martes, 7 de abril de 2020

Tour de Vizcaíno: leyendas, una isla, y mucho viento


El año pasado, mi pareja Karla (@karlatrobles) y yo (@perdidoenbici) hicimos la mitad norte de la ruta Baja Divide (www.bajadivide.com) la cual pronto, y justo como lo esperábamos, se convirtió en la ruta más difícil que hayamos hecho hasta entonces, pero también una de las experiencias más satisfactorias de nuestras vidas así que cuando volvimos a casa no dejábamos de pensar en volver para hacer la segunda mitad.


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La Iglesia de Santa Rosalía, construída por Gustav Eiffel (el mismo de la torre)
y traída desde Europa desarmada en barco.
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Estación de Bomberos de Santa Rosalía, conocida entre biciviajeros como lugar para pasar la noche.


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Pedaleando entre florecitas que olían rico.

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Tai Chi, de Japón, tenía siete meses de haber salido de Alaska con destino Argentina.


Nuestra fecha para regresar por fin llega y un ferry nos lleva de nuestro estado hogar, Sonora, a Santa Rosalía en Baja California Sur, una pequeña ciudad con edificios estilo villa europea y famoso pan dulce. Los locales dicen que todo el que prueba el pan dulce acaba volviendo a Santa Rosalía: a mi sólo me tomó cuatro años después de mi primer viaje en bici por Baja California. Pero antes de subirnos a la ruta oficial de la Baja Divide decidimos hacer un pequeño viaje de calentamiento, aún siguiendo caminos de tierra pero con mucha menos elevación. Una amiga nos había invitado a visitarla en una pequeña isla que está a 20 minutos en lancha de esa característica punta con forma de aleta de tiburón al oeste de la península, así que trazamos una ruta contenida en su totalidad por la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, una de las reservas más grandes de México.



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Ritual para hacer acampada.



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Ave cuyo nombre desconozco.

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Uno de los talentos locales de La Bocana.



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Iglesia de Punta Prieta.



Después de un par de días en pavimento llegamos a Punta Abreojos donde un ciclista local nos ofrece su casa para quedarnos y nos comparte historias de sus rodadas en las brechas en las montañas visibles desde el sitio donde acampamos anoche. Se dice que hay una Misión enterrada escondida en algún lugar y que ha habido casos de gente que después de haber subido a esas montañas, vuelve incapaz de hablar. Después de Abreojos pedaleamos por dos días sobre un camino de tierra lleno de permanentes y mucho viento de frente hasta que llegamos a Bahía Asunción, y en el camino nos topamos con varios lugares donde animales de peluche colgaban de los letreros o postes, una imagen que nos causaba preguntas.



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Peluches misteriosos.



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Perrito de Bahía Asunción que comió tacos con nosotros.
¿Cómo decirle que no?

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Jesús "El Chayo", nuestro salvador.


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Rodando hacia lo desconocido.




En Bahía Asunción nos damos cuenta que el cassette de Karla está un poco suelto pero no tenemos las herramientas necesarias para apretarlo, así que resignadamente decidimos continuar deseando que aguante hasta llegar al taller de bicis en Vizcaíno, para lo cual aún nos faltan varios días. Justo en ese momento un hombre que iba pasando nos saluda y nos dice que él tiene herramientas así que lo seguimos a su casa, y mientras arregla el cassette nos cuenta sobre los talentosos ciclistas locales que han ido a competencias nacionales. Con la preocupación quitada de nuestros hombros le damos gracias a nuestro ángel del camino Don Chayo y continuamos hacia una pequeña franja de montañas donde la calidad del camino mejora al igual que el paisaje. Poco antes de la puesta de sol llegamos a un pequeño e inesperado rancho donde una amable pareja nos ofrece un lugar para acampar y tantos frijoles, queso y tortillas como nuestros estómagos pueden aceptar.



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Este rancho en medio de la nada tenía mejor Wifi que muchos pueblos.



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Una mañana fantasmal.

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Rosita, navegante del desierto.



