretenernos.


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Las nubes, contrario a nuestro deseo de dispersarse, empiezan a concentrarse.



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Se escuchan truenos. Una gota, dos. Empieza a llover.



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Al principio parece desgracia, pero para dos biciviajeros sudados y malolientes puede (a veces) no serlo tanto.



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Después de dos horas de pushar bicis llegamos (aún con lluvia) a La Yerbabuena, que es el lugar habitado más cercano al Volcán: se ubica a sólo 8 km de distancia, y por ello mismo, sus pobladores se han visto envueltos en cuestiones de desalojo que a quien le interese leer más al respecto le dejo éste link: http://www.notimex.com.mx/acciones/verNota.php?clv=219694



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Nos dirigimos a nuestro primer objetivo: probar el café local. José se dedica al cultivo de “café volcánico”, que él mismo procesa y vende. Tiene el local al que nosotros fuimos a recomendación de Hugo y además vende a hoteles y restaurantes. Ya sin lluvia, disfrutamos de café y galletas y de la plática con él surgió un tramo que lleva a un mirador desde el cual se puede apreciar el Volcán.



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Photo credit: Marika Latsone


Dejamos las bicis en su local y nos fuimos caminando cámaras en mano, deseando por fin ver al señorón que había decidido no salir ese día. El camino muy entretenido (lo digo yo, que odio caminar): media hora de ir por una terracería entre árboles, pajaritos y vacas y con la vista de frente a donde se supone está el Volcán.



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Llegamos a la cima, y nop, nada. Nubes. De ahí se veía La Yerbabuena desde arriba. Y se escuchaba el sonido de un carro que perturbaba la paz local con propaganda política a todo volumen. No llega la señal de teléfono pero sí éstos cabrones. Decepcionados de la vida, decidimos bajar antes de que José cerrara el lugar. La poca esperanza que aún nos quedaba de ver el Volcán nos hacía echar miradas esporádicas hacia atrás. Y nop, nada. Nubes. Maldije y continué aburriendo a Marika con un tema que ni recuerdo qué era cuando de repente se escucha lo que yo al principio creí era el sonido del motor de un carro viniendo detrás de nosotros. Y al voltear, lo vimos.



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Las nubes se dispersaron, el cielo se limpió.




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Y por fin Señor Volcán de Fuego hace espectacular aparición.



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Photo credit: Marika Latsone


Y como para hacer valer más nuestra espera, sale de su agujero una bocanada de humo (que es lo que había creado el sonido).




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No será fumarola digna de mención en las noticias, pero para nosotros fue lo máximo. Lelos boquiabertos por un par de segundos, procedemos a captar el momento con nuestras cámaras. Click click click click click click click click. Cuatro ojos y tres lentes de cámara no nos bastan para captar tremendo momento. La fumarola se extiende y se dirige hacia el suroeste. Con nuestra hambre de ver satisfecha nos acordamos de nuestra hambre de comer insatisfecha.




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Volvemos a La Yerbabuena y hacemos de su plaza central nuestro hogar temporal. Comer, instalar campamento, dormir. Empezaba a quedarme dormido cuando de repente siento algo en la espalda. Algún insecto, pensé. Al sacudirme con la mano siento una pequeña cantidad de polvo, que me quité y en mi somnolencia ignoré. Pero lo siento de nuevo. Y de nuevo me sacudo polvo



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Photo credit: Marika Latsone


Entonces prendo una luz y el halo revela la causa: estaba nevando dentro de mi casa. Ceniza. Tan fina, que traspasa por la tela del techo. Tomé el techo impermeable de dentro mi mochila y salí a ponerlo. Nunca lo había usado porque nunca me había llovido y el día que me toca usarlo es lluvia de ceniza. Y a pesar de ser un polvo tan finísimo, hacía ruido de lluvia al aterrizar sobre la lona.



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La emoción al despertar la mañana siguiente me recordó a mis días de niño en Cd. Juárez, cuando mis papás me despertaban para que viera nevar. Abrí el zíper de la puerta y aunque no era mucha, sí había una ligera capa de ceniza sobre todo lo que había quedado expuesto.




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Incluidas varias de mis cosas en lo que tardé en reaccionar la noche anterior. Como mi sleping bag.




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Al sacar un puñito de ceniza de dentro de mi casa pensé en mis conocidos geólogos, pero ahí la gente barre baldes de ceniza casi diario así que pueden ir por su kilo de ceniza cuando quieran.




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Tras empacar nuestras cosas y desayunar, nos armamos de valor para subir la cuesta que la tarde anterior había sido bajada.





Siguiente parada: Ciudad Guzmán, Jalisco.
 




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