miércoles, 30 de abril de 2014

Mi primer viaje, o el cómo arruinarse las rodillas por una semana

Parte I
La primer parte del título no es del todo cierta. Mi primer intento de una rodada de larga distancia fue en diciembre de 2008. Amigos de mi papá, ávidos ciclistas y con muchos cientos de kilómetros en su historial, nos invitaron a acompañarlos. Yo, competidor de taekwon do, tres veces campeón estatal y dos veces regional, y que usaba bicicleta como medio de transporte de manera más o menos regular, subestimé la misión. Me dejé llevar por la fiebre de sábado en la noche, y volví a casa dos o tres horas antes de la hora de salida.

Toma tu taekwon do, toma tu tres veces campeón estatal, y retoma tu dos veces regional. De los 110 km que separan Hermosillo de Bahía de Kino, sólo fui capaz de completar 71 km en cinco horas, de las cuales, las primeras dos fueron para transpirar los espíritus ingeridos la noche anterior. El resto, supongo que fue el mero afán deportista de llevar el cuerpo más allá de lo que uno debe. Gracias a la troca barredora que nos recogió a mi bici y a lo que quedaba de mí, en la cual me dormí en cuanto hice contacto con el asiento.

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Parte II
21 de febrero 2009, la revancha. Lección aprendida: no salir la noche anterior. El mismo equipo se reúne para la misma ruta. Esta vez, fui capaz de hacer la distancia completa, sin trampas. Llegué a Bahía de Kino (tengo una foto que lo demuestra), aunque con un dolor muy intenso en las rodillas que casi me hace claudicar pero de nuevo ese afán deportista me dijo que siguiera. Llegué a Kino cuando el resto del equipo ya tenía el carbón encendido. Disfruté de una carne asada, tras la cual fallecí en una hamaca que alguien descuidó, no sin antes bañarme las rodillas en árnica. Este dolor continuó por los días siguientes. Mamá Experiencia me enseñaría después que era por mal posicionamiento sobre la bici. También, las consecuencias de usar una bici full-suspension, como la que yo traía en esa época: una Jamis Dakar de año desconocido, pero con la cual me encantaba lanzarme de las escaleras de mi Universidad, y que me fue robada tiempo después.
Segunda lección aprendida: ir en bici a cualquier lado al que ya hayas ido en carro, será como si fuera la primera vez. Disfruté el paisaje de una manera distinta (en la vez anterior no tenía cerebro para ello) y tuve una primer noción de algo que aún hoy años después me cuesta no olvidar a ratos: no se trata del llegar, sino del camino que te llevó a llegar.
Y aquí la prueba irrefutable de mi primer 100. Mismo que volvería a recorrer varias veces después:

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