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Aunque íbamos de una costa a otra, había que atravesar unas montañas.
Siempre hay que atravesar montañas.



La mañana siguiente nos despertamos en una niebla que nos envuelve por un par de horas. Una carretera poco traficada nos lleva a Bahía Tortugas, un pueblo cubierto de arena donde volvemos a ver los animales de peluche en las rejas de algunas casas; pedaleamos sobre un pequeño paso de montaña para volver a bajar a nivel del mar y llegar a Punta Eugenia, la punta final de la aleta de tiburón. Aquí nos subimos con todo y bicis a una panga que nos lleva a nuestro tan esperado objetivo Isla Natividad donde nuestra amiga Ana, que es la doctora del pueblo, nos está esperando.



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A punto de llegar a la cima.



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Cruzando de Punta Eugenia a Isla Natividad contoy chivas.

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Granja de abulón. Estos tienen unos tres años de edad.



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Foto tomada por la Karlita.




Natividad es un pueblo pesquero dedicado a la producción de langosta y abulón y escenario de varias carreras de ciclismo de montaña. Los recursos llegan cada 15 días por medio de un bote anfibio y toda la electricidad se corta a las 11 pm, tanto para ahorrar la gasolina de los generadores como para respetar a la pardela mexicana, la protegida ave nativa de la isla que los locales llaman “nocturno” debido a sus hábitos de vida. Llegada la noche, los nocturnos salen de sus pequeñas cuevas bajo tierra y hacen un sonido extraño, casi espeluznante, que podría perturbarte el sueño si no te dicen de antemano qué es. También los ciegan las luces y chocan contra ellas, así que no se recomienda tener luz prendida durante la noche.



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Esta también.



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Buscando ballenas.

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Caminos idílicos I


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Caminos idílicos II




Al llegar a la casa de Ana nos dimos cuenta de que la casa antes de la de ella tenía tres animales de peluche en el porche, así que finalmente le preguntamos cuál era su significado. Ana nos cuenta que eso es lo que la gente hace cuando creen que hay una presencia del mundo espiritual, como forma de tributo para tranquilizar a cualquier alma errante que pudiera andar por la zona. Nos cuenta que una noche, ya pasada la hora del apagón, le pidió a los niños vecinos que la acompañaran a su casa así que caminaron juntos pero cuando se acercaron a la casa de los peluches se detuvieron y le dijeron que ahí la esperarían para verla entrar a su casa pero que no se iban a acercar más.



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ola k mira



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Vista al oeste de la isla.

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Justo a tiempo para el atardecer.



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Barrancos.




Los días en la isla se nos pasan visitando la granja de abulón, pedaleando las calles sin carros y viendo delfines y lobos marinos, hasta que finalmente nos llega el tiempo de irnos de este idílico lugar y volver al mundo real en la California peninsular. Una vez del otro lado somos bienvenidos por vientos de frente que nos sacan del camino y complican lo que creíamos sería una pedaleada relativamente fácil para volver a San Ignacio, donde retomaremos nuestra tan esperada segunda parte de la Baja Divide. Después de un calentamiento de 500 km creemos que no sufriremos tanto en el segmento que sigue, el cual tiene un tramo famoso por ser uno de los más difíciles en toda la ruta. Ruta de las Misiones, ¡aquí vamos!


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El faro de Isla Natividad.
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Tendedero ciclista.

6 comentarios:

  1. qué bonito leer la historia que hemos compartido a través de ti :***

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  2. Bonita historia, también me preguntaba por los peluches. Aquí son muy populares en los camiones de la basura :D. Una abrazo bien juerte

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    1. Está curioso verlos en lugares que uno cree remotos, ahí a un lado del camino. Cositas que hacen más interesante el viaje. Gracias por tomarte el tiempo, ¡abrazo!

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  3. Ya era tiempo de esta entrada en español, ehhhh.
    Al perro si no le compartes tacos te los roba, fijo, conozco a los de su clase.

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    1. No hizo falta recurrir a la violencia, con su cara de pobrecito fue suficiente jajaja.

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